"Solo fueron diez o quince minutos corriendo a su lado, él iba a lo suyo, pero cumplí un sueño". Eduardo Fuster, un mallorquín aficionado al atletismo, pronuncia estas palabras como si todavía no se lo creyera. Como si no se hubiera entrenado en Etiopía con el británico Mo Farah, cuatro veces campeón olímpico, en los Juegos de Londres y Río en 5.000 y 10.000 metros, y múltiple medallista en Mundiales y Europeos. Esta es la feliz historia de un atleta popular que, aunque solo fuera por un rato, trotó con una de las grandes leyendas del deporte que tanto ama.

El palmesano, de 38 años y que corre desde hace ocho, es licenciado en Administración y Dirección de Empresas y colabora como técnico de cooperación con la ONG Llevant en Marxa. "Normalmente viajo una vez al año a Etiopía desde 2003. Conmigo siempre viajan mis zapatillas con la intención de salir a correr en mis ratos libres y sentir qué es hacerlo a 2.400 metros de altura en una de las mecas del atletismo mundial", explica a DIARIO de MALLORCA el corredor, que presume de haber finalizado cinco maratones, con el mejor registro de 2:57 horas, que estableció en Copenhague. "Sabía que en la capital, Addis Abeba, se entrenan los atletas de elite, pero gracias a las redes sociales descubrí que Mo Farah, al que siempre he admirado, pasa mucho tiempo en Etiopía. Y sin poder evitarlo me hice ilusiones de poder desplazarme hasta donde se entrena", explica con los ojos brillantes. "Sería como poder entrenar en el Santiago Bernabéu", exclama haciendo un símil futbolístico.

Hasta ese momento ya sabía lo que era competir en el país africano, aunque solo fuera para vivir la experiencia. "Disputé la 'Great Ethiopian Run', una carrera de diez kilómetros por las calles de la ciudad que reúne a unas cuarenta mil personas", detalla. La organiza Haile Gebrselassie, otra leyenda con medalla de oro en los 10.000 en los Juegos de Atlanta 1996 y Sidney 200o y al que también pudo saludar y fotografiarse en la cena oficial de la competición.

No obstante, su ilusión se centra en Mo Farah. El deportista se pone manos a la obra hasta que descubre, "gracias a Google", precisa, que el multicampeón está a solo quince kilómetros de Addis Abeba, en el barrio de Sululta, en la zona alta de la ciudad. "Es tan alta que pasas de 2.400 metros a cerca de 2.800", subraya. Esta pista la construyó Kenesisa Bekele para preparar los Juegos de Pekín 2008, donde acabó logrando una doble medalla de oro olímpica, de 10.000 y 5.000 metros. "Y ha acabado siendo un centro de entrenamiento de atletas del más alto nivel etíopes y de otros lugares del mundo", cuenta.

Fuster, a pesar de estar volcado en proyectos importantes para el hospital que gestiona Llevant en Marxa en la comunidad rural de Gambo, como el tratamiento para casos de desnutrición en niños y salud maternal, tenía este objetivo en la retina. "Conseguí que me acompañaran en coche porque yo ni me atrevo a conducir por ahí. Llegamos a Sululta, más que un barrio parece una ciudad pequeña, todo muy sencillo, una gasolinera en la entrada, varios pequeños hoteles junto a la única carretera asfaltada y, de repente, mis ojos no se creen lo que ven. Son las cinco de la tarde y vemos correr a Mo Farah por la carretera. Su figura es inconfundible. Su paso es lento. Va tranquilo. Me sorprende su sencillez, nadie diría que estoy viendo a todo un campeón olímpico y estrella mundial, no puedo evitarlo y le saludo. No me salen las palabras, la emoción no me deja coordinar las palabras en inglés, me mira y se ríe", relata tan nervioso como emocionado.

En ese momento el de Ciutat se apresura a buscar la entrada para cambiarse y calzarse sus zapatillas. No es ningún estadio, ni mucho menos, la pista es de tartán rodeada de naturaleza, sin más. Un guardia con un fusil le indica que debe pagar 300 birrs, cerca de diez euros, para poder entrar, un precio muy elevado para Etiopía. Y cuando empieza a correr, sintiendo lo que es sudar a 2.800 metros de altitud, en el recinto deportivo pero fuera de la pista, nota cómo le alcanzan. "Una figura delgada con chaqueta roja viene hacia mí y era otra vez Mo Farah. Nos saludamos y compartimos el largo camino de tierra", narra todavía impresionado. "No fue mucho tiempo, pero el suficiente como para no olvidarlo jamás. Es que es un dios del atletismo", subraya.

Fuster, después de rodar unos cincuenta minutos, se dirigió a tomar algo al Hotel Yaya Village, que está a menos de un kilómetro y que es propiedad de Gebrselassie. "Y volví a ver a Mo Farah, sentado en una mesa del salón listo para cenar, ya que está alojado en el hotel. Le saludo y pido una foto. Fue muy cordial y me acordaré toda mi vida de esa tarde", rememora con una sonrisa dibujada en su rostro.

El isleño regresó después a sus funciones con la ONG, pero cuando su presencia en Etiopía llegaba a su fin, todavía con unas horas por delante, decidió volver a Sululta una última vez. Ni rastro de Mo Farah, pero sí de un grupo de atletas locales realizando series de 300 metros a toda velocidad. Todos le saludaron y le preguntaron de dónde era. Le invitaron a entrenarse con ellos los días que estuviera en el país. "Qué pena que me lo dijeran tarde", lamenta. Poco tiempo después descubrió que uno de ellos, con los que se fotografió, era Ayanleh Souleiman, que ostenta el récord mundial de 1.000 metros en pista cubierta, con un tiempo de 2:14.20. "Y yo sin enterarme", bromea medio avergonzado.

La experiencia en Sululta fue fantástica, otra vez, pero antes de abandonar el recinto vivió un episodio no tan satisfactorio. "Un atleta se me acerca, me pide si llevo clavos de zapatillas en mi maleta porque me enseña las suyas y las tiene destrozadas. Me supo mal, no tenía porque no los uso y posiblemente no les sea fácil conseguirlos", resalta resignado.

Etiopía también le ha dado la posibilidad de conocer, en el vuelo de Madrid a Addis Abeba, al atleta español Adel Mechaal, subcampeón europeo al aire libre en 2016 y oro en pista cubierta en el Europeo de Belgrado en 2017. "Iba a allí a entrenar en altura y desde ese día mantenemos una buena relación. Incluso cuando vino a Mallorca fuimos a cenar", desvela.

Todavía no sabe cuándo regresará a un país -espera que en junio- que le reporta tantas satisfacciones en su faceta profesional con la ONG y, por supuesto, personal, como amante del atletismo y admirador de Mo Farah, que nunca desaparece de la conversación con este diario. "Siempre podré decir que es como si el Real Madrid me hubiera ofrecido trabajar junto a ellos", reflexiona. "Fue la mejor experiencia de mi vida", finaliza nostálgico. No es para menos.

Llevant en Marxa, desde 2006 en Gambo

Eduardo Fuster es técnico de cooperación de la ONG Llevant en Marxa, cuyo presidente es Toni Mesquida. Desde el año 2006, esta organización lleva la gestión del Hospital-Lepresoria en Gambo (Etiopía) y realiza varios proyectos de salud maternal y tratamiento de casos de malnutrición en niños menores de 5 años -en 2018 el hospital trató hasta 4.500), ademas en otra zona la construcción de un pozo de agua y un proyecto de empoderamiento de la mujer.