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Novela corta

A. Donda: un profeta del Apocalipsis en la República de San Lorenzo

Impedimenta recupera un inédito de Lem de inquietante actualidad y con ecos de Vonnegut

STANISLAW LEM. El profesor A. Donda. Traducción de A. Murcia y K. Mołoniewicz. Impedimenta, 90 páginas, 14,25 €.

Ijon Tichy, viejo conocido de los lectores familiarizados con la obra de Stanislaw Lem, se cobija en un precario refugio, en mitad de una ignota selva africana. Allí, con dedicación pero con escasa maña, emula a los babilonios grabando, en tablillas de arcilla, la historia de su amistad con el profesor Affidavit Donda, y la participación de ambos en un experimento que logró anticipar, pero no prevenir, un colapso a nivel global. Este es el punto de partida de El profesor A. Donda, deliciosa joya en forma de novela corta publicada originalmente en 1973, y rescatada para el lector por Impedimenta, en plena celebración del centenario del nacimiento del escritor polaco.

Al penetrar en el mundo de El profesor A. Donda, lo primero que sorprende, tanto por su temática y su punto de partida como por su tono satírico y el cultivo de un humor cargado con dosis generosas de vitriolo, es la proximidad de esta «nouvelle» con la imprescindible Cuna de gato, acaso la más rutilante obra maestra de Kurt Vonnegut, cuya publicación original se sitúa diez años antes que la del texto de Lem. La influencia de una obra sobre la otra parece clara, de tal forma que la supersticiosa Lamblia y la corrupta Gurunduvayu en las que se sitúan las peripecias de Tichy y Donda podrían pasar por un trasunto africano de la caribeña República de San Lorenzo en la que Vonnegut sitúa el epicentro del Apocalipsis causado por el hielo-9.

En este escenario, Lem logra un hilarante hallazgo en esa nación de Gurunduvayu en la que la cultura del soborno está tan interiorizada que, en el momento en que una improbable revolución en sus comunicaciones exige más contactos de los habituales, el conjunto de la población se lanza a una agotadora vorágine de sexo grupal (una moda importada de Europa) para poder mantener el sistema.

STANISLAW LEM. El profesor A. Donda. Traducción de A. Murcia y K. Mołoniewicz.  Impedimenta, 90 páginas, 14,25 €.

STANISLAW LEM. El profesor A. Donda. Traducción de A. Murcia y K. Mołoniewicz. Impedimenta, 90 páginas, 14,25 €.

Mas El profesor A. Donda se aleja de la novela de Vonnegut en la naturaleza de la hecatombe que describe y en los objetivos prioritarios de su crítica: si el norteamericano dirigía su más virulentos ataques hacia la religión (con el glorioso hallazgo del bokononismo) y su abyecta comunión con el poder político, Lem raja de arriba abajo las estructuras académicas y los mecanismos, obsoletos ya en la época, para medir el saber y el avance científicos.

No en vano Affidavit Donda es el hazmerreír de toda la comunidad universitaria, ridiculizado en congresos y publicaciones por sus teorías sobre las posibilidades de la cibernética, sintetizadas en una teoría, la «ley de Donda», y estructuradas en una especialidad pseudocientífica, la Svernética, nacida de un equívoco y que el profesor reinventa como una suerte de ciencia interdisciplinar. Sus teorías, por supuesto, acabarán siendo dramáticamente atinadas, aunque esa misma cerrazón de la comunidad científica impedirá cualquier posible rectificación. «En nuestra época, la de los envoltorios, lo que cuenta es la etiqueta y no el contenido... Al llamarme mentiroso y embaucador, los honorables científicos me arrojaron a la inexistencia, desde la que no puedo ser oído, aunque bramara como las trompetas de Jericó», se lamenta Donda, confirmado ya lo atinado de sus teorías.

La hecatombe será inevitable, pero lo realmente inquietante no son sus consecuencias, sino su naturaleza. Porque lo que Donda descubre, sin entrar en detalles que puedan afectar a la recomendable lectura del libro, es que un exceso de información deriva, necesariamente, en la ignorancia. Una reflexión que resulta abrumadoramente actual y que, al finalizar la lectura de El profesor A. Donda, hace que el gesto, en apariencia fútil, de encararse con el teléfono móvil y empezar a navegar entre páginas y páginas de información banal adquiera una turbadora gravedad.

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