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MÚSICA

Realidad y ficción

De cómo la mayoría de las argucias comerciales en torno a la música clásica se caen por ineficaces

Sede de la Filármonica de Berlín. WIKIARQUITECTURA

El debate abierto hace dos o tres décadas sobre la renovación del público en la música clásica llevó, de forma proactiva, a buscar nuevas fórmulas de mercadotecnia para conseguir nuevos espectadores al sector.

La tentación inmediata fue copiar las herramientas del mundo del pop. Las entonces poderosas casas discográficas se lanzaron a la caza de nuevos talentos, jóvenes y glamurosos, con el fin de atrapar a las masas. A los dos años de lanzadas al ruedo esas jóvenes promesas ya estaban amortizadas para el mercado y se fabricaba una nueva remesa de juventud e inexperiencia. Esto llevó a fiascos tremendos porque los circuitos de élite son de una exigencia artística total y se necesita madurez y una fortaleza de hierro que sólo llega con una planificación bien pautada. En un proceso casi de selección natural pocos quedaron de aquellas primeras hornadas de candidatos a superdivos internacionales. El repertorio clásico requiere cauces particulares, tiempo y estudio profundo de las obras. De poco sirve un artista muy llamativo si naufraga ante la interpretación de las grandes obras que es lo que el público espera en un nivel de excelencia.

A continuación, se buscó fabricar un “relato” en torno a los músicos y también se fracasó porque, al final, el único relato que de verdad funciona es el de la calidad interpretativa. Para eso sólo existe una fórmula que lleva siendo así durante siglos: trabajo y talento. La construcción artificiosa de carreras, la instauración de iniciativas basadas únicamente en la imagen al final descarrila siempre porque de la mediocridad interpretativa no sale nada. Si detrás no hay un sustrato muy firme todo se desmorona como un castillo de naipes.

Las fórmulas ensayadas y fracasadas dejan una lección nítida que se observa en países como Alemania en los que se ha entendido el problema desde una perspectiva global. La música, como cualquiera de las otras bellas artes, no se improvisa y no se puede dejar al azar del mercado. Se requiere un trabajo educativo desde los centros escolares, continuo y de calidad. Además, se debe facilitar el acceso a los espectáculos con precios razonables y que las infraestructuras estén bien dotadas técnica y presupuestariamente para aspirar siempre a umbrales de calidad altos. Por eso, hoy Alemania es uno de los países europeos en los que mejor se está afrontando una renovación de las asistencias a los conciertos. En países como el nuestro está casi todo por hacer y se sigue dilapidando dinero público en fórmulas totalmente fallidas y que, lejos de servir de motor para la generación de audiencias, acaban siendo contraproducentes porque su diseño está alejado de la realidad sociológica con la que hay que trabajar. Mucho escaparate, mucha red social, mucho postureo para al final obtener resultados magros, siendo benevolentes en el diagnóstico. En vez de impulsar procesos educativo-culturales de largo alcance, se va a lo inmediato que, en el mundo de la música clásica, ejerce un efecto pernicioso y totalmente fuera de lugar.

Tardaremos mucho tiempo en revertir esta situación porque ahora se ven con toda crudeza en los centros de decisión el desastre de un sistema educativo que esquinó las enseñanzas artísticas y, dentro de ellas, dejó a la música como la última de sus prioridades. Entre el relato virtual y la realidad hay un abismo por el que se cuela el dinero de todos que debiera estar enfocado en lo relevante y no en la frivolidad.

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