En 2008, PP y PSOE consiguieron abarcar conjuntamente 323 escaños. Fue la expresión más acentuada del bipartidismo desde la instauración de la democracia en 1977. El país navegaba viento en popa a velocidad de crucero, y la sociedad estaba aparentemente convencida de que lo saludable era que las dos grandes formaciones, la de centro-derecha y la de centro-izquierda, gestionaran sus intereses y se turnaran al frente del poder.

Este domingo, la sensación era muy distinta. De la satisfacción por la marcha de los acontecimientos se había pasado a la desesperación por la coyuntura, a la irritación contra el poder y el establishment, a la recesión económica y la crisis en todos los sentidos. Y el 20N, PP y PSOE ya sólo abarcaron 296 escaños, 27 menos que en la legislatura anterior, que, lógicamente, han sido ocupados por las minorías. Lo cual demuestra un incremento de la desconfianza en los grandes partidos estatales y una búsqueda de nuevas opciones alternativas.

Por resumir: el PP ha ganado con gran brillantez las elecciones por práctica incomparecencia del contrario, pero nadie debería complacerse demasiado ante la evidencia de que un sector relevante ha dejado de creer en el PP y en el PSOE al mismo tiempo.