Una de las cuestiones más analizadas a lo largo de la historia del arte, por lo menos hasta el advenimiento de la abstracción, sin desaparecer por completo, es la relación entre realidad y representación. Es decir, el hecho de que todo artista es inevitable que tome como punto de partida alguna realidad exterior a él para intentar darle un nuevo sentido más o menos figurativo, en el sentido icónico del concepto. Sucedió en Altamira, y más tarde en las grandes iglesias románicas o góticas, recorrió el Renacimiento desde Rafael a Leonardo, alcanzó las volutas del Barroco, se oscureció en el mediocre Neoclásico y retornó con fuerza en el siglo XX a pesar de sus conocidas oscilaciones, hasta hoy. La capilla de Barceló en nuestra catedral es uno de los últimos momentos en que esta relación merece estudiarse porque alcanza cotas pocas veces superadas: realidad evangélica, tarea del artista, representación recreadora, obra definitiva. Belleza.

Sucede que en nuestras pantallas, más allá de todo intento de crítica cinematográfica que no me corresponde, aparece un caso emblemático y actual de esta relación a la que he aludido en el párrafo anterior. Se trata del excelente film de Fernando Trueba, que antaño realizara aquella maravilla llamada El año de las luces, donde tantos comprendimos de qué iba el cine coral, de tan difícil elaboración.

En este momento, y tras largas conversaciones con el emblemático Jean-Claude Carrière, permanente guionista de Luis Buñuel, nos entrega El artista y la modelo, interpretada por un madurísimo Jean Rochefort (el artista), Aída Folch (la modelo) y Claudia Cardinale (esposa del artista), situada la acción en 1943 y en la Francia ocupada por los nazis.

Nuestro artista ha dejado por mor del escepticismo todo intento escultórico, hasta que su mujer pone en el camino, de forma inesperada, la presencia desconcertante de una modelo fascinante, de nombre Mercé. Y el artista recupera el entusiasmo de vivir y de vivir para representar la belleza escondida en el cuerpo de esa joven, aparecida en su vida sin esperarlo ya. A partir de este instante, todo el film se sucede como una pugna entre la realidad de la modelo y el esfuerzo titánico del artista hasta que cumple su sueño largamente elaborado: la plenitud de la belleza en la presentación de la modelo. Hasta conseguirlo de forma un tanto desconcertante que el lector descubrirá por su cuenta y riesgo.

La posesión de la belleza es un don personal e interior, pero el punto de partida es, siempre, una realidad material, algo que nos excede y supera, fuera de nosotros mismos. La pugna del artista es conseguir convertir lo exterior bello en su representación bella por obra y gracia del arte y del artificio, que al final solemos denominar oficio. Y el genio es quien desarrolla todo este proceso de forma perfecta, casi cumpliendo su obsesión utópica. De tal manera que, tras la realización de la representación bella que el artista considera definitiva, el artista debiera morir, porque ya será incapaz de realizar algo superior y su vida consistirá en una repetición mimética de lo ya realizado.

Lo más curioso, como ya sugeríamos, es la ulterior relación establecida entre la posesión de lo bello en la modelo exterior y la relación afectiva y erótica entre ambos protagonistas, hasta el punto de que solamente la fusión del artista y de la modelo es capaz de trasmitir a uno el misterio de la otra y a esta otra el sentido intencional de este uno. Algo así como cuando el pan es impregnado del aceite, configurándose, así, como los elementos de la vida y por lo tanto bocado exquisito donde los haya. La exterioridad de la belleza se hace siempre interioridad de la misma en la obra del artista.

Pero hay mucho más en esta película fascinante. La naturaleza política de la modelo, que no comentamos de forma más pormenorizada, pero que lanza la obra representativa mucho más allá de su representación material, intencionalmente bella, para sumergirlo en un mar de significados históricos relevantes. El arte, lo sepa o no lo sepa el artista y no menos la mismísima modelo, siempre contextualizada la obra definitiva, otorgándole una dimensión que la inscribe en el devenir histórico y por ahí alcanza su dimensión socio política de forma inevitable. Todo lector avispado comprenderá perfectamente de que va esta apreciación levemente inesperada. Todo arte es político. La belleza incide en la dinámica de la ciudadanía. En su belleza y en su falsedad.

Sugiero que se visione El artista y la modelo, para gozar estéticamente de un film redondo donde los haya, pero también para ahondar en las relaciones creativas entre quien realizar cualquier obra artística y quien sirve de inspiración y reducto material para llevarla a cabo. En ocasiones, pienso que no vivimos como artistas porque carecemos de modelos. Pero esta relación puede que sea aplicable a todo en la vida. Vaya usted a saber.