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PREMIO "PRINCESA DE ASTURIAS" DE LAS LETRAS 2022

Un dramaturgo en busca de espectadores que se pregunten: así es Juan Mayorga

"El teatro es siempre político porque es el arte de la crítica y de la utopía", confirma el premio "Princesa" de las Letras

Juan Mayorga, en Oviedo. Muel de Dios

El dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 1965) explica que trabajar para el teatro le "exige estar permanentemente atento a lo que está sucediendo". Y se lo dice al periodista de LA NUEVA ESPAÑA, del grupo Presa Ibérica, sentado en uno de los sofás distribuidos como islas por el vestíbulo del hotel de la Reconquista. Este viernes que viene recibe el "Princesa de Asturias" de las Letras. Mientras aguarda la tarde de la ceremonia, conversa, reflexiona y contempla. Y así encuentra y analiza los movimientos de dos hombres que ve cómo trasladan una mesa por el corredor superior del vestíbulo. "Probablemente, estoy más atento a ellos, –a la relación que han establecido, al modo en que trabajan– de que lo hubiera podido estar si no me dedicara al teatro", reacciona. Y esta reacción viene, además, después de animar a quien la Fundación Princesa de Asturias ha dispuesto que le acompañe estos días en Asturias a tomar asiento, a participar de la conversación. "Acomódate, vente con nosotros", propone el escritor, pero la mujer rechaza la invitación con una gran sonrisa. Así que el autor de "Silencio" –el viernes se representa esta función a las 20.15 horas, en el teatro Palacio Valdés, justo cuando el creador estará recogiendo su galardón– retoma su discurso sobre la verdad, la ficción y la representación sobre la escena. Porque de todo eso va su obra galardonada de forma innúmera (Premio Nacional de Teatro, de Literatura Dramática, Europa de Nuevas Realidades Teatrales... y un póquer de "Max" así como si nada).

Mayorga ha apartado, por un momento, la mirada de los dos trabajadores del hotel para cambiarla por un señor mayor inclinado sobre una de las mesas que compone este archipiélago de la Reconquista. "Parece que está trabajando", dice. "Escribe… qué estará escribiendo", se pregunta. Y luego se explica: "Presto atención a cosas como estas y, a veces, capturo algo que creo que merece la pena la atención de otros". Y apostilla: "La verdad es que mi programa es muy sencillo y, al mismo tiempo, muy ambicioso: estar atento a las acciones de los seres humanos". Y ya está. Escribir teatro es saber mirar el mundo.

En el fondo, Mayorga se manifiesta como mero espectador: "‘El jardín quemado’ es una obra en la que no hay un discurso asertivo sobre la Guerra Civil. Me parece que los espectadores salen del teatro con tantas preguntas como las que tiene el personaje protagonista, un personaje que comienza con certezas y acaba haciendo preguntas nada menos que a un hombre estatua, es decir, a alguien que no le va a responder. Creo que ‘El jardín quemado’ encierra una alegoría del teatro mismo porque el personaje protagonista entra para comprobar que está en lo cierto respecto de algo y sale cargado de preguntas que no van a encontrar respuesta. De algún modo yo quiero que el espectador sea como ese personaje. Probablemente, ha llegado al teatro pensando que va a ser confirmado en alguna convicción y sucede que esa convicción se va a resquebrajar ante la experiencia teatral. La experiencia teatral tiene como misión desplegar lo plegado, lo oculto, y mostrarnos que todo siempre es más complejo".

El dramaturgo madrileño, que se las vio y se las deseó para llegar a Asturias –el mal viento dejó el avión en la T-4, en Barajas–, cuenta todo lo que supone la escena en su vida y las que él contempla. "Que la vida está llena de teatro y que el teatro es el arte que más se parece a la vida no significa, en absoluto, que seamos seres inauténticos. Necesitamos el teatro para expresarnos", subraya. Y luego desarrolla la jugada: "Alguien podría decir que la realidad es la que es, pero, claro, tenemos las palabras, tenemos la imaginación, tenemos la memoria y todo esto junto permite que el mundo sea más ancho. Contar cuentos alrededor del fuego, por qué no, fantasear un poco, contar una anécdota y sumarla a otra es lo que hace que la vida tenga más gracia". De ahí el misterio de los trabajadores y el traslado de la mesa.

Esto, lo de configurar personajes a través de los cuentos que se cuentan, es algo evidente en una de sus primeras obras maestras: "Himmelweg". Un delegado de la Cruz Roja visita un campo de concentración nazi porque la organización ha oído que eso es un escenario para el mal. El comandante reclama a sus víctimas que escondan la impudicia y lo hacen porque así ganan tiempo. El resultado es que el delegado sale convencido de que los judíos son felices.

"El comandante necesita el teatro porque está cansado de la vida, porque es un nihilista, porque cree que la vida es muy poca cosa, sin embargo, el arte es más. Esto está vinculado a ‘El chico de la última fila’. Me estoy dando cuenta de que el comandante tiene algo del Claudio del chico de la última fila: es un enfermo de la ficción, es un dramaturgo y encuentra en esa orden que llega de Berlín la posibilidad de hacer algo que exceda a la vida. Esto aparece en distintas piezas mías y aparece también en la última que he escrito, que es ‘María Luisa’... Son personajes a los que la vida no basta y, como la vida no basta, tienen que imaginar otra".

Y así es como sale el teatro político que practica Mayorga ("Alejandro y Ana" y "Famélica" son dos de los ejemplos más evidentes, pero no los únicos). "Siempre digo que el teatro es político al menos por tres razones. Es un arte que convoca a la ciudad porque se hace en asamblea. El teatro es una asamblea y, por tanto, es constitutivamente político. Lo que se plantea se hace para ser examinado por el colectivo. Esto, su naturaleza colectiva, también hace que el teatro sea político. ‘La lengua en pedazos’, que ayer (por el lunes) se puso en escena en la antigua fábrica de armas, es mía, pero también es de los actores Daniel Albaladejo y de Clara Sanchis... Entonces responde a intereses, a deseos, a preocupaciones de un grupo de gente que entra en diálogo con otro grupo de gente, que son los espectadores. Y, finalmente, el teatro es un arte político porque es, por antonomasia, el arte de la crítica y de la utopía".

Y aclara antes de perderse: "Siempre que estamos haciendo teatro, estamos haciendo política. Y, en ocasiones, la hacemos de manera explícita. Cuando escribimos Juan Cavestany y yo ‘Alejandro y Ana’, recuerdo que hablaba de ‘teatro político de urgencia’ porque tratábamos de responder a algo que estaba dándose en aquel mismo momento. En ‘Famélica’ me ocupaba de algún modo del fantasma del comunismo que reingresaba, paradójicamente, en una multinacional”. Y subraya: "Siempre que hagamos teatro político tenemos que recordar que, ante todo, tenemos que hacer teatro. No creo que el teatro sea un escenario para que yo pueda probar que tengo verdades como puños o que estoy en lo cierto acerca de nada. El escenario es un lugar en el que compartir perplejidades, incertidumbres, preguntas".

Y, siendo todo esto, también es "el arte de la paciencia". Mayorga, siendo Mayorga, tardó treinta años en ver sobre las tablas dos de sus primeros dramas. "Uno escribe teatro porque quiere provocar una reunión y yo me alegro de que esas reuniones finalmente se hayan producido. Una de esas dos obras está referenciada, de una forma no explícita, en el exilio republicanos –se refiere a "Siete hombres buenos"– y la otra, en la memoria de la Guerra Civil –habla de "El jardín quemado"–. "Probablemente, estos textos hubieran podido provocar un tipo de conversación distinto si se hubieran estrenado en los años noventa que el hoy finalmente se ha materializado. Esto sí lo lamento", reconoce el dramaturgo cuando esta conversación llega a término, una conversación con espectadores alrededor y acciones imprevistas a lo lejos. Los dos trabajadores han hecho mutis en el interior del hotel y solo han dejado preguntas sin respuesta.

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