"Quiero entrar en el museo Saridakis, ¿cuánto hay que pagar?", decía el notario, hace más de veinte años, en la entrada del Palacio Marivent. "Tiene que solicitar autorización a la Casa Real", le respondían los vigilantes. Eso no era lo que la familia Saridakis quería oír. No era lo acordado.

En 1966 Ana Marconi, viuda del artista griego Juan de Saridakis, donó a la comunidad autónoma el palacio de Marivent incluyendo el ajuar, los útiles, el mobiliario y el inmenso patrimonio artístico. Una de las condiciones de la donación era que la gente pudiera contemplar los picassos y los sorollas de la pinacoteca, maravillarse con los millares de libros de la biblioteca y disfrutar con las piezas de cerámica y los grabados. Pero se vetó el acceso al público y nadie pudo disfrutar del legado Saridakis. Nadie excepto cinco personas: don Juan Carlos, doña Sofía y sus hijos Felipe, Elena y Cristina.

Y es que unos años después de haber recibido este tremendo regalo del artista griego, la diputación provincial decidió ponerlo a disposición de los Reyes para sus vacaciones de verano. Se hicieron varias reformas para que el palacio, situado en un terreno de 33.000 metros cuadrados, se convirtiese en la confortable segunda residencia real. Más baños, más habitaciones, una piscina, unos retoques por aquí, otros por allá, y listo. En 1973 los futuros Reyes (la coronación fue tres años después) y sus hijos pasan su primer verano en Marivent. El primero de 38.

Sus majestades tendrían que haberse buscado otra residencia estival si el heredero de todo este patrimonio, el hijo de Ana Marconi e hijastro de Saridakis, no hubiese renunciado a reclamar el palacio En 1971 José Herrman Marconi acordó con Patrimonio Nacional que éste le compraba unas tierras suyas lindantes con el palacio y una pequeña casa (por más de cien millones de pesetas) a cambio de que él se abstuviese de exigir la devolución del inmueble. Todos contentos.

Hasta 1983. José Herrman Marconi empezó su batalla legal para recuperar los muebles y el patrimonio artístico donado por su madre. Antes se intentó arreglar ´por las buenas´. Cuando Herrman se dio cuenta de que el museo ideado por su padrastro sólo abría sus puertas para la familia real negoció trasladar el mobiliario y las piezas de arte a otro edificio, para que sí pudieran ser exhibidos al público. El intentó no cuajó y el hijastro del artista acudió a los tribunales, donde demostró, como había comprobado su notario, que estaba vetado el acceso al público. Y los estatutos de la Fundación Saridakis lo decían claro: a los dos meses de no utilizarse el edificio como museo u otra actividad cultural, el mobiliario debe revertir al anterior propietario. En 1986 el magistrado Gabriel Fiol le dio la razón. Se presentaron recursos. La Audiencia Territorial ratificó la sentencia y criticó a la comunidad autónoma por su negligencia. En 1988, el Tribunal Supremo ordenó definitivamente la devolución de los bienes. La sentencia se hizo pública dos meses antes de las vacaciones del Rey.

Antes de la última sentencia, los que eran president y el líder de la oposición, Gabriel Cañellas y Francisco Triay,unieron esfuerzos para hacer un último intento in extremis de solventar el problema antes del verano. Pero no hubo acuerdo y el Supremo acabó condenando a la comunidad.

En septiembre de 1988 los cuadros, muebles, cerámicas y libros se empaquetaron en cuatro contenedores rumbo a Barcelona. Lo último en salir fue una araña de cristal de Murano, que se resistía debido a su especial anclaje. Tuvo que venir un especialista de la ciudad condal aposta para quitarla. Como si la araña de cristal de Murano no quisiese irse.