Algo muy extraño está aconteciendo en el interior de los palacios vaticanos, siempre recelosos y opacos; puede que el "humo de Satanás", en su día denunciado por Montini, el papa PabloVI, se haya infiltrado en ellos y cause estragos. Seguramente también Belcebú está atormentado a los obispos españoles, principalmente al cardenal Rouco, que quiere seguir dirigiendo la Iglesia española a pesar de que le llega la edad de la jubilación. Tienen que ser las artimañas del "maligno" las que atormentan a los príncipes de la Iglesia católica; ha de ser eso, porque es la única explicación plausible a la incontenible y diaria exhibición de absurdos con la que se despachan. La última: el cardenal Ennio Antonelli, a cargo de la prefectura encargada de velar por la familia, ha asegurado que la UNESCO (la organización de Naciones Unidas para la cultura y el patrimonio histórico y monumental del planeta) ha ideado un plan encaminado a convertir en poco más de veinte años a la mitad de la humanidad en lesbianas y homosexuales. Más de mil millones de lesbianas y otros tantos homosexuales. Este es al aterrador proyecto de la UNESCO denunciado por su eminencia y aquí, en España, jaleado por el obispo de Córdoba, que atesora una completa colección de disparates a disposición de quien quiera perder el tiempo leyéndolos.

Un ministro de Ratzinger arremetiendo contra una de las organizaciones más prestigiosas de Naciones Unidas. El viaje hacia la insustancialidad emprendido por la dirección de la Iglesia católica es tan ininteligible que parece diseñado por sus enemigos, por quienes, según el Vaticano, conspiran sin cesar para acabar con ella, porque entienden que es la mejor manera de herir de muerte al cristianismo. La UNESCO embarcado en un proyecto, a través de la doctrina de género, para hacer a la mitad de la población del globo homosexuales y lesbianas. ¿Alguien en la cúpula de la Iglesia católica sigue sin enloquecer para parar semejante desvarío?

La Iglesia católica vive en unos tiempos que evidentemente no le son propicios. Está desnuda frente al mundo como nunca antes había sucedido, lo que hace que sus notorias carencias adquieran un relieve inusitado. Pero que las cosas estén como están, se supone que debería obligar a quienes la gobiernan a afinar en el diagnóstico y encontrar soluciones que posibiliten frenar su retroceso, salir del estancamiento. Ocurre lo contrario: se ha atrincherado en posiciones que, usando el lengua político (la Iglesia, su jerarquía, hace política veinticuatro horas al día, todos los días del año), se hallan sólidamente asentadas en la extrema derecha. En España, la Conferencia Episcopal, controlada por el cardenal Rouco, porque todavía el cardenal de Barcelona, Martínez Sistach, no está en condiciones de desbancarlo, ha conducido a la Iglesia católica a ser considerada una de las instituciones menos valoradas por los ciudadanos. Parece no importarle: sigue enfeudada a los movimientos integristas, los que sacan la gente a la calle, al tiempo que muchos más miran a los obispos como a genuinos extraterrestres. Menudo problema tendrá Rajoy si es presidente del Gobierno y atiende las peticiones de los obispos, que aguardan impacientes el momento.

Un repugnante plan de la UNESCO para pervertir a la mitad del planeta; recristianización de Europa: hay que salvarla del "laicismo agresivo" que, en España, ha sido como "un jabalí devastando una viña", afirmación de Ratzinger; eso es lo que nos ofrece la Iglesia católica. ¿Qué queda del Concilio Vaticano II? ¿Dónde está la esperanza que pilotó hace medio siglo Angelo Roncalli, el inmenso Juan XXIII? En la jerarquía de la Iglesia, un incómodo recuerdo. Debe ser verdad que el humo de Satanás lo ha cegado todo y parece que por mucho tiempo.