Los líderes sociales de nuestra comunidad han decretado que la economía balear no está en crisis. Me parece muy bien. Para los que todavía no lo tengan claro, la economía virtual no es la generada por la industria de Internet, sino la que niega la realidad. Hay una economía virtual, como hay una medicina virtual o una espiritualidad virtual, cuyos efectos benéficos equivalen al placebo: funcionan mientras uno crea en ellos. La duda estriba en determinar la duración en nuestra salud del efecto placebo.

Hace apenas un año, sobre el Govern del Pacte se cernían las peores plagas. Cuando no era la ecotasa, era la destrucción de puestos de trabajo, la inflación del euro o una portada del Bild. Por supuesto, simpatizar con un gobierno cuyo representante económico defendía el control de los horarios comerciales argumentando las virtudes de la siesta era y es muy difícil. Pero sólo desde la mala fe se podía culpar al Pacte de la crisis. Ahora, en cambio, cuando un batallón de ciclistas y un avejentado actor norteamericano nos han pasado por encima, resulta que no hay crisis. Y se la niega a pesar de las evidencias y del ruido de sables que hay entre los distintos sectores que impulsan la economía de estas islas; a pesar del ruinoso "todo incluido" y de la reducción del número de turistas en Son Sant Joan; a pesar de la insostenible burbuja inmobiliaria reconocida por las más prestigiosas revistas internacionales de economía; a pesar del deterioro en la balanza fiscal de las cuentas públicas, del altísimo endeudamiento de las familias, de la inflación galopante y del deterioro del clima laboral. Y a pesar, sobre todo, del creciente desánimo que se vive en los distintos sectores afectados. Que en Balears son todos. O casi todos.

No importa. Para los representantes sociales no hay crisis. Cuesta de creer. Desde los últimos diez o quince años, vivimos inmersos en un acelerado proceso de proletarización, de la que sólo unos cuantos salen ganadores. Para éstos, la globalización ha sido una danza victoriosa. Para el resto, más bien, una danza macabra. Pero el tema no está en criticar la globalización -que, como proceso, es imparable- sino en prepararse para afrontar sus consecuencias. Por ello, es preocupante la obcecación por negar que los cambios acaecidos en la sociedad mallorquina durante los últimos treinta años deberían tener un correlato en el mercado laboral y en el tejido productivo.

La globalización exige un modelo en el que se dé prioridad a la formación de los trabajadores y al desarrollo de nuevos productos con un alto valor añadido. Las oportunidades que se presentan son equivalentes a la ausencia de alternativas. No las hay. Y mucho menos si lo de que se trata es de competir de tú a tú con un conjunto de países cuyo desarrollo está ligado a los bajos costes laborales y a la explotación intensiva de los recursos naturales. En tal situación, negar la crisis, no parece que sea la mejor formula para encarar el futuro.