Llevo mucho tiempo en la idea de que, con los diseños políticos y electorales al uso, no dispondremos jamás de los líderes que necesitamos. Se meten en el rollo por motivos que nada tienen que ver con nuestros intereses, digitan a sus colaboradores con criterios más que dudosos y dedican buena parte del tiempo a consolidar sus posiciones y poner a parir al adversario con razón o sin ella. Así no vamos a ninguna parte.

Repasen ustedes la dinámica de estos años y si no se les caen las ligas, será porque no las usan. Izquierda Unida se ha cortado como una mayonesa mal revuelta; el partido del cansino Rajoy gana posiciones con base en la decepción ciudadana, porque de su discurso no puede deducirse alternativa alguna; la historia última del zapaterismo se parece a la de cualquier pulpo en un garaje y, en cuanto al nuevo candidato, Rubalcaba, todo por demostrar pese a su dilatada trayectoria política. Respecto a los aderezos de estos proclamados, por sus respectivas camarillas, cabezas de lista (lista sí, aunque lo de cabeza, mayoritariamente por demostrar), si Leire Pajín, Cospedal, González Pons o los senadores por Mallorca, Antich y Rodríguez, son algunos de quienes van a encargarse de cuidar el Estado de Bienestar, mejor haríamos echándonos al monte. Siquiera por perderlos de vista.

Sin embargo, lejos el pesimismo, porque Séneca dio con la solución hace algunos años: "Llegado ya el tiempo de la jubilación –escribe en De la vida retirada–, el hombre, con mejor derecho que nadie, puede continuar en el servicio y conducir la actividad de los otros al modo de las Vírgenes Vestales, que aprenden a hacer las funciones sagradas y, cuando las aprendieron, las enseñan". Comprendo que equiparar a Felipe González, Aznar, Cayo Lara o Fraga a una virgen vestal, se haga muy cuesta arriba, pero el filósofo no pensó en ellos, quiero creer, sino en personas con probada experiencia en otros órdenes de la vida y no sólo en política como modus vivendi; duchos en meditar y sacar consecuencias de sus errores, ecuánimes, cautos, con talento y honestidad acrisolada, sin ambiciones personales que exijan intrigas para su consecución y a una edad, la de madurez, en que la vanidad suele batirse en retirada.

Y vale que un gobierno de viejos/as suene fatal; los dictadores suelen perpetuarse hasta la senectud sin que haya quien les tosa (aquí sabemos de eso), y la gerontocracia cubana o vaticana no parecen modelos a imitar, pero, ¿qué les parecería un consejo de sabios, elegidos cuidadosamente en virtud de su trayectoria y para un cargo de desempeño obligatorio por el tiempo que se determinase? Si arguyen que se echaría en falta el dinamismo y la frescura que se atribuyen a la juventud, a los Under 45, podría replicarles si acaso ello sería suficiente para justificar su bisoñez y la falta de un par de hervores. Por otra parte, admitirán que, quienes andan en política desde los veinte añitos, no suelen mostrar currículo que inspire confianza. Y a la vista está.

Como precedentes, un "consejo de los quinientos" en la Grecia antigua que, de haberse perpetuado hasta nuestros días, quizá hubiese evitado la actual quiebra técnica de ese país. En Esparta, el "gerusia" se componía de 28 varones (hoy habría que incorporar la paridad de géneros) mayores de 60 años y, en la Francia del XVIII, las leyes eran aprobadas en la cámara alta por un consejo de ancianos; una especie de senado romano. También la UE ha creado un grupo de reflexión al que llama de ancianos (Global Elders), aunque en este caso está formado por expolíticos y nada más lejos de mi propuesta, que excluiría precisamente a todos aquellos que hubieran tenido con anterioridad cargo político alguno o siquiera carné de partido, no fuéramos a encontrarnos de nuevo con los mismos pero más arrugados.

Tampoco se trataría de un grupo experto de amigos notables, al estilo del auspiciado por Rubalcaba (Almunia, Felipe, Maravall…). Que me parece muy bien, pero no estamos hablando de asesorar sino de gobernar por mandato democrático de obligado cumplimiento, aunque jamás tal misión hubiera entrado en sus planes y precisamente por eso. Un grupo que atesorase el conocimiento de todas sus vidas, el que no puede ser enseñado, para utilizarlo sin expectativas de beneficio propio o del partido que los promociona a cambio de fidelidad. Esos requisitos exigen una edad, pero no creo que ello implique necesariamente, como afirma Coetzee, volverse cartesiano, aunque de ser así para una mayoría, tampoco iba a venirnos mal pisar sobre seguro.

El asunto crucial estriba en cómo elegirlos: quién los designaría para garantizar su idoneidad y, a su vez, cómo asegurar la imparcialidad en la selección, cuestión ésta crucial. Yo estoy en ello y tengo alguna propuesta en cartera, pero permanezco abierto a sus sugerencias porque, resuelto el asunto a satisfacción de la mayoría, habremos dado con la solución para acabar con tanto mindungui sin pajolera idea. Con tanto paniaguado. Con tanto hipócrita o sinvergüenza, excepciones aparte.