Antoni Vadell contaba en los medios que cuando, hace cuatro años, el nuncio le propuso como obispo auxiliar de Barcelona, él alegó sus 45 años de edad como obstáculo. “Eso se cura con el tiempo” le espetó el embajador de la Santa Sede.
No ha sido posible tal sanación. La dolencia física ha podido más que la aparente enfermedad de la juventud y ha sido el mal real que ha sesgado una prometedora carrera eclesiástica de quien en el momento de su nombramiento fue el obispo más joven de España y el único mallorquín en activo, si exceptuamos al cardenal Ladaria, ahora en el candelero por su gestión de algunos escándalos de pederastia.
La muerte prematura pone en mayor relieve el hecho indiscutible de que la juventud marca por igual la trayectoria vital de Antoni Vadell en lo personal y en lo pastoral. Lo confirma el hecho de que colectivos juveniles catalanes firmen los mayores lamentos por su fallecimiento. Desde Barcelona llegan testimonios que hablan de su entusiasmo y de su capacidad de conexión con los jóvenes, una entrega que también pudieron experimentar varias parroquias de Palma y en la dispersa unidad de pastoral de Inca. Para hacer efectiva la aceptación de su mensaje no bastaba la licenciatura en catequística por la Universidad Salesiana de Roma. Había mucho de talante y actitud personal en ello.
Los mentideros eclesiásticos, siempre en ebullición y nunca transparentes, situaban a Antoni Vadell como el sucesor natural de Sebastià Taltavull al frente de la diócesis de Mallorca. Nunca podrá confirmarse el incierto pronóstico de las quinielas episcopales, pero la memoria de Vadell queda sellada como la de uno de los clérigos mallorquines más brillantes y activos de los últimos tiempos que ya gozó de prestigio electoral en sus tiempos de seminarista. La iglesia de Mallorca ha perdido a una de sus figuras más prometedoras y mejor aceptadas.
