Las cuentas de la vida

Mi amigo Torrendell

El nuevo ministro de Educación de la Argentina, Carlos Torrendell, es un fino lector de la obra de José Carlos Llop y de Lorenzo Villalonga

El nuevo ministro de Educación de la Argentina, Carlos Torrendell en una imagen de archivo.

El nuevo ministro de Educación de la Argentina, Carlos Torrendell en una imagen de archivo. / UCC

Daniel Capó

Daniel Capó

Mi amigo Carlos Torrendell es un hombre de silencios tanto como de palabras. Lo que se guarda no es el secreto sino la duda, que es uno de los sellos de la inteligencia culta. Escuchaba yo, precisamente estos días, el discurso de aceptación del Nobel de Jon Fosse, leído el pasado 7 de diciembre en la Academia Sueca. Es un texto memorable en el que reflexiona sobre la lengua oral y la lengua escrita. Allá donde la primera es retórica, y la mayoría de las veces monomaníaca e imperativa, la segunda brilla por su capacidad de expresar matices y de adentrarse en las distintas capas de significado que atesora la realidad. De ahí que la literatura construya nuestra intimidad de un modo que el discurso oral –y mucho menos el verbo chabacano de los doctrinarios de la política– ni siquiera puede intuir. Mi amigo Torrendell forma parte del reducido número de hombres capaces de hablar como piensan y de pensar como leen; es decir, con gusto, con finura y con inteligencia.

Este verano, mientras paseábamos por Mallorca, conversamos acerca del Mediterráneo como Europa y de la isla como puerto de paso. Las islas son puertos de los aromas, como dijo John Lanchester de Hong Kong, que no es una isla pero podría serlo. La clave es el mar y el comercio; también, claro está, la literatura que sella la memoria y le da sustancia. Hablamos entonces de José Carlos Llop –y de su libro de memorias En la ciudad sumergida, del que Torrendell es rendido admirador–, del Bearn de Lorenzo Villalonga, de Robert Graves y de Borges, de Rubén Darío y de Bernanos. Su tatarabuelo mallorquín, Joan Torrendell Escalas (1869-1937), acompañó a Azorín en su visita a Palma y se carteó de forma asidua con Miguel de Unamuno y con otros escritores e intelectuales del 98. Fue un catalanista moderado, un conservador convertido al Modernismo que escribió obras de teatro, ejerció con fiereza la crítica literaria y terminó triunfando en Buenos Aires al fundar –junto con su hijo Juan Carlos– la Editorial Tor.

Hablamos de Mallorca y de literatura, de Europa y de la romanidad, de la hispanidad y de América, mirando tanto al sur como al norte. La palabra une los océanos, del mismo modo que la memoria. Ahí reside uno de los secretos de la educación, que no es sino un puente hacia lo mejor de nosotros mismos. Rémi Brague lo denominó “la vía romana”, en un libro inolvidable –así titulado– donde explica por qué somos romanos antes que griegos o judíos: precisamente porque Roma nos permite serlo todo sin renunciar a nada.

A Carlos Horacio Torrendell el presidente Javier Milei lo acaba de nombrar Secretario de Educación, que es lo que nosotros llamamos ministro. Lo ha escogido como hombre del sector, como máximo especialista del país en el cheque escolar, como catedrático universitario, como constructor de puentes en un gremio especialmente difícil. Pero quiero creer que también lo ha escogido como el hombre culto, liberal y católico que es; como alguien que lee la historia de su país –y de la humanidad– con la mirada de la lengua escrita, ajeno a la lengua oral y a su retórica empobrecida; como alguien, en definitiva, llamado a servir a la cultura de la vida, que es la memoria literaria, y no a la cultura de la muerte oculta detrás del nihilismo, el rencor y el olvido.

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