Todo debe ser sostenible, incluida España por supuesto y eso, invariablemente, pasa por renegar de los proscritos independentistas. Es el menaje que ha dejado Alberto Nuñez Feijóo a su paso por Palma. El presidente de la Xunta vino para advertir de los peligros que representa Pedro Sánchez y quizás para recordar que él sigue ahí, por si acaso Pablo Casado, el PP en general en este caso, no logra desencallar el próximo día 26. Le avala Biel Company, lo cual, visto el descenso que ha experimentado en la liga política balear después de las generales, tampoco es excesiva garantía. Pero vaya, hablábamos de sostenibilidad de los mensajes.

Esa es la palabra comodín a falta de mayores recursos oratorios y de creatividad reciclada. Vende lo verde, pero el problema es que los programas no maduran en forma de práctica comestible para el ciudadano. Catalina Cladera se atreve con más de 140 compromisos de etiqueta sostenible para asumir la presidencia socialista del Consell y que encabeza con la nada novedosa promesa de acabar con las listas de espera en la asistencia a la dependencia.

En Mallorca ya no hay campaña electoral sin nuevos proyectos de mejora de las comunicaciones entre Palma y el aeropuerto. Un año se llama tranvía, el otro metro y ahora Més, que no admite rivalidad -teórica- en eso de la sostenibilidad, lo refunde con la denominación de trambús. Más barato, más ecológico, con frecuencia constante y carril segregado. Ideal, pero no se hagan ilusiones, por favor, hasta el día que arranque y su longitud serpenteante sea compatible con las calles de la Platja de Palma. De lo contrario, pueden acabar sujetos a un atasco de decepciones.

Esa es la cuestión. Se trata de determinar si a fuerza de arrastrar tanta promesa electoral vana, los mensajes actuales pueden considerarse sostenibles. Habrá que bajar el listón en cualquier caso y es muy probable que la mejor forma de dotarlos de credibilidad sea exhibir realizaciones concretas y no tanto reconversiones de incumplimientos reiterados.