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Gabriel Janer Manila Escritor

«La ficción permite acercarte más y llegar más rápido a la verdad»

«En el Mediterráneo, este mar impresionante donde se han producido tantas maravillas, hay un drama tremendo con gente que huye de la miseria en pateras y a menudo muere»

Janer Manila: "Pienso que que ya está, que he dado todo de mí, pero luego vuelves a escribir "

Janer Manila: "Pienso que que ya está, que he dado todo de mí, pero luego vuelves a escribir " M. A. Ponce

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Janer Manila: "Pienso que que ya está, que he dado todo de mí, pero luego vuelves a escribir " Raquel Galán

 ‘Lungomare’ llega esta semana a la Fira del Llibre de Palma para ofrecer a los lectores la tercera y última parte de las memorias de una de las grandes figuras del mundo literario mallorquín. Janer Manila recorre en primera persona los años previos y posteriores al cambio de siglo, desde la caída del muro de Berlín hasta 2015

¿Es una despedida literaria?

Cada libro que he escrito ha sido así porque pienso: «Ya está, he dado todo de mí, he hecho lo máximo que sabía y puede que no vuelva a hacerlo», pero luego lo retomas. Es como una especie de droga que te tiene cogido y vuelves a escribir una obra más arriesgada que la anterior.

¿Ha escrito contra el tiempo?

Sí, contra mi tiempo y contra el mundo que me ha tocado vivir, que no ha sido fácil para nadie. He querido escribir contra todo lo que me impresiona y duele.

Dice que el lungomare de la vida son las riberas del tiempo. ¿Qué quiere reflejar?

En italiano, el lungomare es un camino que va rodeando el mar o uno que parte del mar. El título concentra varias ideas y me vino porque Homero afirma que el Mediterráneo es un camino de agua. Quería acentuar que vivo y escribo en una isla y que este mar nuestro, impresionante, donde se han producido tantas maravillas, como la filosofía, el arte y muchas más cosas, también tiene un gran contraste entre las dos riberas y un drama tremendo. El norte más poderoso y rico frente a un sur pobre, con gente que huye de la miseria en pateras y a menudo muere en este mismo mar.

No le gusta este mundo, pero ¿con qué se queda?

Con muchas cosas. Tenemos que aprovechar al máximo todo lo bueno que la vida nos ofrece. En mis obras hay un pesimismo profundo, aunque también una invitación a la vida, a estrujar el limón todo lo que podamos.

¿La covid da para escribir otras memorias o una novela?

No, porque lo he vivido como todo el mundo, sobre todo con dolor al ver a que morían tantas personas mayores. Lo sucedido en las residencias me ha herido mucho, ha sido terrible. Como la mayoría, he vivido la pandemia con miedo, respeto y una cierta esperanza de que hubiese cerca un final, y parece que va a ser así gracias a las vacunas. También me ha dolido no haber podido viajar, con lo que me encanta.

«Nadie nace lector ni no lector, sino que en buena medida es el resultado del proceso educativo»

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¿A su amado París?

Precisamente ayer pensé que tal vez en septiembre. Y volveré cuando inauguren el nuevo techo de Notre Dame, aunque tenga que ir con bastón. Me encantan las propuestas rompedoras que se han planteado. Ahora no hay que hacer una arquitectura como la que había siglos atrás.

¿Sus peregrinajes por cientos de colegios para «difundir la buena nueva de la lectura» son su mejor legado?

Puede que haya dejado cuatro ideas a los estudiantes. Durante medio siglo de clases, charlas y conferencias he mareado a una gran cantidad de personas con mis inquietudes por la lectura. Nadie nace lector ni no lector, sino que en buena medida es el resultado del proceso educativo. Así de simple. Mi gran obsesión era investigar y tratar de explicar qué efecto tiene la literatura en la inteligencia, el pensamiento, y cuando descubrí que había más gente, en Harvard y Padua, que investigaban lo mismo, me hizo muy feliz. La antropología de la educación que he desarrollado a lo largo de mi carrera se ha basado en cómo los hechos culturales intervienen en la construcción de la inteligencia.

¿Su libro más difícil ha sido He jugado con lobos?

Sí. Pasaron 30 años desde que escribí la tesis sobre el caso de Marcos Rodríguez y me daba miedo plasmarlo en un relato por dos motivos. El primero es que no encontraba la primera frase, que es imprescindible para hallar el tono de un relato. Las dos o tres primeras líneas son básicas para que el resto empiece a fluir con más facilidad. En este caso era más importante todavía porque no era un relato de ficción, sino un caso real. Solo jugué un poco literariamente cuando encontré pequeñas fisuras en la historia. Gustó mucho, ya que solo de la primera edición se vendieron 40.000 ejemplares y se tradujo a diferentes idiomas.

De los numerosos premios recibidos, ¿cuál le ilusiona más?

Hay dos que me han seducido especialmente. El primero fue el Josep Pla porque me sorprendió. No tenía 30 años cuando escribí Els alicorns y me abrió muchas puertas, se me valoró más; y aún hay jóvenes que lo leen. El otro fue el Ramon Llull con Tigres, un premio muy potente, no solo por el montante económico, sino porque era publicado en catalán, castellano y francés, con todo lo que suponía de difusión.

En este libro y otros muchos no ahorra críticas a la sociedad mallorquina. ¿Tan mediocre y sectaria es como afirma?

Todos ellos son ficción porque cuento la verdad. La ficción en sí es una mentira, aunque permite acercarte más y llegar más rápido a la verdad. Nuestra sociedad va muy atrasada respecto a otras, pero he llegado a la conclusión de que sí tenemos remedio a nivel individual. Me lo demuestran los numerosos amigos y conocidos que son gente excelente.

«La destrucción, depredación y expoliación del paisaje ha sido continuada, pero no escarmentamos»

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Hace tiempo dijo que las tres heridas de la isla eran la guerra, la lengua y la destrucción del paisaje. ¿Sigue siendo así?

Sí. Estas heridas todavía no se han cerrado. En mi familia hubo cuatro asesinados en la Guerra Civil. Uno de ellos era el alcalde de Algaida, Pere Llull, y acaban de identificar sus huesos en la fosa de Manacor. Yo he hecho todo lo posible por encontrar al marido de mi tía Antonina, Jaume Janer, en la de Porreres, aunque estoy perdiendo la esperanza. Sobre la lengua, he luchado toda la vida para que el catalán acabe siendo normalizado, ni más ni menos que el castellano. No se trata de confrontar una con otra, sino de sumar. Cuanto más, mejor. Me gustaría que la sociedad tuviese la madurez suficiente para ver que la lengua propia de Balears es un patrimonio que no debemos dejar empobrecer ni perder.

La destrucción del paisaje es otro de sus temas recurrentes y en las memorias habla incluso de los plásticos en el mar.

La destrucción, depredación y expoliación del territorio ha sido continuada, pero no hay manera de que escarmentemos. Aunque uno tenga un trozo de tierra que es de su propiedad, no lo es el verde de los árboles, el azul del cielo o el mar que toca ese terreno, sino que son bienes de la colectividad. Como dijo George Sand, «donde el paisaje es bello, los hombres son malvados, perversos». Se ha conseguido pervertir el paisaje, bajarlo al nivel de esos hombres, en lugar de llevar a las personas a su nivel de belleza.

«Tengo proyectos para dos o tres vidas, que no haré nunca». ¿Qué se deja en el tintero?

Siempre he tenido muchas ideas y apuntaba cada una en un cuaderno, que iba completando con más ideas apropiadas para esos relatos. Ahora también lo hago. Y cada día camino un rato en una cinta para hacer ejercicio e imagino que hago el Camino de Santiago. Cuando no me pongo música, voy dando vueltas a una historia que tengo en la cabeza y aún no he encontrado la primera frase. Hace días que estoy con ello y no me acaba de gustar ninguna. Como ves, no es una despedida.

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