Ha sido peor el remedio que la enfermedad. La FIFA sigue gobernando el fútbol a su antojo programando un calendario único en exclusiva defensa de sus intereses frente a la débil oposición de los clubs, incapaces de gobernar por sí mismos un circo del que ponen pista, carpa y enanos a disposición de negocio ajeno.

Puestos a pasar por el tubo, la lógica más elemental aconsejaría reunir los partidos de selecciones al principio o al final de la temporada y respetar el desarrollo de las competiciones internas. Por el contrario, los clubs sometidos voluntariamente a la dictadura, se ven obligados a detener su preparación ya apenas iniciado el campeonato y, por si fuera poco, a prestar a sus mejores jugadores dos jornadas antes de su finalización, aun jugándose títulos, contratos y dinero.

Por si fuera poco, el espectáculo que, a cambio, ofrecen los campeonatos internacionales se circunscribe a alguna eventual confrontación de las fases finales para llegar a las que, por el camino, hay que tragarse cientos de partidos infumables y sin el menor aliciente.

Por lo que más directamente nos afecta, España es blanco permanente de una crítica merecida. La Selección no es sino el foco de unos intereses en los que unos pretenden nombrar y quitar seleccionadores, hacer las convocatorias y hasta las alineaciones. Una sobrevaloración constante de nuestras posibilidades, que evita comparaciones con otras selecciones europeas de mayor calidad e igual desinterés.