Biel Riera tenía doce años cuando vio izar la bandera republicana en Sóller. "La plaza estaba llena de gente que gritaba ¡libertad! y pedía un cambio en las escuelas. "Apenas sabíamos de sumas y restas, pero sí todos los padrenuestros y avemarías". Todavía no alcanzaba a comprender lo que ocurría, pero algo intuyó cuando el maestro don Vicente les explicó el cambio de retratos en el aula. "Nos dijo la Monarquía es hereditaria y está siempre. En la República, el pueblo elige al que manda y si no lo hace bien, lo puede echar. Me gustó la idea". A los 17 años tenía clara su "preferencia por las ideas liberales" y se afilió las juventudes socialistas y comunistas. Llegó la guerra. "No podía entender que un vecino se vistiera de falangista, fusil al hombro y matara a otro vecino por sus ideas". Pronto llegaron a su casa. Se llevaron a su padre, herrero de profesión y líder sindical, que se había instalado en Palma por las dificultades para encontrar empleo. Él y su hermana se ocultaron un tiempo en una possessió de Llucmajor. Al regresar, le ordenaron personarse en el cuartel de la Falange del Arenal. A partir de aquí inició un largo peregrinaje por diversos campos de concentración de la isla para hacer trabajos forzados. "Los iban moviendo según avanzaban las obras de las carreteras. Cuando ya había que caminar mucho para llegar a la obra, habilitaban otro campo". De aquellos días tristes, recuerda la humanidad de dos hermanas de Santanyí. "Cuando estábamos haciendo la obra cerca de su casa, aprovechaban momentos de despiste para dejar que algún prisionero entrara y tuviera unos minutos de contacto con su mujer, que lo esperaba dentro. Se jugaban la vida".

Tras ordenarse el desmantelamiento de estos campos -"nos tenían que matar o soltar"-, a un grupo de casi 60 les enviaron a Madrid, al campo Miguel de Unamuno, y más tarde a Tetuán, donde trabajaron en el aeropuerto. Las condiciones empeoraron notablemente y un grupo de cuatro planeó fugarse: Toni Cerdà, de Pollença, Toni Salvà, de Sineu, José Bueso, de Teruel, y él. "Nos fallaron los cálculos. Las montañas del Rif eran duras. Nos quedamos sin comida y nos pillaron a los ocho días".

La vida en el campo de concentración de Tetuán siguió siendo dura, aunque la mediación de un sargento les liberó de convivir con los delincuentes y les trasladó a una sala conocida como ´el cafetín´, donde incluso vivieron veladas artísticas de cabaret de precursores de las ´drag queen´ . Sus compañeros tuvieron otros destinos y quedó sólo y angustiado, tras haber superado un proceso por el intento de fuga que a punto estuvo de costarle la vida. Pidió traslado sin imaginar lo que le aguardaba. "Me mandaron a Cádiz, a Sierra Carbonera, el peor campo. Vivíamos amontonados como animales. Una decena en una habitación de tres metros cuadrados. Hacíamos allí nuestras necesidades y los más débiles dormían junto a ellas". Por su expediente, le destinaron al pelotón de castigo. Trabajaba 14 horas en unas fortificaciones subterráneas de defensa por si se atacaba el Peñón de Gibraltar. Se alimentaba de agua hervida con almejas y cree que sobrevivió "porque comía todos los caracoles que encontraba. Mi madre me había dicho de niño que prevenían la tuberculosis". Por las noches les azotaban con látigos de cable telegráfico. A los guardianes les gustaba amarrarlos en las alambradas y hacerles cantar el Cara al Sol para luego apalearlos o levantarles a las cinco de la mañana en pleno invierno y obligarles a meterse desnudos en charcas, tras romper el hielo. De los 600 prisioneros, murieron 475. "Llegaban tantos muertos al hospital, que hubo una inspección. El coronel al ver el campo dijo: ´esto es un cementerio de hombres vivos´ y se clausuró el campo". A Biel Riera lo mandaron al campo de Cerro Murriano, en Córdoba, donde consiguió la libertad en agosto de 1942, tras mediar la familia y obtener informes favorables. Había pasado seis años de cautiverio.

"Me sentía un extraño en Mallorca, no tenía ganas de salir, como el resto de los jóvenes". No tuvo más remedio que hacer dos años de mili y decidió cambiar de país. "Por Franco, me fui a Argelia en patera con otros tres". Allí se casó con Ángela, de origen francés . La guerra les devolvió a España. "La transición me ha defraudado. Salvo la legalización del Partido Comunista y que toleraron las elecciones, no cambió nada. Todos siguieron en sus puestos". Cuando se le pregunta por el advenimiento de la Tercera República, responde "¡ójala!". Se emociona al rememorar tanto padecimiento, pero no alberga rencor. "No siento odio, siento vergüenza de que puedan existir personas tan sanguinarias".