El pasado domingo en Abu Dabi los Red Bull dieron alas a los que vimos la carrera, pero sobre todo dieron lecciones. El equipo austriaco al final se salió con la suya y se hizo con los dos Mundiales sin necesidad de recurrir a órdenes de equipo. Nos pasamos toda una semana dibujando un Gran Premio ( con Vettel primero y Webber segundo) que no existió y eso es lo hace grande a este deporte. Aún en casos tan evidentes como este es difícil anticipar un guión de los acontecimientos. Nos hartamos de preguntar a Christian Horner y a Vettel que harían en el supuesto de un fin de carrera como el vivido en Brasil sin darnos cuenta que Alonso no tenía un enemigo, sino dos.

Lo que en muchos momentos pareció una cabezonería, o incluso un suicidio, de la dirección del equipo austriaco se convirtió al final en el arma para ganarle el Mundial al equipo Ferrari. Lo dije tras el Gran Premio de Japón. Red Bull jugaba con dos cartas, Ferrari lo hacía con una. Al final, una de las cartas del equipo azul actuó como señuelo, como liebre a la que siguió Fernando y que le condujo al atasco de los puestos lejanos al podium. No creo que Webber entrara prematuramente a cambiar ruedas pensando en su compañero. La posición en la que iba lo obligaba hacer algo diferente al resto en un último intento por ganar. Ferrari entonces tuvo que decidir a quien copiar y eligió el piloto equivocado. Por eso creo que Red Bull nos ha dado una lección, o incluso dos. Por un lado una de estrategia en la última carrera y por otro una lección de deportividad y juego limpio ya que en sus manos estuvo el haber sentenciado con órdenes de equipo el mundial en Japón y Brasil.

Los amantes de la Fórmula 1 debemos estar agradecidos a Christian Horner y Adrian Newey por habernos dado un final de temporada tan emocionante mereciendo este último una mención especial al convertir a un jovencísimo equipo en una escudería capaz de doblegar a dos grandes como Ferrari y Mclaren. En la Fórmula 1 reciente los Mundiales los ganan los ingenieros y no los pilotos, motores o patrocinadores.

Fernando Alonso y Ferrari pasaron de tener al alcance de la mano un Mundial que muchos dimos por perdido en Bélgica a dejarlo escapar cuando casi lo tenían ganado en Abu Dabi. Todo comenzó a torcerse en una salida demasiado conservadora que permite a Button acceder al tercer puesto. Con el inglés superado la carrera habría tenido otro color pero el cuarto puesto dejaba a Fernando en la posición límite que le daba el título, yendo Vettel líder, y con el agravante de tener al otro Red Bull justo detrás. Optaron por repetir la estrategia del australiano para aferrarse a ese cuarto puesto y en esa parada en boxes entregó el Mundial si bien ello no debe convertirse en la excusa. En ocasiones anteriores acertaron y gracias a ello llegaron como líderes a la última carrera. Además, Fernando fue victima en el pasado Gran Premio de Abu Dhabi de una de las miserias de la Fórmula 1 reciente. Me refiero a la extrema dificultad para adelantar pese a los intentos de la FIA por facilitar esta maniobra en carrera. Que el asturiano haya sido incapaz de superar a un Renault mucho menos competitivo que su Ferrari durante tres cuartas partes de la carrera en un circuito con una de las rectas más largas del Mundial pone de manifiesto que en este deporte es mucho más fácil y rentable defender que atacar.

Por ello y por la situación de la clasificación antes de la carrera, Ferrari configuró su monoplaza para defender, pero el devenir de la carrera le obligó a atacar. Este fue otro error con el que tampoco pretendo justificar la pérdida del título ya que sin ir más lejos hace tres carreras, en Singapur, Fernando se aprovechó de esta circunstancia para vencer a un Vettel mucho más rápido que en la pista. La estrategia consistente en cerrar puertas como hizo Petrov le dio la victoria en aquella prueba nocturna y le quita el Mundial en esta. Lo que sí considero es que este problema, la dificultad de los adelantamientos, constituye la asignatura pendiente de este deporte y resta protagonismo a quien debería tenerlo, el piloto. Se cumple otra vez una estadística que ha estado vigente en los últimos treinta años de Fórmula 1. En las cuatro (cinco con la de este año) ocasiones en que tres o más pilotos han llegado a la última cita con opciones de título no ha ganado el que llegaba como líder a la misma. Dicha estadística parece favorecer al que llega tercero como ocurrió con Raikkonen en el 2007.

No puedo finalizar los comentarios relativos al presente Mundial sin hacer mención a dos pilotos que comparten nacionalidad. Me refiero a Vettel y Schumacher. El primero merece, como es lo propio, la oportuna felicitación por haber conseguido un título mundial con solo 23 años. Le permitirá sosegarse y pulir ciertos aspectos de su pilotaje como la excesiva agresividad y falta de reflexión en determinados momentos. Si Adian Newey sigue revolucionando con sus diseños los monoplazas azules en los próximos años Sebastián podrá repetir título. El otro alemán, Schumacher, se equivocó completamente al dejarse seducir por el equipo Mercedes. Su desmedida ambición le hizo creer que tanto él como la competición seguían estando como hace seis años cuando ganó su último título y no es así. El tiempo pasa incluso para los heptacampeones.