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Disney se hace el progre

El primer gay de la escudería Marvel.

Probablemente, ninguna otra compañía dedicada al entretenimiento se dirija a un público tan amplio como Disney. Según se afirma en sus canales de promoción, la empresa trata de «difundir historias, personajes y experiencias que accedan a los corazones y hogares de millones de familias en todo el mundo», y es lógico que para ello se esfuerce por no ofender. Pero, ¿es eso posible en una cultura como la nuestra, construida desde las redes sociales y por tanto basada en la disparidad, la rabia y la confrontación?

La división cinematográfica de Disney acaba de anunciar un nuevo proyecto: una comedia musical que replanteará el cuento de Cenicienta desde la perspectiva de Anastasia y Drizella Tremaine, las despreciables hermanastras. Mientras repasa sus vidas, la película –que escribirán Kristen Wiig y Annie Mumolo, en su día celebradas guionistas de La boda de mi mejor amiga (2011)– tratará de entender lo que significa ser catalogada como una mujer malvada, especialmente en oposición a una heroína angelical y sumisa. En otras palabras, les ofrecerá el tipo de redención que Maléfica (2014) y su secuela ya proporcionaron a otra de las antagonistas célebres de Disney, la bruja de La Bella Durmiente. Y está por ver si, cuando llega a los cines en mayo, Cruella propone un lavado de imagen similar para Cruella de Vil, la icónica villana de 101 dálmatas.

Revisionismo

Ese trabajo de revisionismo forma parte de los esfuerzos de la compañía por mostrar una actitud más inclusiva en términos de raza, género y conciencia social y adaptarse a los tiempos políticos. En ellos también se integran la retahíla de recientes remakes de acción real de clásicos animados, como La bella y la bestia y Dumbo; algunas de las más recientes entregas tanto de la saga Star Wars como del Universo Cinematográfico de Marvel (MCU), en las que los típicos héroes masculinos y caucásicos han sido sustituidos por mujeres u hombres negros; las alusiones al movimiento Black Lives Matter de la reciente teleserie Cloak & Dagger (2018), cuyo protagonista es un adolescente de color que trata de vengar la muerte de su hermano menor a manos de un policía blanco; y también, por supuesto, el estreno el próximo noviembre de The Eternals, que incluye entre sus personajes al primer superhéroe abiertamente gay de la historia del MCU.

Como consecuencia de esa estrategia, Disney lleva tiempo en el punto de mira del conservadurismo, que la culpa de haber escogido bando político. Las críticas fueron especialmente airadas el pasado febrero cuando la compañía anunció el despido de Gina Carano, hasta entonces coprotagonista de The Mandalorian, debido a sus polémicos tuits –la actriz había usado las redes para burlarse del uso de mascarillas, sugerir que las elecciones estadounidenses de 2020 fueron un fraude, hacer comentarios transfóbicos y equiparar a los republicanos en su país con los judíos durante el Holocausto–. Sin embargo, ya se habían dejado oír un mes antes, cuando hicieron borrar tuits conspirativos de Letitia Wright o cuando el gigante retiró las donaciones a aquellos diputados republicanos que se habían negado a certificar la victoria electoral de Biden; o en 2018, cuando sus responsables cancelaron la serie Roseanne tras unos tuits racistas de su protagonista, Roseanne Barr. En respuesta a las acusaciones de partidismo, el actual director ejecutivo de Disney, Bob Chapek, ha declarado que la corporación o es de «ni de izquierdas ni de derechas», sino que defiende «valores que son universales: valores de respeto, valores de decencia, valores de integridad y de inclusión».

Independientemente de esas palabras, para identificar a la casa de Mickey Mouse con una ideología de izquierdas se requiere no solo una gran miopía –su catálogo revela un déficit y aún no resuelto en la representación de personajes femeninos fuertes y minorías sexuales y raciales, y un abuso de estereotipos tóxicos– sino también cierta ingenuidad porque, después de todo, resulta obvio que esa apuesta por la inclusión y la diversidad es, ante todo, una estrategia para aumentar la audiencia a nivel mundial.

Tics reaccionarios

Y según los números, funciona: en marzo se anunció que la plataforma de streaming Disney+ ha sobrepasado los 100 millones de suscriptores en tan solo 16 meses y que, de acuerdo con las previsiones, no necesitará más de tres años para sobrepasar en volumen de negocio a Netflix, hoy líder del sector. Lo paradójico es que, mientras lograba ese meteórico ascenso, la plataforma ha tomado algunas decisiones que los sectores más progresistas consideran reaccionarias, como la eliminación de su catálogo de la teleserie de temática homosexual Con amor, Víctor por «no ser adecuada para familias», o los retoques digitales efectuados sobre la comedia 1, 2, 3... Splash (1983) para hacer desaparecer el trasero de Daryl Hannah de una de sus escenas –curiosamente, los guardianes morales de la compañía no consideraron necesario censurar a otro personaje de esa misma película que deja caer monedas al suelo para mirar bajo las faldas de las mujeres–. Va a resultar que generar contenidos audiovisuales para contentar a todo el mundo es la mejor manera de ofender a todo el mundo.

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