La afición del Mallorca conectó de inmediato con Okubo. Creo que todos éramos conscientes de que, por poco bien que le salieran las cosas, el público, ávido de coronar a otro ídolo tras la marcha de Etoo, se iba a volcar.

Una prueba más de que no estamos en una sociedad racista. Al contrario, tanto el color de uno, el camerunés, como el de Yoshito es una puerta abierta por la que penetra la predisposición a la simpatía.

El hecho de que sus compatriotas, que ya debutaron en el fútbol español, tuvieran que regresar sin haber triunfado, generaba dudas que los espectadores despejaron agradecidos tras los primeros movimientos del nipón. Su descaro, su atrevimiento, sus desmarques y su afán volvían a invitar a la comparación con el hoy jugador del Barça y máximo goleador porque nadie ha olvidado el carácter que imprimió al equipo siempre que se lo propuso.

Le faltaba meter un gol y no sólo lo hizo, sino que sirvió otro. Más aún, a posteriori se ha valorado su decisión y valentía por permanecer en el terreno de juego con dos grapas en su maltrecha rodilla. Era la guinda que faltaba para que el Mallorca tenga nuevo ídolo.

No obstante este cúmulo de coincidencias y realidades, no debe obnubilarnos. Es cierto que al equipo se le ve tan mal, que cualquiera que destaque un mínimo es sobrevalorado ipso facto. Pero apañados vamos si por un partido y una magnífica actitud, creemos que Okubo solito puede sacar al equipo del pozo y le exigimos en la medida de tal proeza o, si cabe, tamaña locura.

Algunas comparaciones son, como dice el vulgo, odiosas; pero no todas. Entre Etoo y Okubo hay diferencias tan enormes como entre Ronaldo y Portillo, aunque es evidente que sus respectivos perfiles convergen en el corazón y en el sentimiento de los apesadumbrados y justificadamente preocupados seguidores mallorquinistas.