La nueva zanahoria para nuestros hocicos de burro la ha anunciado el Colegio Oficial de Arquitectos, y como con toda propuesta tan populista como innecesaria, desde Cort ya se han manifestado encantados con ella. Dicen los arquitectos que hace falta reformar el Paseo Marítimo, desde el Portitxol hasta Portopí, a 40 millones de euros de precio. En un ataque de oportunismo, se pregunta uno cuántas dobles mastectomías podrían pagarse con ese dinero, o al menos en qué medida se aligerarían sus listas de espera.

El Colegio es el colectivo de entendidos que callaron ante la reciente desaparición del Mollet, el clásico bar de los pescadores. La arquitectura ni es solo exterior, también interior y equipamiento. No solo las piedras viejas tienen carácter, también está en las barras que han soportado miles de codos y cogorzas. Los argumentos, de habitual buenismo: convertir la zona en bulevar (¿qué es ahora?), como si ampliar aceras y poner unos cuantos parterres fuesen solución revolucionaria, y dar prioridad al peatón frente al coche, como si reducir carriles y perder aún más tiempo en los atascos diarios no mermase la calidad de vida.

Nada dicen la zona de ocio más fea del Mediterráneo y su aburrida oferta de farra. Más incógnitas: ¿por qué a nadie de esta ciudad le apetece ir al Bar Pesquero, al Varadero, al Guinness House o al Anima Beach? Ante la pregunta de si desde un ayuntamiento puede orientarse un tipo determinado de locales no hay más que apuntar el ejemplo berlinés, en virtud del cual es tan fácil y barato abrir un bar que la mayoría ni tiene nombre. Con ello gana la variedad de opciones musicales, estéticas y etcétera, pues no solo la pretenciosidad adinerada puede pagar un alquiler. Tampoco se contempla la otra opción que llena de residentes y turistas tantas ciudades: poner un millón de terrazas donde tomarse cañas al sol, que no le cuesten al bar 40 millones por metro cuadrado y con precios de persona.

Si quieren darle personalidad a nuestro Paseo Marítimo que tengan huevos y hagan vivienda de protección oficial como mucho de cuatro alturas, con el añadido innegociable de prohibir por desfasadas las palabras “lounge”, “fusión” y “chill out” a los negocios que allí se establecieran. Personalidad no es cargarse el encanto del Barlovento para sustituirlo por la impostura del Nassau. En la misma línea, las obras enmarcadas en las Olimpiadas que despersonalizaron gran parte de la Barcelona histórica y genuina no pueden ser un modelo. Abrir la ciudad al mar era necesario (lo es en Palma), pero acabó primando la avaricia capitalista.

Llevan años mareando con la reforma del Paseo Marítimo, cuestión más sobredimensionada que el periodismo político, que todo lo considera noticia y se cree más importante que nadie. Cada vez que resurge el tema hay que temer que nuevos espacios/adefesio como el Parc de la Mar, el mayor atentado urbanístico que ha sufrido esta ciudad desde que el Puro Beach se cargó El Cielo. Visto lo visto, a día de hoy las propuestas siguen cayendo en lo inservible y sin variar en fealdad, con lo que seguiríamos teniendo un mismo paseo con distinto collar.