Amor, no estàs fatigat (Proa) arranca con un Gabriel Janer Manila joven, que acaba de ser padre y que siente la vocación de la docencia y la escritura. "Mi función en aquel mundo fue la de ser una persona que quería romper con unas herencias nefastas que había recibido y buscaba salir adelante a través del trabajo y del estudio, que eran las dos cosas que me habían enseñado en casa. Esto es lo que le dio sentido a mi vida", confiesa. El articulista de este diario presentará el libro el próximo 2 de abril (19.30 horas) en la galería Pelaires. Le acompañará Sebastià Alzamora.

-Amor, no estàs fatigat es una continuación de Ha nevat sobre Yesterday

-Sí, yo tenía un proyecto narrativo, aquello que llaman una arquitectura narrativa, formada por varias partes, pero no sabía hasta qué punto estas partes continuarían en determinados años. Esto es algo que tenía que ver en función del material que tenía. Pero yo ya tenía la idea de hacerlo en tres partes. Y que tuviesen todas ellas una ligazón estilística, temática, etc. Aunque al final el estilo resulta diferente. En Ha nevat sobre Yesterday tenía que narrar una infancia no feliz. Yo individualmente tuve una infancia normal, como un niño de pueblo, en una casa normal. Mis padres eran pobres, pero trabajaban y vivían normal. Sin embargo, tenía que describir la miseria de aquel mundo y de aquella realidad. Tenía que contarla. Y luego todo ha venido seguido. Como si formara parte de un mismo río.

-El libro arranca con el nacimiento de su hija.

-Sí. Empieza a mediados de los años 60. Con un franquismo en ciertos aspectos aparentemente suavizado por muchos motivos. Primero, que el régimen había envejecido y Europa estaba en un momento esplendente. Pero sobre todo porque había ya unas organizaciones políticas que presionaban desde dentro y desde fuera. Y todo eso hacía que el régimen quisiera aparentar que tenía una cierta apertura en unos tiempos nuevos. Las últimas leyes de Fraga buscaban esto, pero eran...

-Usted padeció la censura.

-Cuando yo publiqué mi primer libro, ya habían quitado la censura. Prácticamente no había censura o al menos podían decirlo frente a Europa. Pero lo que hacían era que, si el libro no les gustaba, te lo prohibían cuando ya estaba editado. No lo dejaban circular. Y lo secuestraban. Y eso hacía que tú te autocensuraras cuando lo escribías. Y provocaba que el editor vigilase que no pasara nada que pudiera secuestrar la edición. Me encontré de todos modos con dos casos de censura. Porque cuando había estado de excepción, sí volvía la censura. Y cada dos por tres había estados de excepción. No es que el estado de excepción fuera muy excepcional (ríe). Había temporadas que el estado de excepción era solo en el País Vasco. Dos novelas mías tuvieron que pasar por censura en tiempos de estado de excepción. El censor recortó mi primera novela por todas partes. Justamente era de mi pueblo. Me conocía y conocía las historias que yo podía contar. Y esto aún le daba una posibilidad más de cortar por aquí y por allá. Tuve muy mala suerte.

-Son unas memorias del escritor que se va construyendo.

-Mis aprendizajes los tuve que hacer sufrir a mi gente. Es diferente cuando vives en una cultura normalizada, en un país normalizado. Tú puedes hacer tu aprendizaje por tu cuenta, ya sea de manera autodidacta, ya sea en un centro de estudios. Y en el momento que lo crees oportuno, sacas tu libro, que ya es el resultado de un trabajo largo. Aquí no, aquí lo que escribías se lo mostrabas a alguien, a algún amigo, a Llompart. Y si les gustaba te animaban. Y tomabas fuerzas y un ánimo extraordinario.

-Habla mucho de estas tres figuras: Josep M. Lompart, Llorenç Moyà y Jaume Vidal Alcover.

-Al primero que conocí fue a Llorenç Moyà. Vivía justo al lado de nuestra casa. Nosotros, de recién casados, vivíamos en un piso en Palma, en las Avenidas, al lado de la Escola Graduada. Y Llorenç Moyà vivía dos calles más abajo. Y cada día lo veía pasar. Moyà venía de una familia de señores de Binissalem. Nos saludábamos. Alguien nos había presentado en algún lugar. Y de aquí pasó que alguna vez estuvo en nuestra casa, y nos leía fragmentos de obras que iba escribiendo, y yo también le leía cosas que yo escribía. Él me animó a presentar L'abisme a los Premis Ciutat de Palma. Yo había escrito esa novela un poco sin ton ni son, sin demasiada planificación. Luego lo junté todo y le di cierta coherencia. Y la presenté. Y ganó. Para mí fue una noche excepcional. Si no hubiera existido esa noche, posiblemente no hubiera escrito más.

-¿Lo ha pensado después esto?

-Sí. Aquella noche la gente que había allí... El mismo Llompart, Bernat Vidal i Tomàs, toda una serie de personas que formaban parte de los jurados, gente conocida y con renombre. Aquella noche me dio cuerda para escribir.

-¿Qué aprendió de Llorenç Moyà?

-Era una persona que curiosamente en su casa hablaba castellano. Su padre era militar, su madre una señora binissalemera. Y habían vivido por aquí y por allá como muchas familias de militares. Y por tanto de eso se les había quedado lo de hablar castellano. Una persona que conozca la lengua en la medida que la llega a conocer Moyà y que la domina, he conocido pocas. Otro caso es el de Llompart. Él en su casa también hablaba castellano. También era hijo de militar y había estado por distintos lugares destinado. Llompart estuvo en un centro escolar donde también estudiaron dos hijos del marqués de Zayas, jefe de Falange, y dos hijos de Georges Bernanos. Vivieron una preadolescencia libre y tranquilos. Moyà y Llompart supieron ganarse la libertad. No les vino dada. Quizá el que más de todos lo consiguió fue Jaume Vidal Alcover. Pese a ser algo insoportable y tener mal genio, era una persona excepcional a nivel de principios morales. Una vez nos dio una reprimenda a mí y a Llompart. Lamento decir la causa. Llorenç Moyà murió en una sauna. Murió de un ataque al corazón porque padecía mucho del corazón. Y se dijo que había muerto de dos golpes que le había dado alguien al cual se había insinuado. Jaume Vidal había venido de Barcelona y le contamos esto. Nos dijo de todo. "¿Y vosotros tenéis vergüenza de saber esto y no denunciarlo? ¿De qué moral habláis?" Tenía toda la razón.

-Ha sido el Any Llompart. ¿Cómo ve los aniversarios?

-Bien porque relanza una obra y la vuelven a poner en circulación. Hice algunas conferencias sobre él en el Any Llompart. Cuando falleció, yo estaba a su lado. Estaba Encarna, un sobrino suyo médico, mi mujer y yo. Falleció en Son Dureta. Cuando estuvo mal, Encarna a la primera persona a la que llamó fue a mí. Habíamos tenido mucha amistad. Yo los quería mucho a los dos. Encarna era como mi segunda madre. Encarna era la típica mujer republicana. Tenía una moral construida a base de convicciones poderosas. Casi cada semana venía aquí, a casa, una vez había muerto Llompart.

-De todos estos personajes que forman parte de su acervo cultural y su memoria sentimental, ¿quién era el más crítico de todos?

-Llompart. Se indignaba frente a las situaciones injustas y también contra compañeros escritores. "Mira éste, tanto ir de poeta delicado y selecto, y después participa en la urbanización de tal sitio". Era rotundo Llompart. Lo que pasa es que cuando conoces mucho a las personas, éstas también te hacen partícipes de sus contradicciones. Todo el mundo las tiene. Nadie es de una pieza inamovible. Llompart también las tenía. Las suyas no eran a partir de principios sólidos, sino en cuanto a cosas sobre las que dudaba. Y ante la duda, no acababa de confiar. A nivel de personajes políticos, me hizo muchas confidencias. Hacía críticas atroces.

-¿Echa de menos a escritores críticos ahora?

-Sí. Son otros tiempos. No tenemos un grupo de personas como fue aquél.

-No todo fueron avenencias en ese grupo.

-Estaba Blai Bonet, que era un dimoni. Era un buen poeta, pero mala persona. Y Jaume Vidal, que tenía un sentido hipercrítico, decía sobre él: "No sólo no quiere ser el mejor del grupo, sino que además quiere ser el único". Jaume Vidal no se callaba ni una, se pasaba a veces. Y tenía problemas. Aquí mismo, en casa, en una fiesta de Nochevieja, Vidal le dio una reprimenda a Miquel Àngel Riera porque éste había ganado el Premi Sant Jordi de novela, y Jaume no lo podía consentir y le dijo que la novela era una mierda. Al día siguiente de la fiesta, escribí a Miquel Àngel pidiéndole disculpas por ese comportamiento en mi casa. Y Llompart también lo hizo por su cuenta.

-¿Qué más recuerda de esas fiestas?

-Muchísimas cosas. Un dia Llompart propuso en una Nochevieja, la del año que había muerto Llorenç Villalonga, hacer una sesión de espiritismo invocando el espíritu de Llorenç. Y lo hicimos. Le invocamos. Le pedimos si estaba en el cielo. Y uno de nosotros dijo: "Ha dicho que no". Nosotros ya sabíamos que no estaba en el cielo. Porque Villalonga no podía ir nunca al cielo. Era muy cínico. Él no maquinaba ninguna maldad contra nadie. Pero era un cínico extremo que sólo creía en una única y exclusiva cosa: él mismo. Lo demás era comedia pura. A veces hacía la comedia de decir que esperaba que la monarquía se restaurara y nosotros veíamos que no se lo creía ni en broma. Pero lo quería hacer creer. Eso sí, era muy bueno escucharlo hablar de sus personajes. Era sensacional. En el libro narro una anécdota. Escribí una novela, Han plogut panteres, durísima, violenta, agresiva. Él la leyó en voz alta con su mujer. Y me dijo que era una novela muy fuerte. Me dijo que no podía entender cómo una persona tan amable y educada hubiera sido capaz de escribir algo tan violento. Y yo le contesté con una frase de él: "Yo soy un viejo liberal que si guardo las formas es para poder decir la verdad".

-¿Tenía en mente nuestros tiempos mientras escribía las memorias?

-Estos tiempos nuestros me traen recuerdos€. Esto de Vox... Yo siempre he tenido, quizá por inconsciencia o quizá porque venía de una familia que tenía que buscar recursos de autodefensa continuamente, una característica que ha provocado que mis miedos no hayan estado nunca al máximo. A mí Vox me da miedo pero no al cien por cien. Pienso que alguna cosa romperá esta tendencia de la extrema derecha. Que esto no es posible. Que aunque tuvieran poder el mismo mundo en el que viven los moderaría. Se verían obligados a moderarse. Esto de las armas es espantoso. Si desde aquí hemos luchado contra la Asociación del Rifle y nos hemos reído de ellos por esto, que ahora uno lo proponga aquí... Ahora en el último número de la Magazine Littéraire hay un artículo central que se titula ¿Por qué tantas rabias?, en plural. Es una buena pregunta en este momento actual. Ya me lo decían Andrés Ferret o Josep Maria Huertas: vives en un mundo que no te gusta. Es así, vivo en un mundo que no me gusta. ¿Qué le voy a hacer?

-¿Y a quién le gusta?

-Hay gente a la que sí, gente que vive en una cierta inconsciencia y un passa-tu. Es un mundo muy complejo éste. Neoliberal. A principios de los ochenta empezó el follón fuerte con el dinero. Y se creó una estructura de la que no hay salida.

-No hay valores.

-Yo les decía a mis alumnos de Antropología en la universidad que todo el mundo tiene una escala de valores. Si la queréis saber es muy fácil, les decía, os cerráis en la habitación y hacéis una lista de las cosas que más os importan en la vida.

-Por cierto, estas memorias supongo que surgen de muchísimas anotaciones. Hay muchos detalles.

-Escribí un libro hace muchos años que se llama Petita memòria d'un mestre del meu temps (en los setenta). Tuvo mucho éxito en el mundo de la educación. A partir de entonces, empecé a tomar notas en sucio. Sin redactar. Y tengo cuadernos y cuadernos. El otro día dije que debería quemarlos y Alícia [su esposa] me dijo que no lo hiciera. Yo lo comenté o lo propuse porque al escritor no le gusta que le descubran la cocina. Pero al final no los quemé. La tercera parte de las memorias la tengo muy bien organizada. Desde los 50 años hasta que me jubilé en la universidad, más o menos. Estos últimos años ha sido descubrir esta clase extractiva que lo único que le importa es "y que se jodan".

-Esta segunda parte es la de las ideas y los principios, la lucha. ¿La tercera, la de la decepción?

-La tercera parte es como una caída de todo esto. A veces pienso en mis amigos. En todos ellos. ¿Toda esa lucha que hicieron, todo lo que se pelearon con el mundo, todo esto no es una energía que debe haber quedado en alguna parte? Quedan personas aisladas ahora, sí. Y hay puntos optimistas. Por ejemplo, la manifestación de las camisetas verdes. Cuando yo empecé, éramos cuatro ratas. Era un poco la frase que decía Bernat Vidal: "Somos tan pocos que todos cabemos en un tranvía". Y era así. Ahora ves que a pesar de todo y las dificultades que ha habido, cien mil personas con camisetas verdes salieron a la calle.

-¿Qué papel cumplía usted en el entorno cultural que describe en el libro?

-Yo era una persona que me casé muy joven y que en un instante tuve cuatro hijos. Yo estudiaba otra carrera y la hacía libre por mi cuenta, sin ayuda de nadie. Tenía que dar muchas clases, estudiar y escribir. Me llegué a imponer escribir a partir de las 12 de la noche. Todas mis primeras novelas están escritas a partir de las 12 de la noche. Dormía muy poco. Yo vivía en este contexto. Mi compromiso político fue absoluto. Lo fue por mis amigos. Si eras amigo de ellos, estabas con ellos. Llompart, Vidal Alcover... Mi función en ese mundo fue la de ser una persona que quiere romper con unas herencias nefastas que ha recibido y busca salir adelante a través del trabajo y del estudio, que eran las dos cosas que me habían enseñado en casa. Esto es lo que le dio sentido a mi vida.

-¿Ese grupo de amigos no se volverá a repetir?

-No. Era hijo de unas circunstancias y de un mundo. Y de un tiempo mucho más nefasto que el de ahora. Fue durísimo. No podían escribir dos palabras en catalán en el diario. Hubo un periódico, el Baleares, que se atrevió a hacer un concurso en mayo de poemas dedicados a la Mare de Déu, ya no podía ser más disfrazado el tema, y toda esta gente se tiró de cabeza y todos se pusieron a hacer poemas en catalán a la Mare de Déu. Y el diario iba publicando esos poemas en catalán. Pero el título no podía estar en catalán, tenía que estar en castellano. Mira, en núcleo comprometido como aquél y a cambio de nada, sólo de disgustos, no. No se volverá a repetir. La gente ahora está acostumbrada a cobrar por todo. Y bien, vale, sí. Pero esa entrega, entusiasmos y batalla que iniciaron veo que se está diluyendo y perdiendo. Y lo lamento mucho.

-En la cultura ahora hay emprendedores.

-Sí. Emprendedores para su propio chiringuito. Son otros tiempos.