Música

La Bonet, una intérprete que «podría haber cantado ópera»

Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Joan Manuel Serrat y Raimon, cuatro voces de 'la cançó'.

Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Joan Manuel Serrat y Raimon, cuatro voces de 'la cançó'. / EPC

Jordi Bianciotto

Jordi Bianciotto

En tiempos de dictadura franquista, años 60, brotó una expresión musical, la nova cançó, cuya estela pervive y que merece una mayor consideración como hecho cultural. Esa es la tesis central que plantea Antoni Batista, quien fue, en sus propias palabras, «fan de los cantautores» en su adolescencia, que luego ejerció de crítico del género en la prensa y que ahora publica un libro, La nostra cançó (Ed. Pòrtic), delicioso y revelador. «Era una deuda conmigo mismo y con la cultura catalana y la propia cançó», explica este periodista con varias ramas de especialización (antifranquismo, conflicto vasco) y músico con base académica, que todavía se sienta a veces a tocar una pieza litúrgica en el órgano de Torredembarra, localidad en la que vive.

Sostiene Batista que «no hemos dado la suficiente importancia a la nova cançó» en comparación, precisa, con la chanson, el folk estadounidense o la renovada samba brasileña post-Segunda Guerra Mundial. «Ahí han sabido venderse, mientras que en la cançó, si bien los artistas han desarrollado sus carreras, a la marca no le hemos dado todo el valor que merecía. Yo la reivindico como actual y clásica, como lo es la obra de Léo Ferré o Vinícius de Moraes», razona Batista, apoyándose en hechos concretos como «la resurrección, en los últimos años, de Ovidi Montllor o las adaptaciones de la nova cançó por parte de cantautores modernos como Borja Penalba o VerdCel».

El valor estético

En La nostra cançó, un libro que no se extiende más allá de lo indispensable (240 páginas), Batista comienza ahondando en la alianza entre música y palabra (y la poesía silenciada por el franquismo, de Ausiàs March a Estellés) y practica una revisión de los perfiles y episodios clave de la escena a partir de los pioneros (Raimon, Els Setze Jutges, Xavier Ribalta) e incorporando voces no siempre integradas en ese imaginario (de Núria Feliu a la saga del Grup de Folk y alcanzando a Gato Pérez). Realza las aptitudes interpretativas de voces como Raimon («siempre he pensado que tiene influencias del cante jondo», indica) o Maria del Mar Bonet, una intérprete «que podría haber cantado ópera», muy alejada de «esa tendencia actual a no sacar la voz y a cantar susurrando».

Batista evita a conciencia una mirada condicionada por debates actuales que trasciendan el hecho musical. «No he querido hacer este libro en base a la coyuntura actual, sino para situar la nova cançó en el ámbito estético que la aguanta. La cançó no se sostiene por el antifranquismo, sino porque tenía un valor estético muy alto», explica el autor, que ha dejado fuera temáticas polémicas con fondo político, como las distancias de Raimon respecto al procés. «Él ha sido buenísimo, fuera independentista o no». Tampoco procede a estas alturas un veredicto sobre el asunto de Serrat con el La la la. «Lo explico sin juzgarlo».

Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Joan Manuel Serrat y Raimon, cuatro voces de 'la cançó'.

Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Joan Manuel Serrat y Raimon, cuatro voces de 'la cançó'. / EPC

Burguesía e izquierdas

Habla de lo que llama «la industria patriótica», empezando por los creadores de Edigsa, sello constituido a partir de un primigenio crowdfunding (120 accionistas de 500 pesetas el título), con algunas figuras de la burguesía al frente. Ahí destaca el contraste entre esa naturaleza conservadora de los ideólogos y el izquierdismo de los trovadores. «Ha habido el discurso de que la cançó tenía aquella base burguesa, pero los cantautores eran todos más o menos marxistas, de distintas corrientes. Pi de la Serra y Ovidi (Montllor) militaban en el PSUC. Raimon no militó nunca, porque pensaba que eso le habría creado anticuerpos, pero estaba en la órbita marxista e hizo recitales para el PSUC, Comisiones Obreras, la Assemblea de Catalunya…», hace notar Batista. «Y también es bonita esa coexistencia: los demócrata-cristianos, los comunistas y los hippies como Pau Riba y Sisa, que cantaba aquello de barres i estrelles, símbols d’un passat / fals i martells en un mateix mirall».

En los albores de la cançó, el concierto, presentado como recital («el primero en presentarse así fue Raimon, en 1966, en la Aliança de Poble Nou»), se abrió paso en el circuito del escoltisme y los centros parroquiales. Con managers como Joan Molas y Núria Batalla, que supieron sacar partido comercial del aura de Llach como artista maldito. «Fueron muy inteligentes y le dieron la vuelta a su exilio popularizándolo como víctima del franquismo», observa Batista. También Wenceslau Soler, creador de Enllaç, y Oriol Regàs, «que tenía Bocaccio y Via Veneto, no levantaba sospechas en el régimen y podía conseguir que Raimon cantase en el Palau d’Esports».

Los críticos y la causa

La nova cançó dio alas a «un grupo de críticos que iban a todos los conciertos”», como Jordi García-Soler, el primer gran cronista del género, ya fallecido, a quien Batista reemplazó en el Diario de Barcelona en 1976 (al pasar él al recién creado Avui) y con quien tuvo tiranteces iniciales. «Yo publiqué un artículo en Triunfo muy duro con la cançó a partir de mis conocimientos de armonía. Me he arrepentido siempre, porque fui injusto. Pero con Jordi todo se arregló y nos hicimos amigos», explica. En aquel tiempo, «los críticos, en cierta manera, militaban en la causa, y si hacías un artículo duro era como si estuvieras haciéndole un servicio a la dictadura».

Él había empezado, en efecto, en una publicación más que comprometida, Universitat, «el órgano de los estudiantes, del PSUC», recuerda. «La hacíamos en mi casa. La policía nos había confiscado las máquinas y montamos el recital de Raimon en el campus de Bellaterra para comprar unas nuevas. Allí publiqué mi primer artículo, con pseudónimo, en 1974, sobre un concierto de Pi de la Serra».

A Batista no le consta que cuando se creó TV3, en 1983, hubiera indicaciones para deshinchar el globo de la nova cançó. «Pero sí que percibí que no se le daba el valor artístico», apunta, y esa sensación iría a más con los años, y ahí está «una de las razones para hacer este libro». Una obra con la que no busca escandalera, ni aprovecha para rendir cuentas, ni para aplicar ácido a viejas controversias. «Hoy hay tanta gente que todo lo encuentra mal, y tanta intolerancia en las redes, que prefiero explicar y decir que también hay cosas buenas». Después de todo, él se sigue sintiendo «enamorado» de todos esos cantautores. «Y he hecho este libro porque son buenísimos», concluye el autor de La nostra cançó.

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