El comportamiento de Arnaldo Otegi en las sucesivas vistas judiciales adolece de una absoluta falta de grandeza. En concreto, en lo referente a su encausamiento por la organización del mitin de Anoeta en 2004, en lugar de asumir con gallardía su responsabilidad, ha tratado de eludirla con argumentos tan inverosímiles como ramplones: la exaltación de etarras que tuvo lugar en aquel acto sería un homenaje a los propios batasunos y la propuesta que el brazo político de ETA lanzó en aquella ocasión sería poco menos que un mensaje ideado por los demócratas.

Ya sabíamos que ETA estaba integrada por gentes sin moral, sin principios, sin coraje y hasta son verdaderas convicciones. Pero ahora conviene subrayar que quienes teóricamente conducían la ilación ideológica del independentismo violento eran también unos cobardes.

No ha habido, en fin, héroes entre los promotores del delirio asesino. En aquella lucha desigual, la heroicidad y la grandeza estaban siempre del lado de las víctimas, ellas sí capaces de defender valores y principìos con riesgo de la vida.