La riada de Sant Llorenç dejó una estela de devastación difícil de olvidar, pero también inundó de solidaridad la comarca del Llevant. Tras el desastre natural del pasado 9 de octubre, hay miles de historias anónimas que aún hoy se recuerdan. Dos días después de que el torrente de ses Planes se desbordara y anegara la zona, Domingo Alcántara, como cada jueves, montó su camión en el que sirve pollos asados en la plaza de la iglesia de Sant Llorenç. Ese día no vendió ni una sola ración.

"Di de comer a 600 personas. Invité a todos los que trabajaban en el pueblo y se acercaban a la parada. Vinieron voluntarios de muchos lugares de la isla, bomberos, militares y también vecinos de Sant Llorenç, que lo habían perdido todo. La gente estuvo muy agradecida, me daban las gracias. Muchos solo habían comido un bocadillo por la mañana y, después de tantas horas de trabajo limpiando y achicando agua y barro, tenían hambre", recuerda Alcántara.

Ese día, el jueves 11 de octubre, este vecino de Manacor regaló 300 pollos al 'ast'. "Solo hice pollos porque había mucha cola y no me podía entretener. Lo más efectivo era asar pollos", detalla el hombre.

Hoy, como cada jueves, Domingo Alcántara ha montado su parada en Sant Llorenç, coincidiendo con el día de mercado en el municipio. "Hace diez años que vengo a Sant Llorenç, cada día voy a un mercado", explica.

"Quería colaborar y ayudar a los vecinos damnificados y a los voluntarios. Se lo comuniqué al Ayuntamiento que iba a regalar pollos. Ese día, había muchos voluntarios y efectivos en la calle. Koldo Royo preparó garbanzos, pero yo decidí también hacer de comer por si no llegaba la comida para todos", aclara Alcántara.

"Todos los que trabajaban en el pueblo estaban invitados a pollo asado. Hubo vecinos, gente mayor, que no tenían tiempo ni para comer", destaca el hombre.

Alcántara recuerda que ese día se acercaron algunos ciudadanos para comprar pollos al 'ast'. "Les dije que no, que ese día no iba a vender ni un solo pollo. Todos eran para regalar, para colaborar", insiste.

"Días después, me encontré en un supermercado con varios vecinos. Se acercaron e incluso me abrazaron para darme las gracias. Fue muy emocionante", reconoce el hombre, todavía impresionado por las muestras de gratitud, mientras no deja de despachar a clientes en su camión de venta ambulante de comida.