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Biografía

El bardo de la democracia

Una biografía de Toni Montesinos se suma a la celebración del bicentenario del nacimiento de Walt Whitman, el poeta que lo cambió todo

Ezra Pound wikipedia

"Él es América", dijo Ezra Pound de Walt Whitman. Harold Bloom lo retrató como un "Cristo estadounidense". Y Henry David Thoreau, que al igual que otros miembros del movimiento trascendentalista visitó y leyó con cierta admiración al autor de Hojas de hierba, definió a éste como "el mayor demócrata que el mundo haya visto". El bicentenario del poeta, que nació un 31 de mayo de 1819 en West Hills, al este de Mahattan, en Nueva York, se presenta como una nueva ocasión para insistir en la grandeza de un creador que revolucionó la historia de la poesía y aportó una visión del mundo que aún nos emociona porque es "una verdad comunicada, no proclamada", como ha señalado Borges, quien tradujo el Canto de mí mismo y vio en el estadounidense a un evidente maestro, no al "mero varón saludador".

En poco ha cambiado la opinión general sobre Whitman el descubrimiento por parte del estudiante de doctorado Zachary Turpin, hace cuatro años, de la novela del poeta Vida y aventuras de Jack Engle. Esta obra no ha hecho más que confirmar lo que ya sabíamos: fue un narrador más bien mediocre, con propensión al moralismo y a los efectos de brocha gorda. Basta con leer sus relatos o Franklin Evans, el borracho para confirmar esa opinión. Es más, hasta la publicación en 1855 de la primera tirada de Hojas de hierba, que incluía doce poemas y una insólita foto para la época de su barbado autor, éste fue un regular versificador que aún miraba hacia la consabida tradición europea y al rimado sentimentalismo de Longfellow. Nada que llevara a intuir al original y visionario poeta que se reveló, con aquella sorprendente docena de composiciones, cuando tenía 36 años de edad: "Yo me celebro y me canto,/ y cuanto hago mío será tuyo también,/ porque no hay átomo en mí que no te pertenezca".

A contarnos esa genial eclosión, sus antecedentes y las más de tres décadas y media que Whitman consagró a la permanente escritura y revisión de Hojas de hierba, dedica Toni Montesinos las más de quinientas páginas (incluida una muy útil cronología y las notas) de El dios más poderoso. Vida de Walt Whitman. Ofrece el escritor y periodista, buen conocedor de la trayectoria y ocupaciones de los trascendentalistas (ha publicado, también en Ariel, El triunfo de los principios: cómo vivir con Thoreau), un amplio, erudito y entretenido acercamiento al autor de "¡Oh, Capitán, mi Capitán!" a partir de un bien armado recorrido temático y biográfico. Y hace, sin desmarcarse de los trabajos canónicos de Jerome Loving o Edward Carpenter, la pesquisa de un libro (Hojas de hierba) que es como "un mensaje universal" que trasciende "clases sociales, tiempos y lugares". Está bien traída por ejemplo la comparación con Montaigne, quien en el inicio de sus ensayos se presenta como "materia" de sus textos.

Pero ¿qué ocurrió para que aquel narrador y versificador sin mérito, buen conocedor de todos los peldaños del escalafón periodístico, se convirtiera de pronto en un poeta absolutamente nuevo y extraordinario que reordena de arriba abajo, con una sensibilidad inédita, la casa de la poesía? Los estudiosos concuerdan en que esa transformación personal y literaria se produce más o menos hacia 1848, cuando el trabajo le lleva a Nueva Orleans. Es seguro que Whitman conocía la obra de Emerson y la petición manifestada por el filósofo en "El poeta", conferencia que se convertiría en un muy influyente ensayo. El autor de Hombres representativos pedía la llegada del verdadero bardo americano, alguien capaz de cantar los nuevos tiempos de un país recién estrenado, sin la atadura europea y la de la historia, en el que aún era posible la materialización de algunos sueños y aspiraciones.

Los biógrafos afirman que Whitman escribió los primeros poemas de Hojas de hierba en el verano de 1854. Manuel Vilas, prologuista de una de las ediciones de Vida y aventuras de Jack Engle, ha asegurado que el poeta "se inventó la forma de mirar América". Sin duda, pero se inventó algo más: una nueva manera de hablar del hombre y de la mujer a partir de la creencia de que en todos nosotros hay una gota de luz, belleza, la verdad carnal de quien siente y anhela. Con esos y otros mimbres formuló una escuela de la camaradería, más allá de sus evidentes tramos homoeróticos, que aún conmueve a sucesivas generaciones de lectores. "Lo que desea Whitman es ser el profeta de una religión nueva basada en la igualdad humana y la poesía", señala Montesinos.

Junto a ese ideario explícito, amasado con cosas de Emerson y del trascendentalismo, pero también con el influjo de las creencias cuáqueras con las que se educó de niño, además del budismo, el estoicismo, Kant y Hegel -a los que leyó-, y su agudeza para observar el mundo y empatizar con las gentes sencillas, Whitman propuso una escritura que rompía abiertamente con las heredadas marcas de la métrica y la rima. Los textos de Whitman son anteriores al "verselibrisme" francés. Un precursor del verso libre, como sostiene María Victoria Utrera Torremocha en su estudio sobre teoría y estructura de la versificación.

El autor de Hojas de hierba se inspira en los versículos de la Biblia, fundamentalmente en los Salmos, para dar curso a una voz poética en la que el ritmo del texto es resultado del despliegue de las ideas y las imágenes; y, también, de recursos como la anáfora o las enumeraciones caóticas a la manera del famoso "catálogo de las naves" de Homero.

Hay quien ha estudiado la influencia asimismo de la ópera, a la que Whitman era gran aficionado, en los usos de esa voz poemática. Lo cierto es que logra una poesía de aparente espontaneidad y tono autobiográfico, más compleja de lo que pudiera parecer, en la que se erige un personaje de fluida sencillez, ecuménico, cordial: "Canto el yo, una simple persona, un individuo;/ sin embargo, pronuncio la palabra Democrática€", escribe en "Canto el yo", el primer versículo de la serie "Dedicatorias". Dirá también: "Yo canto lo vulgar".

Un libro revolucionario, como hemos dicho, que fue escasamente entendido en su época. Lo tacharon de prosaico y hasta de pornográfico. Es cierto que tuvo un apoyo matizado de Emerson, Thoreau y otras lumbreras del trascendentalismo (muy recomendable el volumen Emerson entre los excéntricos, de Carlos Baker), así como los de los muy perspicaces Stevenson y Oscar Wilde, pero la respuesta general -incluida la académica- fue de rechazo y hostilidad. Whitman, con un muy desarrollado sentido del autobombo y de la autoconfianza, siguió aumentando aquella colección inicial con más poemarios (Hijos de Adán, Cálamo, Redobles de tambor o Recuerdos del presidente Lincoln, entre otros) que fue encajando en las sucesivas ediciones de Hojas de hierba: nueve en total, la última en 1891, un año antes de su muerte. Y al tiempo que hacía de su vida un modelo de sencillez que le emparenta con Thoreau, sin llegar a los radicales experimentos del autor de Walden. A Whitman le gustaba la naturaleza pero amaba mucho más la observación de las muchedumbres, la conversación con los muchachos. Durante la guerra civil estadounidense fue un esforzado enfermero que auxilió y dio consuelo a pie de hospital a cientos de heridos. Entendía el sufrimiento de sus semejantes.

La mejor poesía occidental del siglo XX y de lo que llevamos de centuria resulta difícil de explicar sin la ruptura que supuso Hojas de hierba y sin la poética que Baudelaire dedujo de Poe, de quien por cierto e inexplicablemente nada dice Montesinos en su libro. Poetas mayores como Ruben Darío, Lorca, Neruda, Pessoa, Pound, Eliot, Hart Crane, William Carlos Williams, Wallace Stevens o Ginsberg filtraron en sus versos la influencia de Whitman. Eduardo Moga, su último traductor al español (una buena manera de celebrar este bicentenario es la lectura de la edición que ha publicado Galaxia Gutenberg de Hojas de hierba), ha visto "el estallido de una personalidad singular" en los 389 poemas de esta obra que es a la vez el canto de una vida, su celebración. Y Alberto Manguel, que tanto sabe de libros, ha planteado una muy sugestiva cuestión al entender así el corpus "whitmaniano": "una idea de democracia como sociedad de lectores libres".

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