Cuando en mayo de 2008 Silvio Berlusconi eligió su nuevo gobierno fue muy él mismo. Lógico, el pueblo de Italia había aplaudido masivamente en las urnas su, digamos, peculiar manera de ver la política y su apuesta por dirigir el país como si de una de sus televisiones se tratase: mucho anuncio, mucho escándalo, poca filosofía, dispendio incontrolado, ningún miedo y unas cuantas mamachichos animando el cotarro. Así, Il Cavaliere nombró a cuatro inexpertas jóvenes ministras para las labores de Igualdad, Medio Ambiente, Políticas Juveniles y Educación, presentándolas en bloque de la siguiente forma: "Son niñas a las que hay que destetar y proteger". Prestos a seguir sus consejos, los directivos de nuestra Interviú sacaron en portada a la semana siguiente a la titular de Igualdad, Mara Carfagna, modelo y finalista de Miss Italia, bajo el epígrafe "sin cartera y con poca ropa". En fin. Eran otros tiempos. Cuando corría el champán sin reparar en quién pagará la factura y hacíamos negocios con Gadafi y compañía al lado de la piscina. A nadie se le ocurriría en la actual era de la tecnocracia alentar carreras parlamentarias entre velinas (azafatas de televisión) cuyo horizonte en la vida es pagarse una depilación con láser, o sea, que tras la caída del emporio romano no hay que temer encontrarnos a Terelu Campos en el primer consejo de ministros de Mariano Rajoy. La mismísima Cicciolina, que comparada con el cuerpo de baile de Berlusconi es una Nobel, se ha jubilado con una suculenta pensión tras varias legislaturas dando el callo en pro del desarme. A ella la votaron miles. A las tecnócratas del actual primer ministro italiano Mario Monti, no.

Pero cuesta trabajo hacer una crítica a la elección directa o dedocracia, cuando ésta da en la diana de tres señoras con currículos como los que exhiben las elegidas por Monti para la arriesgada misión de ahuyentar la crisis. Por primera vez en años, los encargados de hacer un repaso al ropero, pasado sentimental y aspecto físico de los miembros femeninos de los Ejecutivos se pueden buscar una tarea más honorable, como rastrear la experiencia profesional, por ejemplo. Quedarán boquiabiertos. Escogidas para materias que no son "marías" precisamente, como Justicia, Interior y Trabajo, las recién nombradas ministras italianas son extremadamente competentes, serias, instruidas y experimentadas. Y desconocidas para el gran público porque no han pisado platós ni fiestas privadas. Paola Severino (abogada y catedrática, Justicia), Annamaria Cancellieri (durísima ex delegada del Gobierno conocida por su equidistancia, Interior), y Elsa Fornero (economista, catedrática e investigadora, Trabajo) se han sumado al selecto grupo de personas de solvencia contrastada a quienes Monti ha reunido en horas, pero en quienes nunca habían reparado los profesionales de la política. Una novedad muy de agradecer tras lustros de floripondios; una dosis de respeto, un empujón a la apaleada autoestima de las italianas. De verdad que cuesta trabajo defender que estas mujeres listas y fiables que llegan impuestas por los misteriosos mercados no tienen derecho a quitarles el puesto a las ministras de Berlusconi, ese destetador destetado.