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Lletra menuda | La lentitud alimenta la sospecha

Pandemia y lentitud en la reacción ante sus peligros es una pésima alianza de inseguridad y riesgo sanitario. No digamos ya si a ello se suma algún brote acentuado de irresponsabilidad. Se demuestra en el caso del supercontagiador de Manacor.

En enero un trabajador de un horno causa una sucesión de 22 contagios, entre ellos tres bebés de un año, por vía de su puesto de trabajo y el gimnasio en el que desarrollaba músculo.

Quienes le conocen le presentan tan extrovertido en el carácter como en el derrame de irresponsabilidad. «Se tomaba el virus a broma» aseguran mientras todavía resuena su mal augurio «os voy a contaminar a todos». La cuestión es saber por qué ha tardado tres meses en ser puesto a disposición judicial.

La dilación es otra forma de contagio y no solo sanitario.

El horno tuvo que cerrar unos días y desinfectarse a fondo y el gimnasio también ha padecido un periodo de inactividad. Pero la reparación y la precaución no han sido suficientes porque la clientela es suspicaz y exigente. Las manías son difíciles de extinguir y con ello el equilibrio económico se vuelve complicado.

Ocurre igual que en la circulación. Un mal conductor es suficiente para provocar el gran accidente. Los normas sirven de poco cuando el ciudadano, el supercontaminador en este caso, reniega de su responsabilidad. Pero no es menos cierto que la rapidez de reflejos es fundamental. La disposición de recursos inmediatos para neutralizarlo en previsión de males mayores hubiera evitado muchos disgustos.

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