Creo que fue Jaume Mas, hace ahora veinticinco años, en la misión de Gitongo, en Burundi, quien miró el reloj, se levantó de la mesa y exclamó: "És hora d´escoltar les notícies". Y entonces empezó a sintonizar los mandos de un enorme aparato de radiotransmisión (recuerdo que era un receptor niquelado lleno de botones y de lucecitas que parpadeaban), hasta que dio con la emisora que buscaba. Era Radio Exterior de España, que emitía sus programas en onda corta. "Només escolten aquesta emissora els missioners i els mariners", me explicó Jaume. Aquel día, la noticia era la dimisión de un político. "Ha dimitit en Robles Piquer", dijo Jaume, y todos asentimos complacidos, como si aquella dimisión de un político que ahora nadie recuerda -y que quizá tampoco conociera nadie en su momento- significara un cambio trascendental en la historia de España, algo así como la sustitución de la Monarquía por la República. Ignoro qué cargo tenía Robles Piquer en el verano de 1982, pero no me extrañaría que fuera el director general de RTVE. Es decir, el responsable de aquella Radio Exterior que sólo escuchaban los misioneros perdidos en un rincón de África y los marinos que escuchaban la radio en mitad del océano, quizá en un extraño momento de calma en medio de dos tempestades.

La otra tarde, yo mismo estaba en una de las peceras de Radio Exterior de España, grabando un programa que sólo escucharían los pescadores y los misioneros, si es que todavía quedan misioneros. Eduardo Moyano me hacía preguntas, y de vez en cuando daba paso a un fondo de música de Burundi que había encontrado en los inmensos archivos de RNE. Cuando sonaron los cánticos de una danza de mujeres, me acordé de Jaume Mas, que nos había llevado a un poblado pigmeo donde las mujeres también cantaban de aquella manera, con una voz que parecía surgir de un humus hecho de hojas muertas y tierra roja y pasión humana, y que después, al regresar a la misión, se había levantado de la mesa para sintonizar Radio Exterior de España y oír la noticia de la dimisión de Robles Piquer, aquel político al que ahora nadie sabría ponerle un rostro.

La vida, como las buenas novelas, suele incurrir en las leyes de la simetría. Ese todo minúsculo que somos tiene un extremo que siempre se manifiesta de forma invertida cuando llegamos al otro extremo de la vida. Y así, quien escuchó una noticia en la radio cuando era joven y estaba de paso en una lejana misión africana, recorre media vida para charlar desde esa misma emisora de radio cuando ya ha dejado de ser joven, aunque vuelva a escuchar los mismos cánticos que había escuchado veinticinco años atrás en un poblado de pigmeos. Y yo, metido en la pecera de Radio Exterior, pensaba en todo esto, y también en la naturaleza del arte, que no es más que una emisora de onda corta que emite en la oscuridad y que tan sólo llega a los misioneros de una misión perdida en medio de las colinas, o a los marineros que no consiguen dormir porque saben que se acerca otra tormenta. Pero eso es el arte, y lo mismo da que se trate de un poema, un cuadro, una canción, un cómic, una novela o una película: una señal que sale de un edificio casi vacío y que se expande en la oscuridad y que nadie sabe a quién puede llegar, pero que es captada por un misionero que acaba de regresar de un poblado de pigmeos, o por un hombre que lleva muchos meses en un barco mercante y sueña con volver a ver a la mujer que ha dejado en tierra firme.

Cuando salí del estudio, Eduardo Moyano me contó que la dirección de RTVE va a jubilar a todos los empleados que tengan más de cincuenta años para sustituirlos por jóvenes recién salidos de la Universidad. "Los mayores ya no interesamos. Tal vez sabemos demasiadas cosas para los tiempos que corren. La dirección prefiere gente joven que no entre en profundidad en las cosas: informaciones rápidas, mucha actualidad, nada de reflexión ni de entrevistas, eso es lo que buscan. Y por supuesto que no quieren que nadie se ponga a desenterrar canciones africanas de los archivos sonoros. Todo esto es demasiado complicado para lo que la gente quiere ahora". Salimos del edificio. Hacía frío en el exterior. "¿A ti también te echan?", le pregunté a Eduardo Moyano. "Claro", me contestó. Nos despedimos, y al irme, me pregunté quién sería ahora el director de RTVE. No conseguí recordar su nombre, pero aquello tampoco tenía mucha importancia. Sin duda, sería otro Robles Piquer.