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Con ciencia

Burbuja

Burbuja

Por lo que hace a los problemas que no es que se avecinen sino que ya han llegado, las autoridades suelen tender al platonismo filosófico, esa doctrina de interpretación de la realidad que mira para dentro ignorando lo que queda fuera de la caverna, siempre tan dado a las sombras chinescas. En particular ese desentenderse surge cuando las amenazas afectan a los bolsillos de los ciudadanos.

Las razones de tal pasión por el mundo de las ideas tienen que ver con la amenaza de las elecciones siguientes, bien cercanas desde el día siguiente a la toma de posesión. Reconocer que las cosas van mal es promover que los votantes busquen a alguien menos pesimista.

Cuando la burbuja inmobiliaria que nos dejó al borde de la quiebra hace una década era obvia, el presidente Zapatero negó incluso a gritos que la crisis económica existiese, por más que los bancos habían cerrado ya las alegrías de las hipotecas suicidas y comenzaban a preocuparse por la perspectiva de convertirse en promotores inmobiliarios gigantescos.

Aquel episodio dio paso al pánico por la posible, y cada vez más probable, intervención de Europa de la autonomía financiera y contable de España que se evitó —reconozcámoslo— gracias a Mariano Rajoy y su política de austeridad. Como secuela, la Banca española fue en buena medida rescatada, apareció el banco malo haciéndose con los activos en forma de miles de casas, apartamentos y chalets imposibles de vender, y aquellos inmuebles que quedaron en manos de los bancos buenos (es una forma de hablar) aún los están liquidando.

De acuerdo con Karl Marx, el no aprender de la Historia —y ni siquiera de las hemerotecas— lleva a que los errores se repitan, aunque añadiendo la clave cómica al drama. Algo así debe suceder para que el alcalde de Ciutat niegue que haya una nueva burbuja inmobiliaria en el sector de los alquileres de Palma.

No se termina de entender por qué, si es así, Hila invoque la necesidad de esperar para que las medidas municipales, como la que prohíbe los alquileres turísticos, tengan efecto. ¿Ha llegado o no el momento de dar por inútil cualquier paño caliente que nos ofrezcan?

Como dicen los gallegos, aunque las meigas no existan, haberlas haylas. Que los alquileres andan por las nubes es algo de lo más evidente para cualquiera que esté buscando un piso. Incluso el presidente del Colegio de los agentes de la propiedad inmobiliaria reconoce que la burbuja ya ha llegado. Pero con una particularidad que multiplica no poco los efectos más negativos de unos alquileres al alza en carrera loca. Se trata del problema que se refiere en estas páginas con un ejemplo personal: la chica dominicana que no encuentra piso porque le dicen a la cara que a los extranjeros no se les tiene por clientes deseables.

Por supuesto que eso de "extranjero" hay que tomarlo como es; ninguna persona con mucho dinero, ya sea un alemán, un sueco, un británico o incluso un ruso, tendrá dificultad alguna para pagar las barbaridades que se piden. Son los marroquíes, los sudamericanos, los trabajadores de cualquier continente los que ven cómo les cierran las puertas en sus propias narices.

Toda burbuja que crece, estalla. La que se cuenta en este diario tendrá ese final fácil de ser anticipado. Y lo malo es que puede que tampoco aprendamos de los errores que se reiteran. Sobre todo si se trata de autoridades capaces de creer que, como el mundo de las ideas, no hay nada.

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