Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Reportaje

Queridos nietos: así luché contra los nazis

Escocesa de 96 años, Veronica More reside en Fornalutx desde hace décadas - A través de cartas narra cómo descifró mensajes de la fuerza aérea alemana; cómo sobrevivió a los bombardeos; su duro paso por la España franquista y su prematura viudedad

Queridos nietos: así luché contra los nazis

Una abuela escribe a su nieto Damian y le cuenta: "Al detectar alguna señal de radio de algún avión, apuntábamos todo lo que podíamos oír: comentarios, informaciones, advertencias, juramentos, sonidos de triunfo cuando disparaban a algunos de los nuestros y, finalmente, sus últimos gritos de terror y angustia (y a veces sus plegarias) cuando habían sido alcanzados y caían en espiral hacia la tierra. La mayoría moría con el nombre de su madre, esposa o amante en sus labios. Muy pocos se estrellaban gritando un desafiante Heil Hitler (...) Al escribirte esta carta me he dado cuenta de lo importante que fueron esos nueve meses que pasé en Alemania. Si no hubiera aprendido alemán, nunca hubiera hecho el trabajo que hacía durante la II Guerra Mundial, no hubiera ido a El Cairo y nunca hubiera conocido a tu abuelo y ninguno de vosotros hubiera nacido. La casualidad juega un papel importante en nuestras vidas, ¿no?".

La misiva forma parte del libro Letters to my grandchildren y desde luego no es la carta típica que una abuela escribiría a su nieto, pero es que la vida de Veronica More, escocesa casi centenaria que desde hace más de tres décadas vive en Fornalutx, está lejos de ser típica: ayudó a combatir a los nazis durante la II Guerra Mundial en el servicio de inteligencia británico en destinos como Londres, Egipto, Italia y finalmente en Bletchley Park, la villa en la que Alan Turing descifró a Enigma, la máquina de códigos del ejército alemán. Sobrevivió a varios bombardeos, incluyendo los del Blitz que arrasaron la capital. En la España de los años 40, su marido Tom fue arrestado por las tropas franquistas y ella sufrió un aborto que casi le cuesta la vida. Cuando cumplió los 40 años, quedó viuda y con la misión de sacar adelante a sus cuatro hijos ella sola (misión que cumplió con éxito).

Hoy, unas semanas después de cumplir los 96 años, Veronica, menuda y de ojos traviesos, asegura: "No me arrepiento de nada". Tampoco de haber decidido a los 18 años aprender alemán, la elección que marcó su destino.

"Quería hacer mi camino"

Veronica habla en castellano de forma pausada, y aunque hay palabras que se le escabullen de la memoria, hay episodios que tiene grabados a fuego. Se acuerda de que sus padres querían que hiciera como sus hermanos y se fuera a estudiar a Francia o Suiza. "Pero yo quería hacer mi propio camino", apunta. Y con 18 años, a finales de los años 30, se fue a pasar nueve meses a Stuttgart, a la Alemania nazi. No era muy consciente de ello, pero sí recuerda detalles como que "las calles estaban llenas de uniformes" y que en las puertas y escaparates de muchos bares y restaurantes "había pequeñas notas colgando en las que ponía: Juden unerwünscht, judíos no deseados".

Tenía un primo viviendo en Berlín que le presentó a una pareja de judíos a los que estaba intentando sacar del país y aprendió "que no era solo en los cafés donde los judíos no eran deseados". En esta carta a Stephanie) reflexiona: "Los jóvenes de hoy están mucho más al tanto de lo que pasa en el mundo de lo que estábamos nosotros entonces".

Volvió a su tierra y en 1939 se alistó en la Fuerza Aérea Británica (RAF). Aprendió el oficio de mecánica e hizo de conductora de ambulancias hasta que con tan solo 19 años la citaron a una entrevista secreta en la sede del ministerio del Aire en Londres. Días después, supo para qué había sido elegida: interceptar, transcribir y descifrar las comunicaciones de los pilotos alemanes.

Fue trasladada a un aeródromo en Hawkinge donde ella y sus compañeros sufrían bombardeos a diario, una experiencia que le impresionó mucho:"Yo estaba en contacto diario con los pilotos que nos estaban atacando. Conocía sus voces, su manera de hablar, su humor (si lo tenían) y tenía mis opiniones sobre ellos: algunos me gustaban y otros no". No había muchas mujeres por allí, pero asegura que "la mayoría no eran menos estoicas que los hombres, a veces lo eran más".

Superviviente del Blitz

Antes de sus misiones en el extranjero, Veronica residió en Londres donde vio demasiado de cerca -en el edificio de al lado- los bombardeos alemanes que masacraron la capital entre 1940 y 1941. En otra carta explica que ella y su amiga Rosemary dormían en el piso superior: "Al principio del Blitz decidí que si iba a morir quería hacerlo en mi cama y no en el sótano", justifica. Tras caer la bomba, que destrozó las escaleras y el techo de la casa donde dormían, tuvieron que "subir montones de escombros para llegar a la ventana (un trozo sin cristal en la pared)" para gritar a los guardias que estaban allí.

Apunta dos detalles que delatan su juvenil inconsciencia antes de ser rescatadas: "Rosemary pensó que debía ponerse su pijama de seda y yo recordé que me había pintado las uñas de los pies de un exótico color azul pálido: de lo que no nos dimos cuenta fue de que estábamos negras por la suciedad del techo destruido y no podía importar menos cómo íbamos vestidas".

"Nunca había estado tan asustado", narra, "cada vez que una bomba caía el edificio se sacudía como si fuera a derrumbarse". Cuando lo explica hoy, sentada en su luminosa casa mallorquina, se detiene en el momento en que tuvieron que atarse a una cuerda que les pasaron los bomberos y enfrentarse a un descenso de cinco pisos de altura mientras avanzaban por la cornisa al edificio de al lado: "Nos decían que miráramos hacia el techo y no hacia abajo". Consiguieron llegar y los bomberos las bajaron "como sacos" ya que iban descalzas y todo estaba cubierto de cristales. Décadas después viviría con sus hijos en un edificio situado enfrente de donde estuvo a punto de morir: "Me gustaba mirar esas cornisas y preguntarme cómo habíamos conseguido salir de allí".

Antes de ese episodio, Veronica ya había conocido al que sería el amor de su vida y su compañero de aventuras: Tom Weedon. Se conocieron en El Cairo. Trabajaban en la misma unidad tratando de controlar la posición de los aviones alemanes. Tras dos años allí partió a Conversano, Italia. El día después de que los nazis fueron expulsados del país hicieron una "visita no autorizada" al Coliseo, donde había soldados bailando y celebrando.

Su último destino durante la guerra fue Bletchley Park. Esta villa, donde los servicios de inteligencia trataban de descifrar los códigos nazis, ha saltado a la fama los últimos meses debido a la película The Imitation Game, que narra la historia del genio Alan Turing. El matemático consiguió descifrar la máquina Enigma -algo clave para la victoria aliada- y construyó el primer prototipo de ordenador de la historia. "¿Has visto la película?", pregunta Veronica, "es una maravilla". Ella no conoció a Turing ya que según explica en Bletchley Park cada uno trabaja en lo suyo y nadie sabía qué hacían los otros. Aunque la película le haya gustado y crea que refleja la realidad de la villa, para ella el tiempo que pasó allí fue muy duro.

El trabajo era agotador y aburrido y encima vivía con ansiedad el estar separada de Tom, que por aquel entonces estaba destinado en Bélgica. Un misil alemán cayó sobre el cuartel en el que vivía y él fue el único superviviente: fue encontrado tras pasar doce horas sepultado por los escombros. La separación y la tensión de la guerra fue demasiado para una chica que tenía poco más de veinte años.

"Tenía lo que se llama fatiga de guerra", narra. "No podía seguir, fui al médico y me mandó ingresar en el hospital". Allí compartió planta con pilotos trastornados por la batalla. Finalmente, consiguió que le dieran la baja: "Tras más de cuatro años en el ejército, quería recuperar mi autonomía".

Acaba la guerra

La guerra acabó y en enero de 1946 Tom y Veronica se casaron y decidieron hacer un viaje en furgoneta por Europa: ella escribiría artículos y él tomaría las fotos para ilustrarlos. Parecía que por fin les tocaba disfrutar de su juventud, pero nada más empezar la ruta, en Bélgica, Veronica se sintió mal y tras ir al médico descubrió que estaba embarazada. Le recomendaron descanso para evitar un aborto y la pareja decidió acortar el viaje, pero antes pasar por España. La España de Franco, "una España primitiva", en la que dos periodistas extranjeros resultaban sospechosos.

Dos guardias consideraron que los negativos de Tom podían ser peligrosos y les sometieron a un minucioso registro. A ella, "una mujer vestida toda de negro que parecía un personaje de una obra de Lorca", le hicieron desnudase para registrarla. Mientras se quitaba la ropa, Veronica silbaba La Internacional: "Me pareció oportunamente desafiante". Estuvieron varios días en arresto domiciliario en el hotel, y luego la Policía le devolvió el pasaporte a ella pero no a Tom, que estuvo tres días durmiendo en un calabozo en Madrid. Fue liberado, pero la pesadilla española no había terminado ya que Veronica empezó a padecer una fiebre altísima: tenía una infección causada por el aborto. La penicilina que consiguió a través de la embajada británica le salvó la vida.

El amor al Mediterráneo

Volvieron a Inglaterra, donde nacieron sus cuatro hijos, pero tenían ganas de irse al extranjero. El Mediterráneo que conocieron en Egipto y Italia les había enamorado y por eso hicieron caso a un amigo que les sugirió visitar en Mallorca "una pequeña aldea preciosa". Llegaron a Fornalutx un día de lluvia torrencial de1956.

Decidieron comprar Son Figuera, en la parte alta del pueblo. Como eran extranjeros debían pedir permiso a Madrid para adquirir un inmueble y, tras su anterior experiencia en España, tenían miedo de que Tom hubiese sido declarado persona non grata, pero afortunadamente "no había ordenadores ni buenos registros", dice Veronica sonriendo. Compraron la casa por solo 2.500 pesetas.

"No era fácil vivir en Fornalutx entonces, pero era tan bonito y la gente era tan buena...". Al principio venían de vacaciones, pero en 1959 decidieron mudarse pensando que a Tom, muy enfermo de los riñones, le iría bien. Disfrutaron juntos la isla hasta que nueve meses después Tom murió. Fue enterrado en el cementerio de Fornalutx.

El fallecimiento de su marido es la primera historia que Veronica cuenta en Letters to my grandchildren. En una carta a Olivia, describe el momento en que, tras morir Tom, fue a buscar a sus hijos a Deià, a casa de sus buenos amigos Beryl y Robert Graves.

Fue una viuda joven. Y no le quedó más remedio que volver a Inglaterra y buscarse la vida para sacar adelante a sus hijos, pero en cuanto se jubiló, volvió a instalarse en su valle mallorquín, de donde no se ha movido hasta ahora, excepto para tener nuevas aventuras (como irse con 78 años a hacer senderismo por Nepal) o para disfrutar de la costa en Cala Rajada.

A punto de convertirse en centenaria, mira la isla y cree que ha cambiado y que "ahora hay demasiados turistas, aunque la gente del pueblo siga siendo amable". Y mira al mundo y los conflictos de hoy y cree que "no aprendemos". Veronica acaba su libro con un mensaje a sus cuatro hijos, seis nietos y ocho bisnietos: "Espero que vuestras vidas sean satisfactorias y que cuando lleguéis a mi edad sintáis la misma gratitud". Su secreto: "Determinación". Su consejo: "Disfrutad".

Compartir el artículo

stats