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Análisis

La monarquía de Felipe VI, en el alambre

La sentencia contra Iñaki Urdangarin supone un nuevo revés para la supervivencia del sistema político

Juan Carlos I tuvo que abdicar en junio de 2014 por los negocios de su yerno. Efe

La condena a Iñaki Urdangarin y Jaume Matas es un clavo en el ataúd de la monarquía española. Los cinco años y diez meses son una repulsa al yernismo o al cuñadismo, como se prefiera. Los tres años y ocho meses al exministro de José María Aznar, la corrupción cotiza al mismo precio que el rap de mal gusto de Valtonyc, son una condena al cortesano que delinque para adular al monarca.

Juan Carlos I tuvo que abdicar por una concatenación de errores que desprestigiaron la institución. Las cacerías de elefantes y la influencia de la amiga íntima Corinna zu Sayn-Wittgenstein tiraron por la borda el prestigio ganado por el rey en los años de la transición del franquismo a la democracia.

El advenimiento del monarca fue una operación destinada a relanzar la imagen de la monarquía. Pero Felipe VI se encuentra en una situación radicalmente distinta a la de su padre y los problemas se acumulan.

El primero es que la Transición ha dejado de estar mitificada. A las generaciones nacidas en democracia les suena a chino la existencia de una dictadura de inspiración fascista nacida de una guerra civil. No entienden que la normalización democrática fuera el fruto de un espectáculo de trapecistas en el que el rey recogía en sus brazos a los que saltaban desde la derecha y la izquierda.

El segundo problema es que España nunca se ha encontrado cómoda en la estabilidad. Una monarquía parlamentaria puede acumular una calidad democrática muy superior a la de la mayoría de repúblicas. Lo demuestran las experiencias de los países nórdicos o del Reino Unido. Sin embargo, amplios sectores de la población española opinan que la II República supuso la cúspide del prestigio y la libertad en este país.

Cualquier equivocación es aprovechada para socavar la institución monárquica. Felipe VI ha cometido ya un grave error. Asumir la posición que correspondía al Gobierno en su discurso sobre Cataluña del 3 de octubre. Le llovieron los aplausos desde sectores políticos y mediáticos. Pero también se ganó enemigos que jamás le perdonarán su intervención. Una monarquía esquiva la indiferencia, pero no la hostilidad.

Carles Puigdemont, Quim Torra o Roger Torrent llevan meses sin hablar de independencia. Algún gurú de esos que, como Iván Redondo, igual trabajan para el PP que para el PSOE, les ha alertado sobre los miedos que genera la palabra independencia en buena parte de la población del Principado. En cambio, la república suena bien al oído de socialistas y comunes, votantes que rechazan la segregación de Cataluña.

La sentencia que condena a Iñaki Urdangarin es una nueva losa sobre la monarquía. Hará falta inteligencia para recuperarse de la imagen del cuñado del rey ingresando en prisión. Es cierto que retiró el ducado de Palma a Cristina de Borbón, pero esos gestos ya no calan entre la población.

José Ortega y Gasset publicó en 1930 un artículo titulado El error Berenguer. Dibujaba un retrato de la difícil situación en la que se encontraba Alfonso XIII, bisabuelo del actual monarca, tras la caída de la dictadura de Miguel Primo de Rivera y su sustitución de la llamada dictablanda del general Dámaso Berenguer. La reflexión se hizo muy popular por la forma en que acababa: "Delenda est Monarchia". Entre los argumentos se encontraban algunos aplicables a la situación política de ocho décadas después.

El pensador advertía de que la monarquía piensa que los españoles "moralmente pertenecen a la familia de los óvidos, que en política son gente mansurrona y lanar, que lo aguantan y lo sufren todo sin rechistar". Ortega compartía parte del análisis, pero consideraba intolerable que la institución "se prevalga de ello".

El descrédito de los políticos españoles, con delincuentes que se aprovechaban del dinero público mientras buena parte de población padecía las consecuencias de la crisis económica, no ayuda a preservar la institución. Ortega parece referirse a los sucesos de estas últimas semanas cuando escribe: "La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces es esta: '¡En España no pasa nada!'. La cosa es repugnante, repugnante como para vomitar entera la historia española de los últimos sesenta años; pero nadie podrá negar que la frecuencia de esta frase es un hecho".

El reinado de Felipe VI no está finiquitado, pero de ahora en adelante deberá andar con pies de plomo. Uno de los temores de la reforma constitucional es que se convierta en un plebiscito sobre la monarquía. No existe entusiasmo por la realeza -y menos desde que Letizia se ha convertido en un problema más que en un activo-.

Si el rey cree que los aplausos que recibe en los actos públicos son un aval sin límites a su labor, conviene que lea Así cayó Alfonso XIII, escrito por Miguel Maura, hijo del mallorquín Antonio Maura, que fue ministro con la monarquía y con la república. Cuenta que pocos días antes del 14 de abril de 1931, miles de madrileños vitorearon a la reina Victoria Eugenia durante un recorrido en coche entre la estación de Atocha y el Palacio Real. Probablemente fue el mismo pueblo que celebró el cambio de régimen en la Puerta del Sol.

Felipe VI debe ganarse el reinado día a día. La sentencia de Urdangarin no ayuda.

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