Toda persona será atrapada por sus contradicciones, a condición de que viva lo suficiente. Rafael Perera es el deportivo octogenario que acaba de sufrir esa experiencia. Ha interpretado tantos papeles a lo largo de su carrera –abogado, juez, abogado ex juez, miembro del comité ético del PP, militante en el Opus, defensor de Cañellas y Matas– que en algún momento debía producirse el cortocircuito.

Perera es casi más famoso que el guardia de seguridad privado de los juzgados. El martes se aprestaba a defender de nuevo al presunto Matas, y se encontró con el chasco de que tenía que defender además a un tal Rafael Perera. Un nuevo cliente no es mala noticia para un abogado, salvo que a uno de sus patrocinados deberá representarlo gratis. Mientras exigía la anulación de las cintas –de acuerdo con el criterio Gürtel de que un letrado jamás puede cometer una ilegalidad–, debía maldecir el momento en que se le ocurrió debatir con el ex president la feliz propuesta de que Bartomeu Barceló arbitrara el interrogatorio de la fiscalía. Era imprescindible jugar en casa.

Siempre con la idea de que el mundo se hizo a su medida, Matas pretendía acogerse a su derecho a declarar ante el fiscal que elija. En el ya célebre intercambio entre cliente y abogado –ahora también cliente– del pasado domingo, se decide recurrir a Bartolomé Barceló como último cartucho. Las premuras dan idea de la fragilidad de la defensa, a la hora de contrarrestar el ingente flujo de capitales del matrimonio presidencial.

La frase histórica de Perera –más jugoso que Matas, y no digamos que el dúo Areal– es "sí, sí, nos tenemos que ir acostumbrando" a que el palacete de Madrid es ahora de Bartomeu Reus. Porque el cambio de propiedad, presuntamente ficticio, sólo se produce una vez que comienza la investigación judicial. Hasta entonces, dos administradoras y dos vendedores del lujoso piso de un millón de euros identifican a Maite Areal como propietaria. Entre otras cosas, porque siempre se presentaba como la dueña, según caudalosos testimonios.

La familia Matas reformó el piso citado –"un inquilino no puede encargar obras de ese tipo", se lee en las cintas–, según testigos, y lo ha venido ocupando hasta ahora mismo. La ex esposa de Bartomeu Reus anunció que el hijo de ambos se prepara para estudiar en Madrid, y que su marido no le ha comunicado que disponen de un piso en la capital. El ex ministro dice que el piso pagado con fajos de billetes dejó de interesarle. A continuación, lo ocupa a perpetuidad, y allí durmió el último fin de semana. Un desinterés apasionado.

De hecho, el palacete madrileño de los Matas salió a la luz por el estupor de una vecina, la banquera mallorquina que exclamaba "¡pero cómo pueden estos vivir en el mismo sitio que nosotros!" Cuarenta millones de españoles comparten hoy la admiración ante los malabarismos económicos del ex president, que ayer ya mencionó una herencia misteriosa, aunque todavía no ha aparecido el curalotodo billete de lotería.

Vista la intervención desastrosa del primer miembro del dúo Areal, era preferible que su hermana y alto cargo del gobierno de Esperanza Aguirre se refugiara en un decoroso silencio, para no empeorar una situación peliaguda. Es el único arranque de estrategia jurídica de la semana. Mientras los congregados calculaban cuántos euros llevaba puestos –a la altura de Maria Antònia Munar, pueden competir en liquidez–, la esposa de Matas sufría el martirio de verse forzada a estar varias horas sin comprarse nada. Federico Trillo debe denunciar de inmediato esta violación de los derechos humanos.

La señora de los palacetes comparte el trauma de su esposo, aparentar pobreza. ¿No es Maite Areal quien informa a Perera siempre Perera de que "le dijeron a Tolo Reus que pagarían un importe adaptado a la zona". Es decir, los inquilinos abonaron la entrada del piso, realizaron obras importantes en el mismo, se encargaron de los acabados, lo ocuparon a perpetuidad e impusieron el precio del alquiler, sin fijarlo siquiera. Me pido un casero como el ex presidente de Gesa, por no hablar de su sueldo de decenas de millones de pesetas.

Si Matas es un mero inquilino del palacete madrileño, asombra su nerviosismo cuando se inicia la investigación de la Guardia Civil sobre la compra del lujoso inmueble. El ex president imaginaba que las indagaciones corrían a cargo de periodistas, y reprende al editor que creía al frente. Son los riesgos de su tren de vida, difícil de compatibilizar con unos ingresos que apenas le permitirían comprarse las escobillas de sus residencias.

En la barbaridad urbanística más sobresaliente de la historia de Balears, también llamada Palma Arena, el ex president vuelve a dar muestras de su labilidad al interpretar la amistad y el liderazgo. Descarga sobre el anodino Pepote Ballester –no se atreve con Rosa Estarás, porque sabe demasiado sobre él–. Para aceptar que los carísimos García Ruiz podían ser contratados por el insignificante director general de Deportes, o que el regatista disponía de cobertura para inflar un presupuesto en ochenta millones de euros, la primera condición es no haber vivido en Mallorca de 2003 a 2007. Matas es refractario a asumir responsabilidades, siempre ha pensado que el Prestige se controla mejor desde Doñana. Ninguno de sus subordinados puede alegar ignorancia. Desde el primer momento conocían los riesgos que asumían. Pagarán a escote los delirios de su jefe.