He llegado a la conclusión, por otra parte evidente y constatable, de que los humanos somos los más inhumanos de los seres vivientes que habitamos este planeta. Posiblemente hoy, ayer o mañana, mientras estábamos cenando o comiendo, contemplamos en la pequeña pantalla las imágenes de unos hombres y mujeres, jóvenes y no tanto, con sus manos entrelazadas por grilletes, chillando, dirigiéndose no se sabe donde. Posiblemente, experimentamos una cierta desazón. Puede que, incluso, indignación. Pero, y después ¿qué?

No pretendo caer en falsos sentimentalismos, ni actitudes hipócritas. Pero lo cierto y comprobado es la existencia real de tales personas, miles, que hace una semana asaltaban vallas de seis metros de altura y que hoy vagan no se sabe muy bien hacia donde. Se supone que, a pesar de su tez negra, son seres humanos como nosotros. Pero sólo es una simple suposición. Si no hubiera sido por la presencia de determinadas ONG´s, probablemente nunca habríamos sabido de su existencia. Mientras, los organismos internacionales, desde la Unión Europea hasta la ONU, practican el dulce arte de la diplomacia que implica el no hacer nada para no ofender a nadie. Y a su vez, desde nuestras posibles convicciones cristianas, contemplamos la más absoluta indiferencia de nuestra jerarquía eclesiástica ocupada y preocupada en reinventar el sexo de sus ángeles y/o organizar manifestaciones patrióticas contra decisiones que pueden hipotecar sus prebendas.

Lo que vemos es sólo la punta del iceberg. Africa es un gran cementerio de seres humanos enterrados vivos. El Sida, las enfermedades, la hambruna, la sequía... ¿Qué hacer? Resulta ya asquerosamente repetitivo la urgencia de que los países ricos inviertan en tales países en actividades productivas, que posibiliten que sus ciudadanos y ciudadanos puedan vivir dignamente. Palabras a la mar. Se trata de países con enormes riquezas reales y potenciales, explotadas naturalmente (?) por empresas norteamericanas y europeas. Pero, hay más. Se pretende justificar la dificultad de condonar su deuda o de invertir en actividades productivas por la existencia de gobernantes corruptos. Sin duda es una realidad. Pero, ¿quiénes propician su existencia y permanencia?

No se trata de practicar una demagogia barata, ni estimular simples sentimientos paternalistas que pueden paliarse con una simple limosna. Únicamente, describir una realidad. Que hoy nos inquieta e incomoda, pero que en un tiempo breve desaparecerá de nuestras vidas. Tales escabrosas noticias serán sustituidas por otras. Aunque, muy probablemente, las mismas personas que hoy vemos vagar sin rumbo seguirán recorriendo el mismo camino en dirección norte, en busca de algo tan elemental como comer, trabajar, alimentar a sus hijos, vivir bajo techo...

Más de uno podrá pensar que, aún reconociendo tal inhumanidad, no nos quedan espacios donde los anónimos ciudadanos y ciudadanas podamos influir en cambiar tales reglas de juego. Tampoco conozco el camino, y menos el sendero. Pero como seres humanos, que al menos se presupone pretendemos ser, no podemos aceptar la situación como irremediable. Alguna vez hemos de ser política y humanamente incorrectos. Cuanto menos levantar la voz y el grito, con otros muchos. Y hacerlo hoy frente a los subsaharianos errantes, pero también mañana y pasado ante otros millones de personas anónimas que anhelan simplemente sobrevivir. De algún modo, aunque modestamente, ser con otros el grito de los sin voz.