Hasta el momento no había dudas. Diego Torres decidió iniciar una experiencia empresarial de la mano de Iñaki Urdangarin no por su experiencia como consultor, sino por formar parte de la Familia Real como marido de la infanta Cristina y duque de Palma consorte. Pero Torres dijo ayer en su declaración que no fue esta la razón de asociarse con Urdangarin. No le interesaba ni siquiera los contactos que pudiera tener por su relación familiar. Tampoco que la Infanta pudiera ser un gancho para hacer negocios. Le convenció su condición de antiguo deportista olímpico y, sobre todo, por ser miembro del COE.

Torres, en realidad, no llegó a ser nunca profesor de Urdangarin en Esade. "Pude cruzarme alguna vez con él en el bar", aclaró. El encuentro de ambos se produjo en el año 2004 cuando Torres fue contratado para realizar un plan de estrategia en la empresa para la que trabajaba en ese momento Urdangarin. Era una filial de una gran empresa de patrocinio y representación de deportistas. Y fue entonces cuando ambos descubrieron que en España había una gran carencia sobre las actividades de patrocinio relacionadas con el deporte. Esta fue la razón por la que crearan el Instituto Nóos y se pusieran a trabajar juntos.

Aunque durante toda la fase de instrucción Diego Torres se ha dedicado a destruir la imagen de la figura de Urdangarin, presentando correos electrónicos que claramente le han perjudicado, ahora ya no sigue esta estrategia. Incluso le está apoyando, pero lo hace despejando la responsabilidad hacia otras personas que tuvieron relación con el Instituto Nóos, sobre todo hacia los hermanos Tejeiro. No aprovecha Torres ninguna oportunidad para señalar que todas las actividades de Nóos siempre contaron con una supervisión especial del personal de la Casa Real. El miércoles le tocó al inspector de Hacienda que revisaba la facturación, pero ayer le correspondió al conde de Fontao, el abogado del Rey, al que envió el monarca para que revisara los negocios de su yerno, después de que aparecieran críticas en la prensa sobre esta actividad. "A todos nos preocuparon estas críticas. A José Manuel Romero por las consecuencias que podían tener en la imagen de la Casa Real y a mí por mi condición de consultor". Torres quiere demostrar que él también estaba conforme en que no era adecuado que siguiera trabajando con Urdangarin. "Era igual si las cosas no se hacían mal. No podíamos luchar contra el mundo", señaló.

Mientras tanto la infanta Cristina sigue sentada en el banquillo y seguirá muchos más días de lo que lo previsto. No declarará hasta la próxima semana. El tribunal ha habilitado cuatro jornadas más de declaraciones. Serán los días 2,3,4 y puede que el 7.

Ayer no fue un día sencillo para ella. La acusación popular que la ha llevado a sentarse en el banquillo inicio ayer el primer intento para demostrar que ella estaba al corriente de las irregularidades que se habían descubierto en el instituto Nóos, porque no tendría sentido de que no se la hubiera informado de la sugerencia del conde de Fontao de la decisión que afectaba a su marido. Es cierto que exteriormente parece tranquila, pero en algún momento los nervios le provocan una situación de tensión. No salta, no hace comentarios inapropiados y ni siquiera hace gestos evidentes de su enfado cuando la acusación popular la nombra con tanta insistencia. Sus gestos son leves, pero muy expresivos. Lo más que hace es cruzar algún comentario con el otro acusado que está a su lado, pero toma la precaución de hacerlo cuando no se habla de ella. Lo que ayer quedó claro es la incomodidad que le supone a la infanta Cristina cuando se intenta implicar a su padre, el Rey emérito. La abogada de Manos Limpias lo intentó implicar varias veces, con el único propósito de dejar claro que el monarca estaba al corriente de las irregularidades que se estaban cometiendo en el instituto Nóos y se limitó a ordenar a su yerno que se apartara de estos negocios. Desde donde está sentada la Infanta es difícil que pueda ver directamente a la abogada de Manos Limpias. Y por ello la observa a través de la pantalla del televisor que tiene a su izquierda. Es suficiente para que con su mirada se interprete su enfado, aunque intente disimularlo. Mientras tanto su marido se pasó la mañana tomando notas.