Casi 150.000 pasajeros tenían que pisar ayer alguno de los 962 vuelos programados en las islas. Y la mayoría lo hicieron sin gran problema. De hecho, la realidad se quedó muy lejos de los temores. Que eran grandes. "Yo me esperaba que fuera peor, la verdad, incluso con cancelaciones, pero mi vuelo ha aterrizado en hora", comentaba Tomeu Abril, que aún así repartía estopa a los profesionales de las torres, recuperando la moda de hace cinco años: "Lo que no puede ser es que los pasajeros paguemos siempre el pato con un problema que es más político que laboral. Yo estuve a punto de cambiar el billete y hoy tenía media agenda en el aire por ellos, y siempre les da igual. Sus razones tienen, por supuesto, pero deberían también ser más responsables con su posición de privilegio: son insustituibles y eso se les paga con sueldos mucho mejores que la media de los demás, así que deberían actuar en consonancia", argumentaba cabal el viajero.

A su lado asiente con gesto de enfado otro viajero, Óscar Vázquez, que conoce al dedillo la polémica. "Es que me quedé tirado dos días en Madrid en 2010", dice. "Entonces se quejaron de que les habían militarizado, de que trabajaban con metralletas al lado y cosas así, cuando ellos nos hacen lo mismo a los demás: somos otros vez sus prisioneros de huelga. Pueden tener razón en muchas cosas, como pasó en 2010, pero la pierden abusando de su poder", añade el viajero, que lanza una idea: "Quizá lo que hay que conseguir es que no sean imprescindibles, y formar profesionales para que les sustituyan en cuanto fallen".

No sabe que eso es precisamente lo que intentó el Gobierno Zapatero, que trató de imponer recortes brutales y salió escaldado en diciembre de 2010. O lo que de algún modo se está implementando en la actualidad, con la sustitución en algunas torres de los controladores de siempre por técnicos de menor nivel de formación y sueldo reducido. Que ese es otro conflicto latente, quizá la causa del próximo paro. El de ayer, desde luego, no sirvió para gran cosa, más allá de para comprobar una vez más que los controladores solo pueden hacer pupa si se saltan los servicios mínimos o sufren una ansiedad colectiva como la que alegaron para sabotear el puente de la Constitución en 2010. Ayer fue solo una guerra sin sangre, guerra fría en pleno verano.