Toda persona que ha agarrado en Mallorca una pelota de baloncesto, la ha lanzado a la canasta con la rabia añadida de que la isla no ha tenido, no tiene ni tendrá un equipo en la ACB. Se pueden alegar carencias genéticas o insuficiencias manifiestas de los técnicos y entidades locales, salvo que a continuación se debe explicar que la isla haya colocado en la NBA a Rudy Fernández y Abrines, lo cual equivale a que España hubiera plantado un centenar de estrellas en la Meca del deporte. Por no hablar de la selección nacional, o de los mallorquines que espolvorean ahora mismo la Liga ACB. Pero clubes mallorquines, ni uno.

La mayoría de los personajes a menudo pintorescos que han capitaneado las expediciones frustradas a la ACB no están jubilados, sino muertos. El calendario de las empresas naufragadas se mide en décadas. El complejo acumulado pesa tanto que admito mi cuota de culpa en la derrota del Iberojet Palma ante el Bilbao. En ningún momento pensé que fuera posible otro resultado. No por el encuentro de ayer, sino por los precedentes.

El Iberojet ha llegado más lejos que nadie en el desafío a la ley inexorable del baloncesto mallorquín. A cincuenta segundos del final, estaba empatado a los anfitriones con un marcador de futbito. En ese suspiro, acumuló siete puntos en contra. Un analista reseñará que, con cuatro triples de 27 intentos, es un milagro que los mallorquines solo perdieran por dicho margen. Cuesta creer que ni un solo miembro de la plantilla, incluidos los técnicos y asistentes, tenga un porcentaje tan exiguo desde la línea que tiraniza el baloncesto contemporáneo. Sin embargo, es injusto enredarse en disquisiciones técnicas. El fatalismo es más poderoso que cualquier estadística.

El Bilbao estaba dispuesto a perder ante los palmesanos. Los vascos agacharon la cabeza, sufrieron un derrumbe anímico, se entregaron al igual que el Granada en la eliminatoria previa a la final a cuatro. El Iberojet tuvo que limitarse a anotar solo tres de los seis últimos tiros libres, a ver frustradas las embestidas de Fran Guerra o anulado a Bivià para cumplir con el undécimo mandamiento: No ascenderás a ACB.

Un campeón mundial mallorquín en cualquier disciplina se ha convertido en una vulgaridad. Rafael Nadal o Jorge Lorenzo. Por eso mismo, son victorias que deben compartirse con miles de millones de personas. La sorpresa deportiva de la temporada 2018-19 ha sido la rebelión de las clases medias deportivas de la isla. Con humildad y después de unos comienzos inciertos, tanto el Atlético Baleares Para que la frustración fuera perfecta, los dos clubes debían materializar sus aspiraciones el mismo domingo negro. Tras el batacazo, la afición debe conformarse con otra hazaña de Nadal en Roland Garros.

El Iberojet ha de resignarse al esfuerzo de Guillem Boscana y de los patrocinadores, de un entrenador que ha pastoreado con respeto a su plantilla. No deben sentirse derrotados, sino saberse inscritos en una tradición. Los jugadores de baloncesto mallorquines corren hacia la ACB, hasta que la realidad les recuerda que nadie puede enfrentarse al destino.