¿Recordáis el famoso sándwich de mantequilla? Pues las cosas se han complicado un poco desde entonces. Pongo en antecedentes a los que no leyérais el artículo en el que hablaba de ello.

Hace unas semanas, mi hijo adolescente tiró un sándwich de mantequilla a la basura, y yo enfurecí. Su excusa era que no le gustaba la mantequilla, cosa que en el pasado ocurría, pero no ahora. Aunque no quiera reconocerlo, en la actualidad la consume a menudo.

Lo que a mí me dolió de ese asunto fue que no se le ocurriera dar el sandwich a alguien, tal vez algún amigo se lo hubiera comido con gusto, ó sino, podría haberlo reservado para alguno de los múltiples vagabundos agarrotados por el frío, que anhelan algo de humanidad, sentados en las esquinas de las calles. Lo que me parecía inconcebible era que tirara el sandwich a la basura, sin más. Ya sé que es mi personal visión de las cosas pero es que soy su madre, y tengo el deber de inculcarle algunos valores.

Pues bien, el tema trascendió y todos opinaron. Me sorprendió que nadie lo viera como yo. El fallo, dijeron, era que no había tenido en cuenta el gusto del niño. Si no le gustaba la mantequilla, no debía, en ningún caso, hacerle un sándwich con mantequilla. Aclaré que no le gustaba en el pasado, pero nadie le dió importancia a ese detalle. Además, el sándwich no era sólo de mantequilla, era de mantequilla pero contenía unos pedacitos de salmón. Valga aclarar que a mi hijo le entusiasma el salmón. Así que, en realidad, tuve muy en cuenta su gusto. Si le puse mantequilla al pan fue para que no se resecara. Aun así, nadie apoyó mi visión y el mensaje de solidaridad que quería inculcarle a mi hijo adolescente, se perdió mezclado con el humo y el ruido de los coches de la ciudad.

Me cuestiono a menudo qué es ser una buena madre, y cómo en cada etapa se requiere potenciar una cualidad diferente para lidiar con los niños. He llegado a la conclusión de que para superar la adolescencia de mi hijo, debo potenciar la capacidad de conectar y desconectar con rapidez, y una cierta dósis de pasotismo respecto al resto de opiniones. Aquí todo el mundo dice saber hacerlo mejor que tú pero en realidad cuando les toca, también meten la pata. Así que nadie, ni el más avispado de todos, tiene la piedra filosofal en lo que respecta a la adolescencia de sus propios hijos. La capacidad de desconectar puede ser útil para no enlazar una historia con otra, reponer fuerzas antes de cada batalla, y así no cansarse tanto.

Algunas veces, antes de dormir me pregunto si lo estoy haciendo todo lo bien que puedo. Y me desvelo en la oscuridad de la noche, oscuridad que a pesar de la edad aún me intimida, pienso que no lo lograré. Entonces enciendo una lamparita que tengo rodeada de mariposas y trato de conciliar el sueño con la luz encendida. Me coloco boca abajo, mi posición preferida para dormir, pero no consigo detener el pensamiento; que no puedo hacerlo sola, que no sé si sabré hacerlo sola. Que acabaré enterrada en el cementerio de las madres olvidadas, de las madres que se esforzaron hasta el límite de sus fuerzas pero no llegaron a dejar huella. Y lloro de impotencia, como una niña abandonada. Entonces tras mucho llorar, ya desahogada, termino por dormirme.

Anteayer le requisé el tabaco a mi hijo adolescente, y ésto provocó una gran ecatombe en nuestra relación que, en líneas generales, estaba pasando por un más que considerable buen momento. No puedo aceptar que mi hijo fume con sólo trece años. No puedo aceptar ni secundar que con sólo trece años ande por ahí cargado de tabaco, boquillas y papel de liar. Así que, sin más argumentos que mi amor por él, abrí su riñonera y requisé su tabaco. Lo hice casi, casi a modo de performance simbólica, puesto que una parte de mí sabía que con ello no liberaría a mi hijo de fumar en un futuro inmediato. Al menos que le quedara claro que su madre no iba a ayudarle a que se envenenara despacito.

Pero el precio a pagar ha sido alto. Él dice que he atentado contra su privacidad. Yo respondo: "Lo hago porque te quiero". Él dice que su padre le deja. Yo concluyo con un "en mi casa hay otras normas". Pero es difícil acertar en el contra ataque, y más con padres separados y posibilidad de fugas, grietas, o tuberías embozadas.

Las discusiones sobre el asunto de la privacidad, y el atentar ó no contra ella, nos han distanciado y temo haber perdido parte de su confianza. Ayer me echó de su habitación y esta mañana, se ha ido al cole sin abrazarme.

Siempre que hay una grieta, algo en lo que su padre y yo no estemos de acuerdo, él se cuela y se alía con mi ex. Es un clásico. Entonces le cuenta lo mala que soy y él, mi ex, le dice que le comprende y le expresa lo mucho que le quiere. No tengo su apoyo. Creo que a mi ex le encantaría verme en cualquier cementerio pero sobretodo en el de las madres olvidadas y desautorizadas.

Ser madre también te proporciona momentos supremos. Sobretodo durante los primeros años. Somos nosotras las que hacemos el trabajo más duro, y en ese momento nos ponen todas las medallitas, que si vaya madre tan entregada, que si parió en un cerrar de ojos, que si el niño crece gracias a esa leche tan ó más nutritiva que las propias papillas, que si... Nosotras ponemos el cuerpo, el alma, la sangre, y lo que haga falta, pero luego, a medida que los niños crecen nos van despojando de todos esos privilegios, sin compasión, ni piedad alguna. Entonces aun sacamos fuerzas de ese abandono para estudiar otra carrera, ó enfocarnos en el trabajo, nos reinventamos, escribimos un libro ó curramos como leonas en el proyecto que sea. La verdad es que la mujer es un ser admirable.

Ser madre no es nada fácil porque el amor ciego por los hijos y el deber para con ellos entran a veces en conflicto. Y porque cuando nos lo arrebatan todo y se alejan de nosotras, el corazón se nos rompe en pedacitos pequeños.

Pero hay que dejar que se vayan, porque tal vez un día sepan volver. No siempre ocurre, algunos no vuelven nunca.