El diplomático es un alto funcionario que se piensa las cosas dos veces para no decir nada. Esta maledicencia, que Inocencio Arias cuenta en Los presidentes y la diplomacia, es un consejo útil para Rafael Bosch. A veces se arranca los galones de Educación, se quita el mono del SOIB y toma el micrófono de portavoz del Govern. Es en este último papel cuando, con demasiada frecuencia, sus declaraciones se sostienen en pie con la misma consistencia que un castillo de naipes. Solemniza la opinión oficial del Ejecutivo sobre cualquier asunto y en apenas 24 o 48 horas los acontecimientos convierten sus manifestaciones en papel mojado.

El 4 de mayo aseguró que la decisión de Carlos Delgado de nombrar asesora a su novia no era "un error político" ni provocaría un "desgaste" de la imagen del Govern. La lluvia de críticas sobre el Ejecutivo abocó tres días después a la destitución de la consejera consorte por "un error estético importante", según la portavoz parlamentaria del PP.

Bosch anunció el 8 de junio que el Govern denunciaría a Vicenç Thomàs, exconseller de Salud socialista, por un asunto "muy grave". Según explicó el portavoz, los médicos cobraban unos complementos salariales que habían sido anulados por los tribunales. Menos de un mes después, ¿quién se acuerda de que el objetivo era llevar a Thomàs ante los tribunales? En cambio no se deja de hablar del barullo en el que anda metido el Govern por enfrentarse con el Sindicato Médico, cuya afinidad con el PP está fuera de toda duda.

Ni siquiera en su terreno, el de la educación, se ha escapado de los sobresaltos. La libre elección de lengua iba a solventarse en un principio con la creación de aulas diferenciadas según el idioma elegido. Después se descartó la idea porque supondría que algunas de las clases solo tendrían cuatro o cinco alumnos. La opción de Bosch pasó a ser que se diese el mismo tratamiento que cuando llega "un alumno procedente de una lengua no románica, como por ejemplo de países como China o Chequia". Solo que esta afirmación se hacía en medio de una política de recortes de profesorado que difícilmente permitirá dar "atención personalizada" a ningún alumno.

Al principio de su mandato hacía una encendida defensa de las políticas educativas que había pregonado Bauzá en campaña electoral: "Cuando el president dice que esta es la legislatura de la educación y no de las infraestructuras y que ´si hay un euro irá para educación´ eso es priorizar. En 2011 no se podrá hacer, pero en septiembre de 2012 ya iremos implantando [medidas para mejorar la enseñanza] y evaluando". De momento lo que sabemos es que Bauzá le ha cateado y abroncado en la evaluación de hace dos semanas.

La última metedura de pata del torpevoz –como se llamaba a Rosa Conde cuando hablaba en nombre del Gobierno de Felipe González– ha sido calificar de "proyecto extraordinario" la fantasiosa inversión en el puerto de Palma. El sucesor de Rosa Conde en el gobierno felipista fue Rubalcaba. En marzo de 1995, al regresar de un viaje, se encontró en el aeropuerto con un grupo de periodistas que le interrogaron sobre el conflicto del fletán que acababa de estallar entre España y Canadá. Rubalcaba aseguró, sin que le sudara la calva, que el Gobierno dedicaba todos sus esfuerzos a solucionar el problema. Cuando los representantes de la prensa se alejaron, el químico metido a político se dirigió a sus colaboradores: "¿Qué co... es el fletán?"

Ningún politico persuade a los ciudadanos si antes no está convencido él mismo –por inteligencia o fanatismo– de la calidad de la mercancía que vende. Rafael Bosch tiene una contradicción personal. Otra es de equipo. Personalmente no cree en las medidas que el president impulsa para minimizar la importancia del catalán en la educación. Colectivamente pertenece a un Govern que actúa sin analizar previamente todas las consecuencias de sus actos, como ha ocurrido en el caso de los médicos. Bosch es uno más del equipo, pero es el que cada viernes da la cara... y por eso se la parten –metafóricamente hablando– cada semana.