La atracción de Carlos García Gual (Palma, 1943) por los saberes de la Antigüedad grecolatina se forjaron en Ciutat gracias a la biblioteca de su abuelo y a su contacto con el mar. El futuro académico, el segundo mallorquín en la RAE, participó la noche del viernes en un coloquio que sirvió de contraprogramación al multitudinario partido del Mundial y se convirtió en un acto de reafirmación de las Humanidades. La charla fue coorganizada por La Biblioteca de Babel y el Museu Sa Bassa Blanca-Fundació Jakober. Moderó el asesor de la institución alcudiense, José Tono Martínez.

¿Qué podemos hacer en un mundo en que las Humanidades tienen cada vez un espacio más reducido y en el que fuera está cada vez más oscuro?

Es un pregunta de mucho trasfondo. Yo soy un tanto pesimista en cuanto al nivel de los estudios y el panorama general. La batalla de las Humanidades está perdida. Pero creo que hay que resistir y que, realmente, quien ha estudiado Humanidades se ha acercado a un mundo mucho más amplio que el mundo corriente, un mundo que está lleno de satisfacciones. Es un mundo de fantasía, de filosofía, un universo que en cierto modo es mucho más rico y más fuerte que el mundo cotidiano. En este sentido, sigo aconsejando a quien le apetezca el mundo de las Humanidades que las estudie a fondo.

¿Es un mundo con muchos enemigos?

A mí me entristece el panorama actual. En la misma facultad de Filología, el griego y el latín han perdido espacio. La crisis de las Humanidades no es tanto una crisis interna, no es que esos estudios hayan fracasado o desilusionado, sino que los propios Gobiernos y los planes de educación los marginan desde fuera. Porque está la idea de que lo fundamental es crear productores y consumidores. El exministro Wert utilizaba la palabra horrible empleabilidad cuando hablaba de educación. Es importante tener un buen conocimiento para colocarse como especialista en lo que sea, y ganarse la vida, pero también es importante lo que se ha venido llamando "formación personal". El individuo tiene un interior y unas posibilidades de cultura, de visión del mundo. Todo eso lo desarrollan las Humanidades.

Se ha referido a la empleabilidad en la educación. En el mundo de la cultura está en boga hablar de industrias culturales. ¿Qué le parece el término?

Que es una visión muy superficial de la cultura. Insistiré en que es importante la formación personal. Es importante la antigua frase de "llega a ser el que eres". Es decir, explota un poco tu propia personalidad, tu inteligencia, tu sensibilidad. Y eso lo ayudan a hacer más las Humanidades que no una determinada profesión. Que está bien que la gente sea ingeniero, médico? Pero, ¿sabés que ha pasado? Conforme ha avanzado la tecnología, parecía que íbamos a tener cada vez más tiempo libre. Y en muchos casos parece que es al revés: la gente trabaja más horas pero muchos no pueden trabajar. Es una visión del progreso realmente terrible y perversa. Lo de las Humanidades es un sacrificio inútil. Digamos que no se ha ganado nada marginándolas.

¿En qué momento de la historia empezamos a darle la espalda a los saberes clásicos?

Creo que es una crisis actual muy amplia. Está en relación con la sociedad de masas, con una tecnología cada vez más avanzada y más excluyente, y con una dirección hacia el consumo y el empleo tecnológico. También ha tenido que ver la explosión de internet. Pienso que la red y los medios de comunicación, que en sí son una indudable ventaja, tienen una parte negativa y es que pueden llegar a ocupar demasiado tiempo. Es terrible pensar en esos niños o chicos que pasan seis horas al día con sus maquinitas, con el móvil. Yo que viajo mucho en metro veo que todo el vagón menos yo está dándole al móvil, bien escribiendo o bien escuchando música. Alguna vez hay alguien que lleva un libro, pero es raro.

¿No tiene móvil?

Tengo un móvil que utilizo para los viajes. En Madrid lo tengo guardado en un cajón.

¿Todo esa atracción suya por el saber clásico se alumbró en Palma?

Sí. Mi abuelo tenía muy buena biblioteca. Luego estudié aquí [en Palma], en el instituto Ramón Llull. Yo nací en Palma y estuve hasta los 7 años aquí. Luego fuimos a Roses [Girona] unos pocos años porque mi padre era militar. Y regresamos a Palma después. Estudié entonces en el instituto que te he dicho, un centro estupendo que recuerdo con enorme cariño.

¿El alumnado está cada vez más desmotivado?

El alumnado ha perdido el sentido de la enseñanza. Eso puede verse en algunas películas francesas, como La clase. No es sólo que no tengan respeto sino que no les importa aprender. Y en eso se han equivocado los gobiernos que han hecho planes de estudio cada vez más rebajados. Porque, al hacerlos más fáciles para todo el mundo, no han beneficiado a aquellos que podrían haber ascendido mediante los estudios. Al final acaban colocándose los que son ricos o tienen buenos parientes. Ha sido un fracaso de ciertas ideas socialistas que en el tema de la enseñanza han sido funestas.

¿Haberse criado en una ciudad marítima como Palma, en el Mediterráneo, tiene algo que ver con el germen de su helenismo?

Pienso que las ciudades al borde del mar invitan tanto al viaje como a la inquisición y a la fantasía. No es raro que la Odisea sea uno de los libros fundamentales de Occidente. Por ejemplo, la filosofía nace justamente en las ciudades costeras de Asia Menor, es decir: Éfeso, Esmirna, Halicarnaso, Samos. Todo ese mundo griego, un mundo que se distingue por su curiosidad, su búsqueda de la verdad, está relacionado con el paisaje marino.

¿Europa ha perdido esa curiosidad y esa búsqueda de la verdad?

Sí. El proyecto europeo nos ha desilusionado un poco. No sabemos muy bien quién tiene la culpa. Yo creo que esa tendencia a primar sobre todo la economía ha sido un error. Europa no se ha preocupado o lo ha hecho muy poco de la cultura. Europa está formada por países de nivel económico muy distinto. Europa no ha conseguido una conciencia común que sólo podría basarse en la cultura. Y es una pena porque, por lo menos los españoles, estábamos muy ilusionados con Europa. Mi generación, por ejemplo, todos los que veníamos de la época franquista. Es algo que tiene que ver en parte con la época que vivimos: en la que se prima la tecnología, el consumo y los avances mecánicos. Y la parte social está mal. Los desequilibrios sociales siguen existiendo.

El mar Mediterráneo sigue siendo un mar de muerte y de destrucción, de caos.

Es curioso cuando esto se compara con el Imperio Romano. Durante éste, el Mare Nostrum tenía unas orillas casi por igual en África o en Europa: Cartago, Túnez... Ahora ya no, ha habido un quiebro en la historia también. El Mediterráneo se ha segmentado mucho.

¿Por qué le ha interesado siempre la mitología?

Siempre he sido muy lector, y lector de muchas cosas: me gusta la novela, la poesía, también he escrito sobre el mundo del rey Arturo. He sido siempre un poco difuso y me he guiado un poco por el placer de la imaginación.

Eso es raro en la literatura y la cultura española.

Es raro en general. Soy un mal ejemplo en este mundo de eruditos. Porque la mayoría de eruditos tienen muy focalizados sus intereses o campos de estudio. Siempre cito lo que decía el profesor Martín de Riquer: "Yo nunca he trabajado porque todo lo he hecho por placer". Creo que uno puede hacer las cosas por placer y que al mismo tiempo sea un trabajo. He tenido suerte porque me he desenvuelto y he logrado ser profesor de griego y estar en la universidad, a pesar de que me gustaban muchas otras cosas.

Están saliendo muchas noticias negativas sobre la universidad en los últimos tiempos: el gravísimo caso del máster de Cifuentes o la incompatibilidad de Monedero. ¿Vio casos similares cuando usted estuvo en ella?

No. Estos escándalos son un poco anecdóticos, sobre todo lo de Cifuentes. Además referidos a ciertas universidades marginales casi. Eso habría sido más raro en la Complutense o en una universidad como la de Santiago. Dentro de eso, el mal más grave de las universidades es la endogamia claramente. Están muy cerradas. Tanto a la sociedad, como que no dejan entrar a nadie que venga de fuera. Para llegar a catedrático, ahora hay que empezar de ayudante, luego ser titular y tener sexenios. Yo fui catedrático muy joven. A los 30 años ya lo era. Eso ahora es imposible. Yo me presenté a unas oposiciones y las saqué. La endogamia provoca que la universidad pierda calidad. Mucha gente lo defiende porque hay intereses creados. El que ya se ha metido por abajo ya sabe que va a llegar. La universidad debería abrirse a una competencia mucho más amplia.

¿Y no está como de espaldas a la sociedad?

Pienso que la sociedad española también es culpable de que eso pase. Es una sociedad cerrada. La universidad se ha hecho cada vez más un sitio de eruditos y de gente demasiado limitada en sus propios estudios. Hay muy poca gente con ideas de apertura. Pienso que hay que dar un paso. Quizá pase esto en toda Europa. Yo recuerdo la época de los años 60, cuando estaba de moda el existencialismo. Por entonces, estaban los grandes pensadores franceses del existencialismo. Y había una inquietud, y eso se ha ido perdiendo. La cultura era más transversal, estaba más abierta. La erudición es necesaria, pero no debe ser todo. La universidad debería estar más abierta. Pero la sociedad está cada vez más cerrada en sí misma.

¿Esa apertura tuvo que ver con Mayo del 68?

Fue una especie de explosión y luego a la larga ha tenido muy poco éxito. Aquello fue una llamada de atención muy interesante. Cosa que luego ha sido realmente poco productiva.

Quizá como el 15M.

También, sí. Lo mismo. Pero aquello fue mucho más. El 15M tenía unas razones puramente económicas. Y Mayo del 68 era romper con toda una serie de barreras que no eran meramente económicas, sino con unos valores. Aquí la indignación del 15M es de base económica: cada vez hay unos que ganan más y otros que cada vez están peor.

¿Ve un cambio? ¿Mejoran las cosas?

Es verdad que ha habido en los últimos tiempos una serie de casos extremadamente desvergonzados en el afán de enriquecerse. Antes no se llevaba esto. Antes había un sentido moral y de la ética sobre todo en los profesionales, incluso en los políticos, que se ha perdido. Era menos importante tener tanto dinero y eran más importante las relaciones sociales. Ahora el triunfador es el que gana mucho.

¿Alguno de estos que gana tanto dinero pasaría a formar parte de su Diccionario de mitos?

No. El sentido mítico creo que se ha perdido un poco. El sentido mítico se da en sociedades donde hay individuos que pueden ser extraordinariamente ejemplares o brillantes. Y esto en una sociedad de masas es muy difícil que suceda.

¿Cuál es el último mito que tenemos?

Creo que mitos en pequeño sí tenemos. Puede haber políticos que tengan una pequeña aura mítica, por ejemplo un personaje como Churchill. Pero hoy día es muy difícil. Ya no hay héroes guerreros, porque en un mundo con bombas atómicas y con las armas que hay ahora un individuo no pinta nada. Algún gran científico puede tener algo de mítico. Hay otra serie de héroes que serían los que están dispuestos a sacrificarse por los demás. Por ejemplo, estos médicos jóvenes que van a África o al Tercer Mundo y luchan por que haya menos hambre o muera menos gente. A pequeña escala hay héroes y mitos. Pero no son los más famosos. Los famosos son otros.

Usted sigue prefiriendo a los griegos.

Hay muchos héroes griegos que me son simpáticos. Es muy conocido el caso de Ulises, porque es el héroe que no triunfó por la fuerza o la violencia, sino por la astucia, por la inteligencia. Eso es progresista frente a los otros. También está el caso de Héctor, que es el héroe que lucha por su patria y su familia. Y está dispuesto y sabe que va a morir. Y esas figuras femeninas como Antígona también son interesantes. Antígona por enterrar a su hermano se jugó la vida. Era un mundo mucho más sencillo que el nuestro. Éste es un mundo muy complicado. Y la sociedad de masas ha acabado con muchas cosas.

La mitología griega siempre ha sido atracción de poetas y ha ido interesando a lo largo de la historia: Robert Graves, Jünger...

No sólo eso. La mitología le gusta mucho a los niños. A la gente joven le encanta. Hay un fondo fantástico que es muy difícil compararlo con otra cosa. Hay una serie de figuras estupendas. Los griegos tenían una gran fantasía, una enorme admiración por el mundo y luego tenían ese afán de libertad y preguntarse por lo real. Y eso les caracterizaba. Y creo que es algo que tiene que ver con el mar. Eran gente de puerto, donde se contaban historias. Y eso es muy diferente de la gente de interior. Los espartanos eran duros, no tenían mar.

Los intelectuales de ahora parece que no han sabido darle un nuevo discurso a la izquierda. ¿Ha habido una dejación de sus funciones?

El papel del intelectual ahora es muy difícil. Es verdad que los intelectuales de izquierdas han desilusionado un poco porque a la vez que critican el poder, tienen miedo o ciertos reparos en no decir cosas que parezcan ofensivas a la mayoría. Son muy cuidadosos, se autocensuran, arriesgan poco.

¿No es difícil mantener un discurso de izquierdas en una sociedad tan capitalista?

Sí. Es un mundo además en el que las utopías y las revoluciones han fracasado. Siempre digo que a mí la teoría marxista me parece muy bien, pero aplicada en la realidad ha acabado en fracasos notables en todas partes. Y en parte las utopías han fracasado por culpa de caraduras como estos gobernantes actuales. El papel del intelectual es sobre todo crítico. Pero claro, la crítica negativa a la larga no tiene ecos favorables.

Y suele encontrarse con todos los poderes fácticos en contra. Y éstos responden.

Sí. Lo que pasa al final es que el intelectual acaba por no gustar a ningún grupo político. Pese a todo, creo que hay intelectuales en España que todavía dicen muchas cosas. Pienso en Fernando Savater o cuando se habla del tema de la nación en Santos Juliá. Hay algunos intelectuales, lo que pasa es que esas ideas revolucionarias son difíciles. Ya no hay ideas revolucionarias. Y ha habido de todo. En mi época cuando yo era joven el gran intelectual era Sartre.

Prefiero a Camus.

Sí, hombre. Pero el gran intelectual era el otro. Pero a la larga se ha visto que en su marxismo, en su comunismo y casi en su estalinismo era un hombre demasiado turbio. Y Camus era buena persona, pero influyó menos. Recuerdo de Camus muchas cosas. Por ejemplo, en ese libro que se titula El primer hombre está esa carta que él escribe a su maestro de escuela cuando él ganó el Premio Nobel diciéndole que todo se lo debe a él y que él era un niño pobre de Argel que gracias a un maestro llega a ser lo que era. Eso es una magnífica historia.

¿Hará una carta así cuando lea su discurso de ingreso en la Academia?

Ojalá pudiera hacerlo. Hablaré del mundo de las novelas, cómo aparecen en el mundo griego, a final de todo. Ya tengo el discurso preparado. Lo pronunciaré en octubre o noviembre.

Ha escrito también sobre filosofía. ¿Es más epicúreo o cínico?

Yo siempre he defendido esa línea que se ha venido a llamar filósofos de izquierdas, materialistas, individualistas, que pensaban que la felicidad era fácil si uno se atenía a los placeres razonables. Frente a los metafísicos o los idealistas, yo he defendido la otra línea. Por otra parte, prefiero a los epicúreos. El epicúreo es más sensato.

El cínico es muy siglo XXI.

El cínico es agresivo. El pensador Peter Sloterdijk ya diferenciaba al cínico que en la vida real lo desprecia todo del cínico moderno, que es el cínico que ya no cree en nada pero procura triunfar dentro de la mentira. Hay dos tipos claramente, el cínico antiguo, como Diógenes, y el moderno, un tipo del que hay muchos: no creen en nada pero se ponen la máscara para triunfar. A mí los que me gustan son los antiguos. Estos modernos no me interesan nada.

Normal, a usted le gusta todo lo antiguo.

No, hay cosas modernas que también. Yo siempre digo que un obrero de ahora vive mejor que un rey de la Antigüedad o la Edad Media: la medicina, los viajes, etc. Ahora hay unas posibilidades infinitas que no existían. Y las mujeres ya no digamos lo que han mejorado. La historia las ha tratado muy mal.

¿Cómo ve lo que está ocurriendo en Cataluña?

Con pena y con hondo disgusto. Nunca se me hubiera ocurrido que los catalanes no fueran españoles. Cataluña tiene una cultura, una lengua, y yo como mucha gente admiramos a los catalanes. Los catalanes siempre me han parecido una gente de cultura, de refinamiento. Un pueblo ilustrado. Y este antiespañolismo y este nacionalismo a ultranza me parecen lamentables. Les caerá mal a algunos amigos que diga esto, pero es así.

¿Qué hemos heredado exactamente de la Odisea y de la Ilíada?

Ha quedado la visión de esos dioses griegos que no causan temor sino que son muy humanos. Luego está también el pensar y el imaginar a fondo. Y el tercer punto sería el afán de libertad. Los griegos se oponen a los bárbaros porque el griego ama la libertad. Y eso ha sido una característica un poco del mundo europeo. Yo creo que ahora, con esta sociedad de masas y esa tecnología de los medios de comunicación también tan opresiva, la libertad acaba perdiendo. Deberíamos luchar más por la libertad individual, que cada uno aproveche su propia manera de ser.

¿El cristianismo acabó con ese afán de libertad de los griegos?

España no se ha caracterizado a lo largo de su historia por el amor a la libertad, sino por una especie de opresión y de censura que en parte está ligada a la Inquisición y al catolicismo. Eso ha marcado mucho desde el siglo XVI hasta el franquismo. El progreso intelectual aquí no ha ido al ritmo europeo por ese catolicismo. En Europa, del XVI al XIX es la gran época del desarrollo de la libertad intelectual, y en España no. Y aún quedan pequeños residuos. Pero se está luchando contra ellos.

¿Qué puede aportar un helenista a la RAE?

No lo sé, ya veremos. Hay otro aparte de mí: Francisco Rodríguez Adrados. Tiene 95 años. Él es uno de los que me ha apoyado para entrar en la Academia. Ha sido mi maestro durante mucho tiempo. En la Academia ahora hay muy buenos novelistas, pero hay menos poetas. Por otra parte, yo siempre digo que ésta es una buena época de traducción de los clásicos. En España ha habido una época en que se tradujo muy poco. Pero ahora es increíble: hay siete u ocho traducciones modernas de la Ilíada, y en ediciones de bolsillo. Hay posibilidades de lectura como nunca ha habido, cosa que también pasa ahora con la música. La gente que ahora quiere tener una cierta cultura literaria y musical le es más fácil tenerla que en cualquier otro tiempo. Hay más acceso. Pero al mismo tiempo hay toda esa opresión social contra la cultura que lo oscurece.

Hay otra mallorquina en la Academia, Carme Riera. ¿La conoce?

Sí, claro. Me gustaron mucho sus memorias de infancia y todos sus estudios sobre la Escuela de Barcelona. Ella es mucho más mallorquina que yo, porque yo soy mallorquín por parte de mi abuelo. Carme es muy inteligente. Y su novela Dins el darrer blau está muy bien. Es una persona muy valiosa y ágil intelectualmente.

Si le hubiera llamado Pedro Sánchez para ser ministro de cultura, ¿qué le habría contestado?

Nunca he pensado en esa posibilidad. Yo no habría servido para ser ministro. Me aburren mucho las reuniones y la burocracia. Yo fui una vez vicerrector de la UNED y dimití al cabo de dos años porque me aburrían las reuniones y el papeleo. Soy torpe para los papeles. No habría aceptado nunca ningún cargo de éstos. Está bien aquello de Rusiñol, cuando le propuso el Rey si quería un título de nobleza y aquél le contestó: "Jardinero de Aranjuez". Pues eso.