Debe ser una tendencia natural, y muy humana, que cuando la situación, en este caso económica, es complicada, recordemos otros momentos pasados también difíciles para compararlos y buscar diferencias, pero sobre todo similitudes por si se pudieran repetir y pudiera servir de ayuda lo aprendido en el pasado.

Sin ir más lejos, en el programa de radio “De Boca a Orella” del cual soy colaborador, el equipo de ese espacio de RNE me pidió que hiciera un breve repaso de pánicos bursátiles del pasado para el programa de este lunes. Y claro, no voy a reproducir aquí todos los pánicos sufridos desde el primero del que se tiene noticia, que fue la crisis bursátil de los tulipanes en 1637 (el bulbo del tulipán llegó a costar lo mismo que una casa), 35 años después de que se fundara la primera bolsa regulada del mundo en Ámsterdam. Sin embargo, sí que puede ser interesante que, de la Gran Depresión de los años 30 del pasado siglo, de la Gran Recesión de 2007/2008 con la caída de Lehman Brothers y de la gran inflación de los 70 provocada por las dos crisis del petróleo, saber que esta última es la más parecida a la situación actual en que debatimos si estamos ante otra crisis de gran inflación, actualmente en el 9.8% a nivel global.

El primer error de este periodo inflacionario que nos ha tocado vivir es que la mayoría de bancos centrales y muchos economistas, entre los cuales me incluyo entonando el mea culpa, fue pronosticar que era una inflación coyuntural por las grandes inyecciones monetarias durante la pandemia y que no sería más permanente mientras no se recuperaran los niveles de empleo pre-COVID. Pues bien, los niveles de empleo se han venido recuperando a un ritmo mayor de lo esperado, sobre todo durante la expansión económica post-COVID del 2021 y además se ha producido este año ese evento raro inesperado del que nos ha hablado Taleb tantas veces y que en este caso ha sido la guerra en Ucrania. Así, con una recuperación mayor de lo esperado del mercado de trabajo que ha presionado al alza la inflación vía salarios, y una crisis energética y de suministros alimentarios por la invasión rusa de Ucrania que ha disparado los precios de estos productos, la inflación ha dejado de ser coyuntural para ser más duradera, que no permanente.

Veamos ahora que podemos esperar de las políticas monetarias y fiscales en los próximos meses para combatir la inflación. Primero de todo, y de mucha importancia, la mayoría de bancos centrales están enmendando su inacción inicial y ahora sí parecen decididos a tratar seriamente la inflación con una clara política monetaria contractiva de subidas agresivas de tipos de interés. Este cambio de política lo ilustra muy bien el siguiente dato: 33 de los 38 bancos centrales más importantes del mundo han subido tipos de interés durante este año, confirmando este giro de 180 grados en su estrategia inicial de laissez faire.

Es el actual estado de cosas, una vuelta de algún modo a los 80, pero no del todo porque por aquel entonces tanto la política monetaria como la fiscal eran contractivas en la segunda mitad de los 80. Hoy, solo es contractiva la política monetaria, la política fiscal es claramente expansiva, con un incremento de la deuda pública global en un 6% para financiar el apoyo público a familias y empresas. De hecho, si somos rigurosos, también en la primera mitad de los 80 el Reaganomics era claramente expansivo en materia fiscal, con bajadas agresivas de los tipos impositivos y no fue hasta la segunda mitad de esa década que se consiguió doblegar la inflación con una política monetaria y también fiscal contractiva.

Esa es la lección que conocemos y, por tanto, la pregunta es: ¿Doblegaremos a la inflación solo con subidas de tipos de interés o necesitaremos también de una política fiscal de equilibrio en los presupuestos públicos y reducción de deuda? Si vemos lo que paso en los 80, la respuesta seria no, pero también vimos después de la crisis de la Gran Recesión a partir del 2007 que la política fiscal claramente contractiva de la austeridad junto a una política monetaria expansiva no pareció la mejor receta para salir rápido de la crisis.

Y ya para acabar, dos reflexiones adicionales para Estados Unidos y para Europa. En Estados Unidos parece que todos tenemos claro que las subidas de tipos para combatir la inflación van a tener un coste en la actividad económica del país, pero ¿de cuánto puede ser concretamente en el mercado de trabajo? Un reciente estudio de la Universidad de Harvard cuantifica en un ¡incremento del desempleo hasta el 7.5% durante dos años para hacer bajar la inflación entre el 1.6% y el 3.2% a finales del 2024! En Europa, el principal problema es ver si los dirigentes políticos podrán asumir y mantener el coste político de una política fiscal contractiva en un continente done el envejecimiento de la población, el coste de la salud pública, de las pensiones, de la descarbonización y del incremento de gasto en defensa (objetivo del 2% del PIB de la OTAN) son muy elevados. Probablemente, estos costes públicos de manera individual podrían ser más llevaderos, pero combinados, se me antojan difíciles de gestionar y cuadrar con las cuentas públicas.

Soy consciente que he planteado más interrogantes que respuestas, pero no habiendo una receta mágica, si logro generar debate y reflexión sobre los diferentes caminos, me doy por satisfecho. En cualquier caso, lo que deberíamos tener siempre en mente es lo que nos dice el presidente de la Reserva Federal americana: “los costes de la desinflación pueden ser altos, pero una inflación fuera de control significaría un daño mucho mayor para la economía mundial”.