Unió Mallorquina nació en casa de Gabriel Escarrer. Su padre fue Jeroni Albertí. Su madre, las desavenencias entre las familias de una UCD en descomposición. El primer presidente de la preautonomía balear estaba abiertamente enfrentado a Santiago Rodríguez Miranda, ministro de Trabajo en el último gobierno centrista. "Estoy harto de este tío... voy a montar un partido". Corría 1982. Estaban sentados a manteles los dos cuñados –Albertí y Escarrer– con José María Lafuente López. Entre platos y copas quedaron establecidas las bases del nuevo partido. "Similar a Alianza Popular, pero con un matiz más nacionalista, no separatista". Alí mismo se hizo una lista de "diez o doce personas" de las que nació un partido que feneció, enfermo de escándalos, el 28 de febrero de 2011.

Los estatutos fueron presentador poco después de las elecciones generales del 28 de octubre de 1982. Las de los 202 diputados del socialismo de González. Las de la debacle del partido creado por Adolfo Suárez. Las del nacimiento de Alianza Popular –después Partido Popular– como oposición mayoritaria. En el núcleo fundacional estuvieron –además del propio Albertí– Pere Llinàs, Guillem Vidal, Pere J. Morey, Miquel Torelló, Jordi Dezcallar, Miquel Bosch, Sebastià Jordana, Joan Noguera, Francisco Bárcenas y Carmen Sagrado. ¿Del equipo de once que asistió el parto, queda alguno para amortajar al difunto? Todos tomaron otros rumbos. Incluso Albertí llegó a abandonar la formación, aunque regresó después de que Maria Antònia Munar rompiera los lazos con el PP.

El congreso constituyente se celebró el 19 de marzo de 1983. La gran estrella invitada fue Miquel Roca i Junyent, que recorría España pergeñando su idea –fracasada– de la Operación Reformista. "Mallorquinismo, regionalismo y reformismo" fueron las tres palabras sobre las que UM, que ya contaba con 943 afiliados, construyó su lenguaje político.

Un partido y 28 años por delante para ser protagonista de la vida política de Balears. Sus cosechas de votos fueron escasas, pero suficientes para decidir mayorías. La historia es larga. Demasiado para una página de periódico. Solo cabe resumirla en cinco episodios seleccionados y un epílogo.

Primer capítulo. El pacto secreto. UM concurrió a las primeras elecciones autonómicas celebradas el 8 de mayo de 1983. PSOE y AP, o lo que es lo mismo, Fèlix Pons y Gabriel Cañellas sumaron 21 diputados cada uno. Los seis diputados del partido recién nacido eran decisivos para formar el primer Govern de Balears. Aunque más determinante fue la intervención de los March. El pacto firmado por Cañellas y Albertí se guardó en la caja fuerte de la sede de la Fundación, en la calle Castelló de Madrid. "Con la fuerza de lo que representa la casa March dijo algo así como que Fèlix Pons debía tener paciencia, que ya tendría sus oportunidades", recordaba Lafuente poco antes de fallecer. Jeroni Albertí asumió la presidencia del Consell de Mallorca. La institución comenzó a ser conocida como Sa Repartidora.

Cuatro años después, el pacto postelectoral se repitió. Pero Albertí cedió el Consell a Joan Verger y se instaló en la presidencia del Parlament.

Segundo capítulo. El acuerdo preelectoral. Las diferencias en el seno de UM comenzaron en 1988. Albertí y Pere J. Morey se enfrentaron y el fundador abandonó la presidencia en el congreso celebrado este mismo año. Antoni Pons tomó el relevo y se produjo una aproximación al PP. Cuajó una coalición preelectoral que logró la mayoría absoluta en el Parlament. Sin embargo, en una parte del partido existía el temor a convertirse en una reedición de Unió Valenciana, que terminó absorbida por el PP. De esta opinión era el propio Jeroni Albertí, quien en 1991 abandonó la formación que había creado

Tercer capítulo. La ruptura. Maria Antònia Munar fue elegida presidenta en 1992 en el transcurso del V Congreso. En aquella época ocupaba la conselleria de Cultura. La estrategia que marcó desde el principio de distanciamiento con los populares la enfrentó a Gabriel Cañellas.

El veterano president elaboró una plan para liquidar a su competidor por el voto del centroderecha. Primer paso: destituir a Munar de su cargo en el Govern. Segundo paso: arrastrar hacia el PP a un sector de Unió Mallorquina en el que se alineaban el propio secretario general, Francesc Salas, y su antecesor, Pere J. Morey, entre otros. Tercer paso: elevar del 3 al 5% el porcentaje mínimo para entrar en el Parlament con el objetivo de que UM, expulsada de las instituciones y sin los hilos del poder en sus manos, desapareciera.

Cañellas lo tenía casi todo calculado. Pero erró por unas décimas. Tres, para ser exactos. UM entró en el Parlament y su concurso resultó decisivo para formar la mayoría en el Consell de Mallorca. Sin este puñado de votos, todo cuanto se cuenta a partir de ahora no hubiera ocurrido jamás. En el camino transcurrido hasta entonces, los nacionalistas habían perdido más de la mitad de sus votos. De los 47.000 de 1983 a los 19.900, que representaban el 5,3% de los emitidos en toda Balears.

Cuarto capítulo. De la derecha a la izquierda. En 1995, Maria Antònia Munar se convirtió en presidenta del Consell con el apoyo de toda la izquierda. En 1999 repitió en el cargo. A cambio, respaldó con sus diputados un Govern presidido por Antich y formado por el PSOE, el PSM e IU.

Fue un fracaso. En 2003, Matas recuperó la mayoría absoluta para el PP en el conjunto del archipiélago, pero, en un gesto que muchos en su partido solo le perdonaron por ser el gran triunfador, permitió que Munar y UM siguieran gobernando el Consell de Mallorca Allí, con el respaldo dócil de los votos del PP, comenzó a crearse la red clientelar que se investiga en la Operación Maquillaje y se decidió la venta de Can Domenge a un precio de saldo.

En este tiempo, Matas lucía su mejor sonrisa mientras se reunía con Munar y, al mismo tiempo, desde el PP se maniobraba para que la siguiente fuera la vencida, para que UM dejara de ser un problema.

Quinto capítulo. La vorágine final. En 2007, Munar, lejos de mostrarse agradecida con Matas, volvió a aliarse con la izquierda. Según la derecha, el pacto escondía un acuerdo con Zapatero para evitar que los fiscales se interesasen por los escándalos que comenzaban a salpicar a los nacionalistas. Menudos profetas. Munar se había preparado, decían, una retirada tranquila que incluía su acomodación en la presidencia del Parlament, el abandono de la dirección del partido y una jubilación dorada entre el Passeig Marítim y Costitx.

Nada salió según lo previsto, si es que estaba previsto. Munar dejó la presidencia del partido en manos de Miquel Nadal en 2007. Dos años después, acosado por los casos de corrupción, el concejal palmesano tiró la toalla. Le sustituyó Miquel Ángel Flaquer. Apenas aguantó unos meses y la operación Voltor se lo llevó por delante. Joan Monjo se puso al timón de forma provisional. El año pasado, Josep Melià presentó un partido "refundado", que a duras penas ha subsistido un año.

Epílogo. Entierro y ¿resurrección? El 28 de febrerp de 2011, cuando solo faltaban nueve días para que se cumplieran 28 años desde la celebración del congreso constituyente, el 85% de los integrantes del Consell Nacional de Unió Mallorquina aprobaron liquidar el partido. La corrupción, tenazmente perseguida por los fiscales que según el PP trabajan al dictado de Zapatero, logró aquello en lo que fracasaron Cañellas y Matas: la desaparición de UM. Al mismo tiempo –como si se tratara de Batasuna– decidieron concurrir a las elecciones con otra marca. Convergència de les Illes Balears. Pocos apostarán que el 22 de mayo se salvará por unas décimas.