Aunque no se reconozca abiertamente, en la adolescencia jóvenes y padres nos sentimos inseguros, ansiosos, a menudo perdidos. Es una etapa de constantes retos, y en última instancia, lo más importante es dialogar y seguir demostrando cariño mutuo pase lo que pase. Ante todo, los adolescentes necesitan sentirse queridos. Ellos lo necesitan pero también los padres lo necesitamos. Todos somos seres sensibles y, sin importar la edad que tengamos, necesitamos ser queridos.

El grupo de amigos y el sentimiento de pertenencia a éste pasa a ser más importante que la propia familia, y la mímesis o imitación un patrón de aprendizaje muy útil pero que no siempre lleva por el mejor camino. Es importante desarrollar la propia personalidad y la capacidad de decir que no incluso a los propios amigos, y eso requiere de madurez, algo de lo que los jóvenes no andan sobrados.

Muchos reconocen que empiezan a fumar para desinhibirse y sentirse más libres pero la paradoja es que terminan convirtiéndose en esclavos de las sustancias que consumen.

No quiero cuestionar los beneficios que el cannabis pueda ofrecer a los enfermos de cáncer entre otros...ni creo que fumar de vez en cuando en edades adultas sea algo negativo pero no hay duda de que el cannabis afecta al cerebro. Si hablamos de jóvenes entre 12 y 18 años, en el mejor de los casos produce apatía, somnolencia y pérdida de memoria. No es de extrañar que pueda suponer fracaso escolar. Eso, repito, en el mejor de los escenarios.

Si la pereza y el cansancio son rasgos inherentes a la adolescencia añadir sustancias que los potencien puede provocar que los jóvenes dejen de hacer incluso aquellas actividades que más les gustan. Nos encontramos con jóvenes adictos a las supuestas drogas blandas que quieren bailar pero no bailan, que quieren tocar un instrumento pero no tocan, que quieren jugar a un deporte pero no juegan. Sólo fuman, beben y se dejan llevar. Obviamente todo es cuestión de dosis pero no podemos pedir a los adolescentes que sepan reconocer y respetar sus límites, bueno, podemos pero probablemente fracasemos en el intento.

En el peor de los escenarios, dos de cada cien jóvenes fumadores, sin saberlo, juegan a la ruleta rusa. El cannabis puede producir también brotes de tipo sicótico. Todos conocemos algún caso, y lo peor es que no hay manera de determinar quién será el siguiente en ser hospitalizado.

Pero analicemos por un momento ¿por qué fuman nuestros jóvenes?

Hoy más que nunca vivimos en una sociedad en decadencia en que “lo bueno y lo malo” está desdibujado.

Los jóvenes se ven obligados a pasar por el aro de un sistema no sólo imperfecto sino que parece, si las previsiones de nuestros científicos son ciertas, que nos lleva al fin de nuestra civilización. No sabemos en cuánto tiempo. Aunque en realidad lo estamos viviendo todos día a día. El ser humano destruye más que genera, y no le devuelve al planeta ni una cuarta parte de lo que le arrebata. Esta situación genera un estrés muy profundo del que, a veces, nisiquiera nos percatamos.

Me consta que de forma individual la mayoría somos conscientes de todo ello pero ¿qué hacemos para resolverlo?

Mientras no seamos capaces de proporcionar un modelo de comportamiento más coherente y saludable a nuestro jóvenes ¿podemos servirles de guía y darles verdadero ejemplo?

Hasta cierto punto es normal que traten de evadirse; muchos beben alcohol y fuman marihuana para olvidar las contradicciones del mundo adulto, para relajar la tensión que hay en sus propios hogares, para alcanzar un estado de falsa armonía en un mundo en que, a simple vista, la armonía no existe.

Si pensamos en el ser humano de forma holística, mientras la destrucción y el caos formen parte inherente al planeta, ¿podemos estar realmente en paz? ¿Podemos equilibrar saludablemente las pulsiones freudianas; la pulsión de vida, la pulsión sexual y la pulsión de muerte?

La respuesta es que sí podemos pero para lograrlo hay que esforzarse y tenemos que buscar alternativas; el deporte, el arte, o cuidar de los demás...

También mediante la meditación y el yoga uno puede alcanzar el equilibrio en cualquier circunstancia, por adversa que esta sea. Uno puede vivir y hasta flipar, si me permiten el término, sin necesidad de ninguna sustancia externa porque la vida está llena de magia. Sólo hay que saber verla. Y no es nada caro, ni difícil. Es tan sencillo como sentarse con las piernas cruzadas en la arena, sentir la brisa del mar, cerrar los ojos y respirar profundo. La armonía sí que existe, proviene de nuestro interior. Para encontrar el equilibrio hay que empezar por uno mismo.

Es importante hablar con los jóvenes y mostrarles la necesidad de, ante todo, ser ellos mismos. Son mucho más que un nombre y un apellido, o un número en el carnet de identidad. Son seres infinitos que están en la tierra para amar y ser amados, para conocerse a sí mismos, para hallar el equilibrio del guerrero de la luz.

Vivir y aceptar la realidad tal y como es requiere de mucho valor. Pero éste es el primer paso para poder cambiarla. Sólo los más valientes serán capaces de lograrlo.