Jaume Font carece de perfil, choca siempre de frente según atestiguan quienes se han enfrentado a él en una pista de baloncesto. Por tanto, ha encarado con una sobredosis de sentido común una muerte política que, como todo fallecimiento, siempre se improvisa. Había reservado el coraje de su carrera para la despedida y, por no teñir de heroísmo las viciadas pasiones terrenas, cabe recordar que se declara decepcionado del proyecto que apoyó con entusiasmo en el último congreso del PP.

Font no puede abandonar a los populares que quintaesencia, tan sólo se despide del PP de los señoritos. Por orden de aparición, María Salom de España, Carlos Delgado, José Ramón Bauzá y Mateu Isern, por no hablar de José María Rodríguez. Los candidatos conservadores han de demostrar continuamente su vinculación con la sociedad isleña, precisamente porque el PP mallorquín ha roto amarras con Mallorca. En mayo confundirá como un alarde españolista los resultados que obtendrá gracias a la crisis económica.

Frente a la simulación de los señoritos candidatos, Font es mallorquín desde la primera foto. Aunque posee dos licenciaturas menos que su santo patrón Gabriel Cañellas, ha olfateado en Túnez y Wikileaks que el mundo no se hunde si los políticos confiesan sus frustraciones. Su nobleza no está en abandonar el PP, sino en hacerlo con estilo cuando se aproxima la hora del reparto del botín. Font se emparenta a la gallardía de Miquel Munar y aventaja a los consellers de Matas –Flaquer, Cabrer, la inmaculada Castillo–, agazapados a la espera de las sobras del banquete. El ex alcalde de sa Pobla se distancia también de nacionalistas de salón como Cristòfol Soler, Joan Huguet y otros, receptivos a toda humillación. El sarcasmo se redondea con la sustitución del defector por Bauzá, que ganará las elecciones al escondite. Font demostró ayer que los auténticos mallorquines se identifican en la hora del adiós.