La imposibilidad de conseguir un "final dialogado" con ETA sin realizar cesiones ideológicas inaceptables durante el fallido "proceso de paz" no es un descubrimiento reciente: ya se advirtió con claridad el 30 de diciembre del año pasado, con el atentado de la T-4 de Barajas. Es manifiesto que la gran confrontación no cedió entonces porque faltaba la confirmación formal de ETA. La aberración que escenifican sobre este asunto los dos grandes partidos ha llegado a este punto: sólo cuando los terroristas se pronuncian, la coyuntura adquiere su auténtica dimensión. ETA gradúa los consensos y los disensos. Y así, una vez roto oficialmente el "alto el fuego" mediante el oportuno comunicado divulgado por los cauces habituales, ha llegado rápidamente la "unidad" de los demócratas. Una unidad rutinaria y afectada que no proviene de convicción alguna sino de la evidencia de que la opinión pública no perdonaría a quienes, en momentos dramáticos, hicieran explotación política del dolor.

Desde el 6 de junio, nos ronda de nuevo la gran amenaza. Todo son cábalas sobre cuáles serán esta vez las colosales y terroríficas expansiones de ETA. En realidad, nadie lo sabe, salvo quienes estén preparando su delirante salvajada... Pero también podría ocurrir que ETA, más inteligentemente de lo que en principio sería imaginable, permaneciera sin hacer nada, sin truncar el largo recorrido de los casi cuatro años sin atentados mortales (los del 30-D fueron "involuntarios", según la organización) que ha tenido ya unos determinados efectos políticos y psicológicos sobre su clientela y sobre la opinión pública en general.

Si se confirmara esta hipótesis, que pese a su maquiavelismo sería sin duda la mejor de todas las imaginables, los terroristas correrían el riesgo de perder una parte de su capacidad de intimidación pero también estarían en condiciones de adquirir un gran ascendiente político sobre la sociedad española por una razón evidente: porque es claro que PP y PSOE, que han firmado apenas un debilísimo armisticio, volverán a enzarzarse en un breve plazo de tiempo si ETA no comienza pronto a dar macabras señales de vida. Se nota en el ambiente: la cúpula del PP, muy presionada por una clientela que ella misma ha exacerbado en los últimos tiempos, está represando su agresividad con dificultades; y el Gobierno, dolido por las enormes falacias que se han dicho de él, tampoco ha hecho borrón y cuenta nueva y desconfía. Cualquier chispa puede provocar el incendio.

Las cosas son así, tan deprimentes, porque la desunión intelectual entre PP y PSOE persiste. En el terreno abstracto del proceso político general, el Gobierno socialista sigue representando la tendencia a la negociación, al "final dialogado", con el terrorismo, y el PP, la firmeza, la victoria policial sobre ETA. Y en tanto perdure esta dicotomía, la banda terrorista podrá fácilmente introducir cuñas por la fractura en el corazón de la sociedad civil.

Y es que la unidad, la verdadera unidad de los demócratas (y especialmente de los dos partidos que representan a más del 90% de la ciudadanía), no consiste en realizar una opción entre las dos estrategias posibles sino en unificar el aparato de reflexión y la toma de decisiones. Lo inteligente y lo necesario es que PP y PSOE diseñen permanentemente la estrategia dinámica que el Estado debe mantener en cada momento frente al terrorismo, y que deberá acomodarse lógicamente a cada coyuntura. Que, por lo tanto, rechacen hacer de este asunto motivo de confrontación. Que acepten sacrificios si son necesarios para garantizar un fin más rápido de la pústula etarra. Obviamente, nada de todo esto se ha conseguido.