El gallinero

Adaptaciones

El equipo artístico de ‘39 graus a l’ombra’.

El equipo artístico de ‘39 graus a l’ombra’. / por Rafa Gallego

Rafa Gallego

Juega el Espai del Tub con la dramaturgia, propone experimentos, montajes a varias manos con resultado notable –La tríada, el año pasado, o El jorn del judici (en gira)–, diálogos contemporáneos, como el proyecto Literactua del silenci, en colaboración de Produccions de Ferro y Mallorca Literària. Tres piezas que adaptan otras tantas obras literarias. 39 graus a l’ombra, de Antònia Vicens, He jugat amb els llops, de Gabriel Janer Manila, i Les fures, de Llorenç Villalonga, responden a la premisa genérica del ciclo vigente en el centro de creación y exhibición: las historias escondidas, mutadas.

La primera del triángulo –documento imprescindible para entender lo que fue esta sociedad, hacia dónde ha evolucionado y las prendas que se dejó por el camino– se estrenó hace unos días, adaptada y dirigida (bien) por Catalina Florit y con Caterina Alorda, Joan Toni Sunyer y Agnés Llobet (vuelve a los escenarios tras un paréntesis y eso que ganamos todos).

No es fácil condensar una de las obras cumbres de Vicens; sagaz, sociológica, bipolar, oscura y condenadamente actual. En menos de una hora resume bien el relato Florit, eleva las miradas imprescindibles, equilibra las ideas fuerza del texto original, mezcla bien la nostalgia y la crudeza de una novela que nos recuerda la propensión de los mallorquines a vender(nos) y, formalmente, tira del recurso de la voces grabadas –impacta al principio, aunque puede llegar a cansar–. Además, maneja bien a los intérpretes (casi sobra decir que los tres están muy bien) y los registros que la propuesta requiere. Eso es lo que vi, muy resumido, aunque no es difícil intuir que el trabajo más complicado de la adaptadora se desarrolló antes del estreno, podando la selva ‘vicensiana’ para ofrecer al público un compendio con forma y sentido. El mismo reto tendrán Jaume Miró y Aina de Cos aterrizando a Janer Manila y Villalonga, respectivamente. Los tres montajes girarán por los teatros de la isla.

En Madrid, mientras tanto, el Centro Dramático Nacional se atreve con otra actualización de alto riesgo. El proceso, de Kafka, adaptada y dirigida por Ernesto Caballero, que ha versionado con soltura a Ionesco, Brecht o Jardiel Poncela. La obra tiene a Carlos Hipólito como gancho y logra trasmitir esa atmósfera opresiva que quedó marcada para a la eternidad en el epíteto ‘kafkiano’; resuelve bien la trama principal, la deriva de Josef K., su odisea por despachos, pasillos y estancias pobladas de seres que van de lo ridículo a lo surrealista. No me convenció tanto el dibujo de algunos personajes (la Señora Bürstner o Block) y un final que se alarga en exceso (la parábola del guardián necesita un repaso que la haga más atractiva y, ante todo, aprehensible). Se puede ver hasta el 2 de abril en el teatro María Guerrero.

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