Trigésimo aniversario

Trigésimo aniversario: Alba, la editorial que convierte los libros en objetos de deseo

El sello, fundado por Javier Moll y Arantza Sarasola, cumple tres décadas con un amplio y variado catálogo que es una referencia en España entre los lectores más exigentes.

La apuesta de la editorial Alba por el diseño es innegable. La portada del libro de Fiódor Dostoievski ‘Los hermanos Karamázov’ está considerada la más emblemática. Pero no es la única. Esta es una muestra de la originalidad de algunas de ellas.

La apuesta de la editorial Alba por el diseño es innegable. La portada del libro de Fiódor Dostoievski ‘Los hermanos Karamázov’ está considerada la más emblemática. Pero no es la única. Esta es una muestra de la originalidad de algunas de ellas. / DM

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Todos los lectores tenemos nuestros libros favoritos, esa selección de títulos a la que volvemos con deleite, no importa las veces que los hayamos leído. Pero pocas veces sucede, de ahí lo excepcional de esta historia, que esas obras pertenezcan a un solo catálogo, hayan sido editadas en la misma casa, hogar literario que les da cobijo, y a nosotros también. Es esa experiencia lectora, aglutinadora de excelencia, lo que hace distinta a Alba, un sello único en el mercado español y, en parte, también fuera de nuestras fronteras.

Estos días, la editorial que fue capaz de volver contemporáneos a Dickens, Turguénev o las hermanas Brönte, entre cientos de destacados autores clásicos, cumple treinta años. Un sueño cumplido por muchos lectores que fue, primero, de Javier Moll y Arantza Sarasola, editores del grupo Prensa Ibérica con vocación y responsabilidad que hicieron de su vida su pasión, y de su pasión su vida, y decidieron poner en marcha, en 1993 y en la Barcelona posolímpica, una editorial con la que seguir construyendo, en este caso desde la literatura, el tejido cultural español. Según el Diccionario de la RAE, alba es, en su segunda acepción, «amanecer», y Moll y Sarasola quisieron trasladar ese significado, poético y evocador, a su proyecto editorial, de ahí el nombre elegido, que pronto fue inconfundible.

Cuando la ensoñación se volvió realidad, no disminuyó la magnitud ni la dificultad de la tarea editorial, que echó a andar en el barrio de Sant Gervasi con ánimo de búsqueda, siendo las primeras colecciones más bien de nicho, dirigidas a un lector muy especializado. Aunque la vocación de Alba siempre fue literaria y universalista, ya que el objetivo de partida de sus fundadores fue cubrir los huecos que existían en las librerías y bibliotecas españolas. Entre los muchos logros del proyecto de Moll y Sarasola está el hecho de que, tres décadas después, Alba sigue hallando esos vacíos, y continúa llenándolos con renovado ánimo descubridor.

En 1995, tras esa primera etapa de indagación y posicionamiento, el escritor y traductor Luis Magrinyà se incorporó como editor externo y así nació Alba Clásica, colección que, con el tiempo, se convirtió en el motor de la editorial. La propuesta inicial de Magrinyà fueron cuatro títulos al año, y el primero de ellos fue Mansfield Park, la más densa y compleja de las novelas de Jane Austen y de la que, en aquel momento, no había traducciones disponibles en España. A ella se fueron sumando clásicos universales (Guerra y paz, Crimen y castigo, La Regenta, David Copperfield, Jane Eyre… la lista es gratamente interminable) que, con un diseño atractivo y elegante y excelentes traducciones, consiguieron entrar en las mesas de novedades de las librerías, todo un hito en el mundo de la edición española.

Idoia Moll se puso al frente de la editorial en 2011 y la dirige con la misma intención que desde los inicios: publicar libros muy cuidados y convertirlos en objetos de deseo para el lector. Con ese ánimo, Alba logró quitarle el polvo a los clásicos, tratando a Chéjov o Dostoievski con la misma vigencia que a cualquier autor contemporáneo. Así, consiguió ocupar un espacio editorial que, en nuestro país, no estaba cubierto por nadie, de ahí que pronto aparecieran las réplicas, cuando no copias, aunque nada haya como el original. Hoy, con más de trescientos títulos publicados, Alba es un referente en la edición de clásicos en lengua española.

La apuesta de la editorial Alba por el diseño es innegable. La portada del libro de Fiódor Dostoievski ‘Los hermanos Karamázov’ está considerada la más emblemática. Pero no es la única. Esta es una muestra de la originalidad de algunas de ellas.

La apuesta de la editorial Alba por el diseño es innegable. La portada del libro de Fiódor Dostoievski ‘Los hermanos Karamázov’ está considerada la más emblemática. Pero no es la única. Esta es una muestra de la originalidad de algunas de ellas. / DM

Éxito internacional

Pero no son las únicas piezas de la gran maquinaria narrativa que es Alba. La diversificación y la variedad son en este sector un grado, y eso lo supieron ver desde el principio en la editorial. Siempre han publicado los libros que han querido, en los que han creído, lo que no significa que no estén pendientes del mercado. Sirva como ejemplo el ensayo El cerebro del niño, un longseller que, desde 2011, lleva vendidos más de cien mil ejemplares y que fue una apuesta personal de Idoia Moll.

Ahí está también la colección de Artes Escénicas, dedicada a la formación de actores y directores de teatro y cine con autores de la talla internacional de Uta Hagen, Augusto Boal, Jacques Lecoq o Peter Brook. Este último, Princesa de Asturias de las Artes, protagonizó hace tiempo una de las anécdotas que forman parte de la historia más personal de Alba: en principio molesto con el título, a su juicio «excesivamente comercial», que la editora de entonces había elegido para uno de sus libros, terminó encantado al ver la cubierta de la obra, en la que estaba muy joven y guapo, que en una edición posterior se tituló Cambiar el punto de vista.

El responsable fue Pepe Moll, pintor, diseñador y autor de las cubiertas de Alba. Suya es la imagen de la editorial, porque sólo él, con su sensibilidad, con su conocimiento de la pintura y de la historia del arte, es capaz de llenar de humo la portada de Anna Karénina (hubo lectores que escribieron a la editorial indignados por el spoiler), o de colocar un botín en la de La señora Bovary (Flaubert era fetichista de este calzado).

Una de las colecciones que más alegrías ha dado a la familia de Alba en los últimos años ha sido Pequeña&Grande, que se compone de biografías ilustradas para niños. Tras su puesta en marcha, vendieron los derechos a la editorial inglesa Quarto, y ya hay traducciones en más de treinta lenguas extranjeras. De hecho, en una reciente edición de la Feria del Libro Infantil de Bolonia, una editora alemana se quedó muy sorprendida al descubrir que era Alba la editorial creadora de una colección tan exitosa en todo el mundo.

Mención aparte merece la dificultad que entraña rescatar obras, minimizada por los mismos críticos y editores que menosprecian a los clásicos por su supuesta baratura, al estar, en teoría, exentos de derechos de autor, una falacia fruto del desconocimiento de cómo funciona realmente este trabajo. Algunos de los libros de Alba no están vivos actualmente en su mercado original. Es el caso de No, mamá, no, de la escritora británica Verity Bargate, una novela de 1978 (localizar, ya no a la autora y sus herederos o agentes, sino un ejemplar en inglés fue toda una aventura) y uno de los longsellers de esa deliciosa colección que es Rara Avis. Bargate hoy no está en el catálogo de ninguna editorial inglesa, y en España ha sido un éxito.

La literatura contemporánea también tiene su lugar en Alba. En esa colección, que desde 2010 llevaba la escritora María Tena y ahora ha pasado a depender del también autor Manuel Guedán, han aparecido títulos como Pequeños fuegos por todas partes, novela de Celeste Ng en la que está inspirada la serie de Reese Witherspoon, o Campos azules, el debut en la ficción, a los 73 años, de la española Julia Soria, que, siendo una «autora tardía», se sintió «tratada con amabilidad, seriedad y tacto», y describe su experiencia con Alba como «corta, pero inolvidable».

Apuestas

A Alba Contemporánea pertenecen, asimismo, los libros de José Luis Correa, cuya relación con la editorial «se remonta a principios de siglo». «Cuando no me conocía nadie y por supuesto nadie me publicaba, Alba apostó por un escritor de provincias que se había empecinado en crear un detective canario. Desde la primera novela, y está a punto de salir la decimocuarta, comprendí que estaba ante una editorial diferente, que mimaba tanto a sus autores como a sus ediciones. La finura de sus publicaciones se ha visto refrendada por diferentes galardones y los lectores han sabido siempre premiar esa estética».

Más de veinte años lleva Silvia Adela Kohan publicando sus libros de técnicas literarias en Alba. «Escribirlos para ellos ha sido siempre un placer y una responsabilidad, debido a su prestigio, que ha ido creciendo año tras año hasta llegar a Idoia Moll, que facilita la labor de los autores y la enriquece con sus acertados comentarios sugerentes y respetuosos», asegura la argentina.

En la última etapa, la editorial ha lanzado Alba Poesía, una colección que ofrece manuales de poesía clásica y contemporánea, muchos en formato de antología, y en ediciones bilingües cuando se trata de traducciones. A su cargo está el escritor y crítico Gonzalo Torné, cuyo objetivo es «hacer de la lectura un viaje confortable para el lector sin renunciar a la calidad del texto. Pensamos libros que sean densos en el buen sentido, sustanciosos».

El próximo así concebido será una Antología de las poetas estadounidenses que se publicará antes de que acabe el año. «Alba ha marcado estilo. Es una editorial sofisticada, que busca un criterio de literatura de calidad legible, accesible». Torné es consciente de que treinta son «muchísimos años», pero «la sensación que da desde fuera es que Alba es una editorial joven: tiene treinta años, pero es siempre sorpresiva, no se puede saber qué va a venir, hay mucha creatividad».

El poeta y editor Juan F. Rivero conoció Alba como lector cuando estudiaba Filología, y en 2019 se sumó como traductor a Alba Poesía. Recuerda que el primero de sus libros que cayó en sus manos fue Anna Karénina y poco a poco fue incorporando a su colección numerosas obras de Alba. «En la medida en que me iba desarrollando como lector y dando a conocer como poeta y traductor de poesía, el de los libros de Alba se fue convirtiendo en uno de mis modelos preferidos», confiesa.

Toda esa creatividad a la que aludía Torné se traslada también a lo virtual. La presencia de Alba en redes es brillante y constante, sobre todo en Twitter, donde tiene 69.300 seguidores. Allí, además de anunciar sus novedades y abrir hilos diarios con interesantes historias de sus libros y de sus autores, cada viernes recomienda un libro de otra editorial. Un gesto de complicidad que tanto los otros sellos como los lectores agradecen. En Twitter, precisamente, durante la pandemia, un lector con esclerosis lateral amiotrófica hizo un comentario elogioso sobre uno de los clásicos de Alba, El diario de un hombre decepcionado (1919), cuyo autor, W.N.P. Barbellion, que murió apenas unos meses después de publicarlo, relata su experiencia con la enfermedad. Fue tal la respuesta al tuit que Alba tuvo que reeditar el libro, casi agotado.

Hace ya más de una década, la sede de la editorial se trasladó a un local en el Barri Gòtic de Barcelona, un lugar con mucho encanto. Desde allí, el equipo de Idoia Moll sigue construyendo un catálogo que no deja de crecer, como sus lectores. Una labor que es posible gracias al apoyo incondicional de los fundadores. Año tras año, Javier Moll y Arantza Sarasola han apostado por su amor a los libros. Querían contribuir culturalmente, que Alba fuera algo de lo que poder sentirse orgullosos. Y lo han conseguido.

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Luis Magrinyà

Normalmente se dice que es un clásico aquella obra que consigue sobrevivir al juicio de la posterioridad. Pero la posterioridad no es una medida de sabiduría inefable: si hubiera sido por Voltaire, a quien El rey Lear le parecía «la obra de un salvaje borracho», a Shakespeare nunca lo habría tolerado «ni el más zafio populacho de Francia o Italia»; si hubiera sido por Mark Twain, a Jane Austen habría habido que «desenterrarla y darle en la calavera con su propia tibia». La posterioridad tiende a equivocarse tanto como la contemporaneidad, solo que su trayectoria es más larga y más susceptible de enmienda. De hecho, quizá sea más interesante cuando redescubre y rescata que cuando mantiene y consolida.

Cada época imprime su sello al revisar épocas anteriores: descarta tanto como elige. En nuestros días, los estudios culturales, la crítica colonial, la perspectiva de género y de clase pueden haber cometido algunos desmanes, pero no menos que otro tipo de aportaciones -religiosas, moralistas, patrióticas, esteticistas- en otros tiempos, que para nada han desaparecido. El desmán es una constante en la recepción literaria. Pero no hay nada ilícito ni empobrecedor en fijarse en lo que antes nadie se había fijado o se había creído irrelevante. Reparar, a la luz de nuevos planteamientos, en autores, sobre todo autoras, que en su día no habían pasado del segundo orden es una loable prerrogativa de la posterioridad. Revelar en los héroes y heroínas de las novelas, en sus tramas y técnicas narrativas, rasgos hasta el momento insospechados, o dados ingenua o interesadamente por neutros, propicia lecturas vivificantes y acerca su mundo a nuestro mundo.

Desde el punto de vista editorial, no cabe olvidar el viejo principio de que la lectura de los clásicos debería ser obligatoria en toda educación literaria. Ese tipo de prescripción puede resultar algo pretenciosa y autoritaria porque presupone que alguien sabe lo que el público debe leer. Al final es este quien decide si las propuestas editoriales llegan demasiado pronto, adelantándose a la sensibilidad de los tiempos, o demasiado tarde, cuando ya son producto de un fenómeno que, después de convertirse en moda, se ha quedado desfasado. En el caso de los clásicos, algunos modernos que creen que la literatura ha nacido con ellos pueden despreciarlos, pero normalmente hasta ellos acaban cobrando conciencia de que muchas de las cosas que creen haber inventado ya se habían inventado antes. Esto no tiene por qué ser un trauma: una colección de clásicos es un manual continuado del arte de escribir -y del arte de leer- que muestra cuán modernos eran los antiguos y cuán antiguos son los modernos, y este hallazgo no es un impedimento frustrante sino un estímulo esclarecedor. Y así es como se establece un diálogo -no una prescripción- que, si los interlocutores no se ponen recalcitrantes, es siempre civilizado.

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Luis Magrinyà es director de la colección Clásicos de Alba Editorial.

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