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PENSAMIENTO

Kant y Aristóteles, frente a frente

El filósofo ilustrado alemán demuestra desconocimiento cuando critica

ciertas tesis del padre del silogismo, según concluye Rogelio Rovira

Immanuel Kant.

El espíritu filosófico es contrario al pensamiento mitomaníaco, y, por lo tanto, no puede aceptar la tesis de que la historia de las ideas sea cosa fundamentalmente de diez o quince grandes figuras. Lo que no quiere decir que esas figuras no existan. Aristóteles y Kant aparecerán en cualquier listado que pueda hacerse, eso es bastante claro, pero si son grandes, lo son gracias a sus predecesores y a la tradición que les ha hecho crecer, y, es verdad, también gracias a su específica contribución. Y su tributo más grande es el de haber forjado dos sistemas potentísimos, con veintiún siglos de distancia. Se creerá, tal vez, que tener o no tener un sistema es cosa a elegir, pero no es así, porque, si se quiere defender algo más que buena doxología (arte de opinar bien) o interesante ideología o apreciable erudición, hay que tener un sistema o, de lo contrario, tomarlo prestado, aunque sea inconscientemente.

El profesor Rogelio Rovira –que aprovecha para homenajear en el apéndice a su maestro, Antonio Millán- Puelles (1921-2005)– es catedrático de filosofía en la Complutense de Madrid y demuestra un profundo conocimiento tanto de Kant (1724-1804) como de Aristóteles (384-322 a. C.), pero sabe que nuestro tiempo, tan afín al ilustrado, puede pecar de ensombrecer las enseñanzas del fundador del Liceo. Consciente de ello, escribe Kant, crítico de Aristóteles (2021) como un ataque a algunos errores del alemán, que, movido por la defensa de su sistema, hubo de contrastarlo, de pasada, con el sistema de los peripatéticos. La conclusión es que el alemán no fue muy justo con el griego.

Es sabido que Kant elogió a Aristóteles en términos generales, que lo trató de “varón perspicaz” y de “jefe de los empiristas”, que concedió que “la lógica no ha avanzado ni un solo paso desde él” y que valoró su filosofía como un “verdadero trabajo de la razón, alejado de los meros sentimientos”. Sin embargo, a la vez, desacredita muy crudamente, y sin el análisis necesario, cuatro de sus doctrinas más conocidas: la formulación del principio de contradicción, la teoría del silogismo categórico, la lista de las categorías y la concepción de la virtud como justo medio.

La metodología llevada a cabo por Rovira, para ser juez imparcial entre ambos, me ha parecido impecable. Primero, explica las críticas de Kant en todos sus detalles. Segundo, estudia la verdadera postura mantenida por Aristóteles en el conjunto de su obra. Tercero, muestra si las críticas del alemán están bien enfocadas o si son injustas. El resultado establece que cuando ha de darse la razón en algún detalle al de Königsberg, nunca tiene que retirársela al macedonio, en todo caso a derivaciones desajustadas, de tono menor, de la tradición escolástica que bebió del aristotelismo. ¿Cómo son posibles estos errores en el autor de la Crítica de la razón pura? Según parece, aunque el ilustrado tuviera una edición grecolatina de las obras de Aristóteles, sin embargo, las referencias a sus doctrinas parecen tomadas de manuales de la época, y, por lo tanto, sus descalificaciones se refieren a doctrinas mal conocidas o desencajadas del contexto profundo.

Al profundizar en detalles finos del pensamiento de uno y otro autor, también desmitificamos de paso a los “genios”, pues puede que sean geniales sus obras pero sus artífices siguen siendo simples mortales. Porque, aunque Kant haya previsto ocho preciosas reglas que habría que aplicar en toda crítica filosófica sobre un sistema ajeno, él mismo se las saltó prácticamente todas cuando mentó al brillante discípulo de Platón, empezando por la que exige “tener presente la idea de conjunto y la estructura del sistema estudiado”.

El lector no especializado se sentirá interesado en los análisis sobre la teoría del “justo término medio”. Kant no estima que sea un “principio ético”, pues como tal sería “una sabiduría insípida”, pero sí tiene validez como “regla pragmática”. Desconoce en qué medida Aristóteles lo consideró principio o regla, pero el lector puede quedarse con el hecho de que tanto uno como otro conocieron que dos acciones opuestas pueden ser o bien contrarias o bien contradictorias, y en esta diferencia está la clave. Si son contradictorias, no admiten grados intermedios ni hay término medio, se repugnan del todo sin mediación posible, como entre la mentira y la veracidad. Ahora bien, dentro de un mismo género de deber, hay término medio y grados posibles, como con la franqueza (decir toda la verdad que se conoce) y con la sinceridad (todo lo que se dice es verdad, aunque puedan hacerse reservas lícitas).

Sirva este análisis para mostrar que las cuestiones axiológicas y ontológicas se resuelven a menudo mediante la lógica. Y es justamente esto, conectar partes aparentemente distantes lo que encara un sistema filosófico. Pero no nos preocupemos, la filosofía pinta poco en la educación secundaria, no hemos de entretenernos con naderías, basta que haya algún especialista que desde algún oráculo nos lo vaya aclarando.

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