Estamos en tiempo de faves. El domingo un amigo me ofreció unas cuantas para que las cocinara, habían crecido hermosas y sanas en una tierra arcillosa y dura. Me gustan ofegades según la receta de mestre Tomeu Esteva o como ingrediente de un frit de verdures. Aprecio unas faves a la catalana con su botifarra negra, la panceta y una variedad notable de hierbas aromáticas. Por supuesto, cuando no las hay tiernas y cuando el frío acosa, nada mejor que una fava parada (o pelada, para ser ortodoxos), con sus fideos y con su cerdo, que carga el cuerpo de energía.

El otro día probé unas habas con salchicha que servían como tapa en un bar de la calle Francesc Martí i Mora. Estaban sabrosas y suponían la prueba de las múltiples combinaciones que ofrece la vicia faba, esta planta herbácea originaria de Oriente Medio o del Asia Central.

Mucho me temo que las faves ya no gozan del favor de los mallorquines como lo tuvieron en el pasado. Una escena como la que describe Joan Pla en su visita a la isla en el invierno-primavera de 1921 ya resulta impensable:

"Per Can Tomeu hi passa cada dia un nombre indeterminat de persones demanant si tenen faves.

-S´hauran d´esperar una mica -diu es cambrer-. Encara no són assaonades.

I la gent se´n va amb una cara trista i llarga".

Por supuesto, Can Tomeu ya no existe, sustituido por Can McDonalds -en feliz expresión de Andreu Manresa- y no es fácil encontrar buenas recetas de faves tendres ofegades o a la catalana en Palma. Las faves fueron símbolo de una alimentación de subsistencia (En vint dies vaig menjar / seixanta vegades faves: / es dematí de trempades / es migdia de cuinades / es vespre de recaufades. / Això era per mudar). Aunque también dieron pie a refranes como Déu dóna faves a qui no té caixals, en los que son presentadas como algo apetecible.

Recorreré las calles de Palma y podré comer hamburguesas en, al menos, una docena de locales; podré matar el hambre gracias a un donner-kebab abierto cada cien metros y demostrar mi escasa habilidad con los palillos en restaurantes chinos y japoneses... sin embargo, me resultará complicado encontrar un buen plato de faves. Nuestra identidad no sólo se pierde por la regresión de nuestra lengua, por el deterioro de nuestro paisaje... se esfuma al ritmo que se difumina nuestra cocina.