El presidente del Gobierno realizó el jueves una nueva composición parlamentaria de lugar sobre la situación económica, y fue notorio el sorprendente cambio de tono de quien ha sido duramente criticado, con razón en muchos casos, por el ´optimismo antropológico´ que exhibía aun en los momentos de mayor dificultad. En esta ocasión, Rodríguez Zapatero pintó con tintes negros la situación actual, no descartó siquiera que los leves atisbos actuales de recuperación sean irreversibles, lamentó que el desempleo vaya a mantenerse irremediablemente en los próximos meses y anunció que en el año y medio que aún resta hasta las elecciones generales habrá más sangre, sudor y lágrimas para consumar el sacrificio que nos coloque en condiciones de recuperar el pulso, el norte y la senda de crecimiento.

Infortunadamente, el líder de la oposición no tenía prevista tal mudanza, y poco después de comenzada su primera intervención tras la exposición inicial de Zapatero los servicios de prensa del PP ya distribuían electrónicamente el discurso escrito de antemano que reprochaba al jefe del Ejecutivo su optimismo, dibujaba las habituales pinturas negras y le exigía su patriótica dimisión. Ni una aportación objetiva, ni una idea creativa, ni un elemento que permita a la opinión pública pensar que la alternancia ofrecería alguna expectativa superior o distinta de la que nos depara el gobierno actual.

La intervención de Zapatero ha tenido lugar cuando el Gobierno se ha asegurado la estabilidad parlamentaria hasta el final de la legislatura y cuando la actuación gubernamental está recibiendo ya el refrendo estadístico de las instituciones internacionales: la OCDE daba a conocer también el jueves sus previsiones de déficit público español para el 2011 (6,3%), solo tres décimas por encima de la meta que se ha trazado el Gobierno para llegar al 2013 con el 3% exigido por el pacto de estabilidad y crecimiento. Y para el año en curso, la OCDE anuncia una contracción del PIB del 0,2%, cuando la previsión del propio Gobierno es del 0,3%. Un pequeño balón de oxígeno en medio de los vaivenes.

Así las cosas, Zapatero anunció la continuidad de las reformas estructurales; y ayer mismo, el consejo de ministros aprobaba un plan de acción para los próximos quince meses, que incluye una veintena de medidas que refuerzan o completan las ya anunciadas o en curso: se ultimará la reforma de la legislación laboral –incluso la ley de negociación colectiva-, se abordará inexorablemente la reforma de las pensiones –exigida por los mercados como garantía de solvencia-, se acometerá la reforma energética, etc., y además se adoptarán otras iniciativas como la reforma de las políticas activas de empleo, la reforma de la formación profesional, la ley de igualdad de trato, la ley de la Economía Social, un plan de racionalización del sector público –se pasará de 107 empresas públicas a 77–, etc.

Para bien o para mal, este planteamiento realista de la lucha contra la crisis no puede contrastarse con contrapropuesta alguna de la oposición, que limita su papel a una dudosa acción de desgaste. Y hay algo de reconfortante en esta actuación gubernamental que ni siquiera trata de envolverse en falsas esperanzas para anunciar la dureza de la terapia que ha de sacarnos de la recesión.