Coches con daños en los márgenes del torrente, islotes de suciedad en la cuenca, fincas rústicas completamente devasatadas, árboles partidos de cuajo, piscinas con aguas turbias de color marrón, postes inclinados a punto de caer, el campo de fútbol sin su césped, un cementerio de vehículos destrozados y la mancha de barro y sedimentos perfectamente visible en el mar. Tras una semana de la catástrofe natural que golpeó con dureza el Llevant de la isla, un helicóptero de la Guardia Civil sobrevuela el lugar. La zona cero, a vista de pájaro.

Desde el aire, todavía es visible la estela de destrucción que dejó la riada desde la parte alta de Sant Llorenç des Cardassar hasta la playa de s'Illot. La tromba de agua barrió todo lo que encontró a su paso.

La Guardia Civil realizó ayer por la mañana un vuelo de reconocimiento. El helicóptero del instituto armado recorrió el torrente de ses Planes desde Sant Llorenç hasta Son Carrió y de ahí hasta su desembocadura en s'Illot. Desde las alturas, se ven los coches convertidos en amasijos de hierro en diferentes puntos en las cercanías del torrente, islotes de suciedad e incluso los bomberos, guardias civiles y miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME), con maquinaria pesada, volcados en la búsqueda del niño de seis años Arthur Robinson, el último desaparecido que queda de la tragedia.

Una vez el aparato llega al mar, se distingue perfectamente la enorme mancha marrón del barro y los sedimentos que la riada depositó en la costa. En estas condiciones trabajan los submarinistas de los Geas y las embarcaciones de salvamento y del instituto armado.

Un investigador señala que días atrás la situación era peor, ya que el agua estaba mucho más sucia. No había apenas visibilidad bajo el mar. Aun así, los buzos realizaron constantes inmersiones y rastrearon palmo a palmo la desembocadura del torrente en la playa de s'Illot.

El helicóptero da media vuelta y enfila de nuevo hacia tierra. La huella que ha dejado la riada tardará semanas o meses en desaparecer.

El torrente parece una gruesa serpiente tiznada de marrón. En varios tramos curvos, se acumula la maleza. También hay enormes charcos. La piel del reptil parece resquebrajarse de un momento a otro. Encima de ella, trabajan los especialistas con una precisión de cirujano. La búsqueda del menor no cesa.

La aeronave sobrevuela Son Carrió y de nuevo llega a Sant Llorenç. Los tejados de las casas anuncian el final del vuelo. Con gran precisión, el aparato se posa en el campo. Ha pasado una semana y el rastro de la catástrofe aún sigue vivo en esta porción de tierra y también en el mar. Así, lo ven los pájaros.